"Hoy, en una escandalosa alianza entre los banqueros, los caciques corruptos de la otrora gloriosa CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador), los partidos de la extrema derecha, viejos "lideres" sindicales cubiertos de traiciones históricas y los violentos neo-fascistas de un agonizante pero peligroso filo-maoísmo, aupados por nostálgicos intelectuales inorgánicos y cobijados por la peor prensa mercader, ha sido convocado un "paro indefinido" y un "levantamiento indígena nacional".
Sin pudor alguno van de la mano los "banderas negras" y los "ponchos dorados", burlándose y confundiendo al pueblo ecuatoriano. ¡no!, no hay derecho. Tras de todo esto está la CHEVRON y la embajada de los EEUU, el banquero del OPUS DEI y los peores enemigos de los trabajadores de este país. Quieren tumbar al gobierno y volver a "los tiempos democráticos" donde destrozaron al Ecuador.
Este gobierno debe rectificar, si y urgentemente, pero no para complacer a los poderosos y sus intereses, ni a los cómplices corporativistas de los mismos, debe volver a recuperar el origen popular que lo llevo al poder, radicalizar los cambios, desprenderse de los derechistas que tiene dentro, limpiarse de corruptos, en suma: ahondar y en algunos casos comenzar a dar pasos en serio hacia el socialismo, de lo contrario será responsable de una tragedia.
Por fidelidad al Dios en que creemos, no podemos callarnos ante el espectáculo siniestro que contemplamos y las consecuencias que puede traer. Hay que cerrar el paso al GOLPE DE ESTADO que se pretende y obligar al gobierno a volver al pueblo.
Compartimos con ustedes la reflexión de Lucrecia Maldonado, reconocida escritora, catedrática y verdadera representante de la clase media quiteña. Equipo de la iglesia de a pie".
¿Qué es lo que quieren?
Lucrecia Maldonado
No quieren golpe de Estado. El paro del 13 no es para eso, qué va. Miran a otro lado cuando se habla de golpismo, y si los tomamos uno por una, dirán: “No, qué va. Nadie ha hablado de derrocamiento. Que llegue al 2017, ahí se verá. Lo que queremos es que rectifique, que dialogue, que corrija”. Suponen que se les cree.
Y tal vez algún ingenuo lo hace. Después de todo, el ser humano es experto en creer sus propias mentiras. O tal vez ya se dieron cuenta de que acabar de un plumazo, a gritos y escupitajos con la estabilidad de más de ocho años de gobierno no le parece tan buena idea a una gran mayoría de población que, más allá del correísmo o el anticorreísmo, lo que quiere es que le dejen vivir y trabajar en paz.
Sin embargo, borran con las acciones lo que dicen con la lengua. Después de todo, si no quieren derrocamiento, ¿a qué esa organización de marchas desde remotos lugares para confluir en Quito un día y a una hora determinados repletos de consignas que, más allá de las sacrosantas intenciones proclamadas se reducen, en últimas, a la repetición de “¡Fuera, Correa, fuera!”?
Si se pregunta por qué protestan tampoco es que haya un hilo conductor. Más bien se repiten los lugares comunes de la oposición: el Yasuní… la prepotencia… la falta -en plural- de libertades y -en singular- de una libertad de expresión desde la que, si realmente no existiera, no podrían expresarse como lo están haciendo… la reelección indefinida, como si no se tratara de algo tan sencillo como agarrar y votar por otro en las elecciones en que tercie el que supuestamente se quiere perpetuar en el poder.
Con toda seguridad, al interior de ese variopinto grupo de personas que protestan existen muchos que están convencidos de ello, y que realmente quieren un diálogo y un cambio; después de todo, el gobierno del presidente Correa ha cometido unos cuantos errores, algunos garrafales.
Sin embargo, la verdadera cara de la oposición ya se ha mostrado en la marcha de gente furibunda en vehículos de lujo hacia el aeropuerto para ‘dar la bienvenida’ a Rafael Correa, o en la bandera negra bajo la cual se amparan los que se declaran en rebeldía, con mayor evidencia en los que pretendían llegar a Carondelet (¿a dialogar?), y de un modo mucho más gráfico en el rostro del hombre que golpea inmisericordemente con un palo hasta destrozar las piernas de un policía. Pero no son violentos, qué va. No quieren derrocar ni dar un golpe de Estado. En realidad, ni ellos mismos saben bien qué es lo que quieren. O se hacen.