Leonardo Boff
Es un hecho innegable que después de la reelección de la presidenta Dilma en 2014 se desató mucha rabia y hasta odio contra el PT y el actual gobierno. Lo confirma un ex-ministro del partido de la oposición PSDB, Bresser Pereira, con estas contundentes palabras:
«Ha surgido un fenómeno que yo nunca había visto en Brasil. De repente, vi un odio colectivo de la clase alta, de los ricos, contra un partido y una presidenta. No era preocupación o miedo. Era odio. Ese odio proviene de tener un gobierno que por primera vez es de centro-izquierda y que se conserva de izquierda. Contrajo compromisos, pero no se entregó. Continúa defendiendo a los pobres contra los ricos. El odio procede de que el gobierno reveló una preferencia fuerte y clara por los trabajadores y por los pobres» (FSP 01/03/2015).
Este odio ha sido promovido fuertemente por la prensa comercial de Río y de São Paulo, por un canal de TV de alcance nacional y especialmente por una revista semanal que no suele destacar por su moral periodística y no es raro que trabaje directamente con la falsificación y la mentira. Ese odio ha invadido las redes sociales Y ha llegado también a las calles. Tal atmósfera envenena peligrosamente las relaciones sociales hasta el punto de que ya se oyen voces que claman por la vuelta de los militares, por un golpe o por un impeachment.
Estos hechos deben ser lamentados por revelar el tipo de democracia de baja intensidad que tenemos, pero sobre todo deben ser interpretados. No llorar ni reír, sino tratar de entender. Tal vez las palabras del ex-presidente Lula sean iluminadoras:
«Ellos (las clases dirigentes conservadoras) no consiguen soportar que, en 12 años, un presidente que solamente tiene diploma de primara haya puesto más estudiantes en la universidad que ellos en un siglo. Que ese presidente haya puesto tres veces y media más estudiantes en escuelas técnicas que ellos en cien años. Que haya llevado energía eléctrica a 15 millones de personas. Que no les haya dejado privatizar el Banco de Brasil, la Caja Económica Federal y los bancos de los estados Espírito Santo, Santa Catarina y Piauí. Que en los últimos 12 años han abierto una cuenta corriente en un banco 70 millones de personas, gente que entró en una agencia bancaria por primera vez sin que fuera para pagar una factura. Creo que eso explica el odio y la mentira de esas personas. El pobre viajando en avión comienza a incomodar; que vaya a la facultad comienza a incomodar; todo lo que es conquista social incomoda a una élite perversa» (discurso en el sindicato de los empleados de banca de ABC el 24 de julio de 2015: Jornal do Brasil online del 25/07/2015).
Puedo imaginar la enorme dificultad que tienen las clases propietarias con sus poderosos medios de comunicación para aceptar la profunda transformación ocurrida en el país con la llegada del PT, venido de abajo, del seno de aquellos que siempre estuvieron al margen y a los cuales se les negaron derechos y plena ciudadanía. Como escribió acertadamente el economista Ladislau Dowbor de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC):
«Ellos quieren volver al pasado, a la restricción de las políticas sociales, a la reducción de las políticas públicas, a poner trabas a la subida de la base de la pirámide que los asusta». Y añade: «La máquina administrativa heredada fue hecha para administrar privilegios, no para prestar servicios. Y los privilegiados quieren que vuelva» (Carta Maior, 22/09/2015).
Efectivamente, lo que ha ocurrido no ha sido un simple cambio de pode sino la constitución de otra base de poder, popular y republicana, que ha dado centralidad a lo social, haciendo que el estado, mejor o peor, preste servicios públicos, incluyendo en ellos a cerca de 40 millones de personas más, hecho de magnitud histórica.
Para entender el fenómeno del odio social nos ayudan los analistas de la violencia en la historia. Recurro especialmente al pensador francés René Girard (1923) que se cuenta entre los mejores. Según él, cuando en la sociedad surgen los conflictos, el opositor principal consigue convencer a los demás de que el culpable es tal o cual persona o partido. Todos entonces se vuelven contra él, convirtiéndolo en chivo expiatorio sobre el cual colocan todas las culpas y corrupciones (cf. Le bouc émissaire, 1982). Así desvían la mirada de sus propias corrupciones y, aliviados, continúan con su lógica también corrupta.
O se podría atribuir a los acusadores lo que el gran jurista y politólogo alemán Karl Schmitt (+1986) aplicaba a todo un pueblo. Este para «garantizar su identidad tiene que identificar un enemigo y descalificarlo con todo tipo de prejuicios y difamación» (cf. O conceito do político, 2003). Pues bien, ese proceso está siendo sistemáticamente realizado contra el PT, un verdadero bullying colectivo. Con eso se busca invalidar las conquistas populares alcanzadas y reconducir al poder a aquellos que históricamente estigmatizaron siempre al pueblo como un donnadie y ralea, y ocuparon los aparatos de estado para beneficiarse de ellos.
Deforma mi intención quien piense que con lo que escribí arriba estoy defendiendo a los del PT que se corrompieron. Deben ser juzgados y condenados y, por mí, expulsados del partido.
El avance del pueblo a través del PT es demasiado precioso para que sea anulado. Las conquistas deben continuar y consolidarse. Para eso es urgente desenmascarar los intereses anti-populares y frenar el avance de los conservadores que no respetan la democracia y desean la vuelta al poder mediante algún tipo de golpe.