Miguel Miranda
Católico laico y teólogo-educa
Introducción
¿Se imaginan a Jesús defendiendo privilegios de poder para su grupo? ¿Se imaginan a aquel campesino de Nazareth -que proclamó la inminente llegada del Reino (1) - defendiendo ahora privilegios de hecho para su institución en un orden sociocultural colonial como el que sigue vigente en nuestro país?
¿Se imaginan a ese sencillo aldeano –medio carpintero, medio “hacelotodo”, un “sin tierra” ciertamente– convocando en largas homilías a “defender la fe”, una “fe” en abstracto, sin defender igualmente el derecho de los pobres a la tierra? ¿Se imaginan que ese Nazareno –que un día proclamó lo que hoy conocemos como Reforma Agraria para los pobres (Cf. Lc. 4, 14-21) – más preocupado en defender espacios de poder que en defender los derechos de los humildes, como el acceso a la tierra? ¿Se imaginan a ese campesino de Nazareth defendido por los terratenientes y los sectores políticos ultraderechistas, como los que defienden hoy a la Iglesia Católica boliviana?
¿Se imaginan que ese humilde profeta galileo pueda aparecer hoy en Bolivia y “ponerse a tiro” para campañas mediáticas de sectores ultra conservadores de la sociedad boliviana contra un gobierno con rostro popular (aunque no por ello inmune a fallas y “meteduras de pata” como las de su terco ministro de educación “empujador de congresos sin consenso”, contra viento y marea)?
Yo, católico laico, no me lo imagino.
A propósito del acalorado “debate” –debate evidentemente “montado” por los medios masivos de comunicación dominados por sectores de poder en Bolivia– conviene que los cristianos –católicos o no, aquellos que, desde lo más profundo de nuestro ser y de nuestra fe en ese Galileo proclamado Hijo de Dios, tratamos de encaminar nuestra vida personal y social- digamos nuestra palabra. Es necesario que lo hagamos, pues nuestra fe y compromiso vividos en medio de esta magnífica historia que construye nuestro pueblo –más allá de los poderosos de turno, incluidos los del MAS, o a pesar de ellos inclusive- no parece ser necesariamente bien expresada en las palabras de jerarcas que convocan a abstractas “defensas de la fe” o de curas condecorados por antiguos dictadores, cuya “catolicidad” huele más a un sectarismo que trasnochadamente reivindica un vetusto régimen de cristiandad.
Reivindicación de la laicidad y lo laico
Jesús fue laico. Tan laico como desacreditado, perseguido y asesinado por los que detentaban el poder religioso-civil de su tiempo. Es necesario traer a luz esta memoria, en un momento en que se manosea tan grotescamente lo laico y la laicidad.
En contraposición a quienes de manera aberrante refieren un origen “marxista” a la palabra laicidad (2) la palabra laico viene de un vocablo griego que significa “el que es del pueblo”, sin privilegios. Y esto tan hermoso es ser laico: ser del pueblo llano, de a pie, tan simple como la señora que vende en las calles sus caramelitos para sobrevivir. ¿Hay en ello algo irreligioso o una actitud agresiva contra los valores religiosos? Parece que no.
Las primeras comunidades cristianas, en los primeros siglos de nuestra era, fueron acusadas de “ateas”. No sería por casualidad sino por su estilo de vida, su manera desinstitucionalizada y popular de vivir lo religioso, en absoluta libertad -y por tanto a veces en contra- del sistema dominante que, para legitimarse, se apoyaba en fastuosos aparatos religiosos institucionalizados. Un ejemplo privilegiado lo constituye la carta a Filemón, en la que se manifiesta de manera sencilla un desconocimiento del sistema esclavista por la manera de vivir fraterna en la comunidad cristiana.
Con el largo proceso de clericalización y el crecimiento en fastuosidad institucional que siguió a la Iglesia a partir del Siglo IV, la laicidad, como auténtica forma de vivencia cristiana pasó un segundo o último orden. En el régimen de cristiandad, la Iglesia acabó más dependiente de sus privilegios que le ataban al poder imperial. Es pertinente reconocer que en nuestros países latinoamericanos aún persisten, en la sociedad, la cultura “nacional” y las estructuras de poder, rasgos inequívocos de este modelo social-eclesial.
Fue el Concilio Vaticano II que, en su propósito de situar a la Iglesia de manera realista y fraterna en las sociedades modernas- reivindicó la laicidad como una forma legítima de ser Iglesia (Cf. La. Constitución Gaudium et Spes (“Las alegrías y las esperanzas”), el N° 76, por ejemplo).
Nuestras iglesias en América Latina recuperaron y desarrollaron, en un comienzo, las líneas maestras del Concilio con un dinamismo y creatividad que ahora parece que olvidamos. Por eso, ahora que en nuestro país se suscita este falso debate por “la defensa de la fe católica”, es necesario que los laicos católicos expresemos nuestra palabra.
Los laicos –profundamente creyentes en el Dios de Jesús de Nazaret- existimos en este país y en este mundo. Y creemos que no hace falta grandes privilegios jurídicos o socioculturales para vivir en este mundo nuestra fe cristiana con un apasionado compromiso por los valores del Reino. Existimos laicos que –más allá de un ingenuo apoyo o rechazo al actual gobierno- nos sentimos seguidores de Jesús de Nazareth junto a este hermoso y sufrido pueblo que hace, en definitiva, la historia según los ojos de Dios.
Los grandes cuestionamientos al sistema neoliberal que sólo trajo más miseria y muerte para los pobres; las grandes luchas contra los dogmas de la “idolátrica religión del mercado”(3) (p.e. “No hay otra historia que ésta que se llama globalización neoliberal”) se han dado y se siguen dando desde los sectores sociales más empobrecidos y críticos. Con esos sectores apostamos nuestra fe y nuestro compromiso cristiano, no en abstractas “defensas de la fe” que huelen más a “defensa de privilegios” en un orden sociocultural vetusto. Nuestro pueblo luchador y amante de la vida es para nosotros lugar teologal y teológico, lugar de encuentro con el Dios de la historia, que desde tiempos antiguos empuja la lucha de los humildes hacia su liberación.
Laicidad no es laicismo. Lo laico no es agresividad contra los valores más profundos que defienden la vida, entre ellos, los valores religiosos. Todo lo contrario. Como muchos documentos del Concilio Vaticano II y otros documentos más recalcitrantemente “oficiales” de nuestra Iglesia lo afirman (4), laicidad significa un orden social, cultural y político que permite la convivencia tolerante y fraterna entre las infinitamente variadas y diferentes formas de sentir y vivir el misterio de Dios en la historia. ¿Por qué nuestros pastores no se pronuncian para aclarar estas aberrantes y groseras formas de tratar lo laico en este bochornosa campaña mediática de los sectores conservadores?
La sospecha y hasta cierta hostilidad hacia las religiones no es necesariamente hostilidad hacia el Dios de la Vida, el Dios bíblico, que defiende el derecho de los pobres contra el saqueo por parte de los poderosos. Todas las religiones como producto humano que son (5) en frecuentes ocasiones han propiciado, legitimado y hasta defendido crímenes contra los pobres. Ante ello, las voces que se han levantado en gran medida lo han hecho defendiendo la vida de los humildes. ¿No es ésta la misma defensa que hizo Jesús en su tiempo y por ello mismo fue acusado de “peligroso” por las clases dominantes?
A nosotros los que profesamos públicamente una fe se nos debe advertir permanentemente eso de que el “espíritu sopla donde quiere”. Cuidado que –como bellamente se narra en el libro de Job– pretendiendo defender a Dios acabemos blasfemando y más bien los discursos rayanos en la increencia aparezcan reivindicados como auténtico discurso a favor del Dios de la Vida, pues defiende la vida de los pobres. Si a Jesús no le dio empacho de sostener que las prostitutas y pecadores precederán en el Reino a los “religiosos” de su época, hoy podemos encontrar –no hablo necesariamente de los jerarcas que ahora ocupan el gobierno– verdaderos testimonios proféticos del Dios de la Vida en los “ateos” que tanto temen y satanizan los oligarcas y ciertos “defensores de la fe”.
El escándalo de ver a los herodes y pilatos defendiendo “la fe”
Nos escandaliza ver que muchos de nuestros principales pastores de manera ingenua o lúcida –ellos juzgarán su propia conciencia- estén siendo manipulados por campañas mediáticas de sectores sociales y políticos ultraconservadores, aquellos sectores que no quieren perder sus privilegios y su poder en la detentación de la propiedad de las tierras, de los medios de producción y de las decisiones de orden público en el país. Son aquellos mismos oligarcas –cómplices de los que masacraron al pueblo alteño y paceño en Octubre del 2003– los que ahora aparecen en la prensa “defendiendo” la fe cristiana.
Periódicos y canales televisivos que años atrás hicieron cerrada defensa de programas políticos que no sólo empobrecieron al país sino que culminaron en genocidio, ahora se ven repletos de edulcoradas defensas de la Iglesia Católica. ¿No es este un hecho bochornoso para quienes pretendemos ser seguidores de ese Nazareno crucificado y resucitado?
La única contradicción real: Ricos Vs. Pobres.
Necesaria lectura crítica de la realidad del país
¿Más o menos clases de religión en las escuelas? ¿Más poder para que los CEILs tomen decisiones en la designación de maestros de religión y para los “colegios de convenio”? ¿Más o menos privilegios para que ciertos sectores de la Iglesia Católica –u otras Iglesias con parecido síndrome de voluntad de poder– tengan posibilidad de imponer sus doctrinas en temas como la familia, la legislación sobre el aborto, etc?... A la hora de ser coherentes con nuestra fe, en definitiva ese no es el problema.
El problema va más allá. Las clases de religión en sí mismas no son garantía apodíctica de un aporte al crecimiento espiritual de la sociedad boliviana. Es necesario examinar la calidad de ellas. Y muchas veces la calidad de las clases de religión está condicionada por la manera como se las hace. En la mayoría de las ocasiones, cuando las clases de religión suponen un uso del poder y los privilegios eclesiales, lo que provocan es efectivamente lo contrario a lo que pretenden. Y con no poca frecuencia observamos sutiles formas de chantaje con los privilegios católicos frente a los sectores humildes. Si creen que miento, pueden venir a visitar mi barrio, Villa Sebastián Pagador, en Cochabamba, y ver cómo en ciertas ocasiones en el Colegio “de convenio” que aquí existe, las religiosas o profesores de religión exigen a los alumnos que muestren la “hojita dominical” de la misa para demostrar que efectivamente fueron a misa. ¡Y eso lo hacen en un medio social con altísimo grado de diversidad confesional, cultural y eclesial! O hacen enarbolar la bandera vaticana al lado de la boliviana, o hacen cantar himnos marianos en un contexto de alta presencia protestante y evangélica. La gente les tiene que aguantar porque ellas tienen la sartén por el mango en el colegio. Y, claro, también porque traen “obritas” con muchos dólares por medio. ¿Contribuirán estos hechos al crecimiento espiritual de nuestros niños y niñas? Lo dudo mucho.
Por tanto, el problema no es defender espacios privilegiados para “anunciar” el evangelio. Esta visión forma parte de la estrechez de mirada en que hemos caído los cristianos en el país. El problema es leer adecuadamente las contradicciones socio-económicas de Bolivia y del mundo. Las contradicciones más profundas en nuestra sociedad no están determinadas por mayor o menor “aceptación” convencional de valores en abstracto. La contradicción real y verdadera es aquella misma que en el Éxodo y los Profetas del Antiguo Testamento se ha descubierto: la existencia de ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más numerosos y más pobres. Esta contradicción –que escuelas de sociología crítica afirman que representa la clave en la estructuración de la sociedad- es la matriz del pecado social que tanto denunciaron nuestros profetas latinoamericanos cuya sangre –como la de Espinal, Romero y Ellacuría- aún está fresca.
Más clases de religión o menos clases de religión –muchas veces con esos chantajillos que hemos relatado- no se dirigen necesariamente a evangelizar a los pobres (y sobre todo dejarnos evangelizar por ellos), en sentido de que despierten en su dignidad de hijos e hijas de Dios, se hagan más conscientes de su realidad de opresión, se organicen y levanten su palabra y sus acciones para reconstruir esta sociedad boliviana cuyas estructuras económicas, jurídicas y políticas no reflejan –en definitiva- los valores del Dios de Jesús, sino más bien el afán de poder y de rapiña de los ricos.
Nuestra historia latinoamericana y boliviana tiene demasiados ejemplos para comprobar que la evangelización realizada desde el poder en muchas ocasiones sólo ha provocado más muerte y desestructuración social. No se puede evangelizar cristianamente sino es desde la simplicidad y desde lo llano, como el pueblo, junto con el pueblo, ese “laos” en el que palpita y actúa la misteriosa presencia del Dios liberador. Sólo podemos evangelizar como Jesús, desde los ojos de los pobres.
Humilde y fraternalmente llamamos a nuestros principales pastores a recuperar ese espíritu profético y hablar con claridad al pueblo. Oramos por ellos –y por todos nosotros y nosotras– para que ello se haga efectivo en este momento en que nuestras iglesias tienen tanto que aportar al proceso de cambio estructural en el país.
Cbba. 26 Julio 2006
Notas:
(1) Es decir, un tiempo en el que reinarán de manera efectiva e irrevocable los valores del Dios bíblico: la fraternidad, la justicia que privilegia a los pobres y el amor expresado en acciones efectivas que construyen la vida.
(2) Cf. La referencia a declaraciones del presidente del Concejo Nacional de Profesores de Religión, en el artículo de Bolpress titulado "Nobleza eclesial e Iglesia Católica no son lo mismo” de fecha 26 07 06
(3) Como han venido a denominar en bien fundamentados estudios socioteológicos algunos intelectuales y pastores reunidos en torno al Departamento Ecuménico de Investigaciones en Costa Rica, o en el Centro Cristianismo y Justicia, en Cataluña.
(4) Cf. Discurso del Papa Juan pablo II Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, lunes, 12 enero 2004
(5) Y ello lo afirmamos con la misma sencillez con que decimos que ello no merma para nada nuestra valoración por la revelación divina que ellas reivindican.