MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 28 de octubre de 2012

Como el buen samaritano

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
 
Ya avanzado el Concilio Vaticano II, el Siervo de Dios Pablo VI le aplicó a la Iglesia la imagen del Buen Samaritano. En su relación con el mundo, la Iglesia debía manifestarse con una actitud dialogante y de gran preocupación por la humanidad. Por eso, como lo enseña la Constitución GAUDIUM ET SPES, la Iglesia comparte los gozos y esperanzas, las dificultades y angustias de la humanidad con una actitud de total caridad.
 
Mientras los poderes presentes en el mundo oprimen a amplios sectores de la sociedad o pasaban de lado sin atender sus más urgentes necesidades, la Iglesia se presentaba como el samaritano de la parábola de Jesús, para amar a la humanidad, cuidarla y hacerla crecer. Todo ello por una razón: la Iglesia actúa en nombre del Señor Jesús y como sacramento de salvación para los hombres y mujeres de todas las naciones.
 
A 50 años del Concilio, con el desafío por una Nueva Evangelización, la Iglesia debe seguir atendiendo los anhelos y preocupaciones de la humanidad. Muchos, en el mundo, se están dejando llevar por el secularismo que prescinde de Dios y por el individualismo que menosprecia la dignidad de la persona humana.
Los problemas, lejos de solucionarse, se han agravado. Hay nuevas formas de pobreza y opresión: los inmigrantes despreciados en tantos países, los que no han alcanzado un digno nivel de vida, los enfermos, los pueblos que sufren aún los embates de guerras, los que padecen hambrunas… A esto se añade, la plaga moral.
 
El Papa Benedicto XVI nos habla del desierto de la moral, con el relativismo ético como expresión. Éstas y otras tantas cosas, golpean a la humanidad. Y hacen que ésta se sienta como aquel hombre que fue asaltado y ante quien los responsables de la sociedad, los grandes de las naciones, los dirigentes económicos y las corporaciones transnacionales que mueven las finanzas y otros tantos más… pasan prepotentes, preocupados por sus códigos “éticos” y menospreciando a la gente en su dignidad.
 
La Iglesia debe permanecer con su conducta de buen samaritano y salir al encuentro de ellos, los golpeados y menospreciados, no para predicarles la resignación, sino para consolarlos y brindarles la ayuda que requieren. Lamentablemente, también dentro de la Iglesia hay quienes asumen la postura contraria. Incluso, entre quienes se olvidan de la humanidad y hasta la desprecian se encuentran no pocos católicos que justifican su conducta apelando a doctrinas y filosofías que están lejos del evangelio. Por eso, la Iglesia requiere de un continuo examen de conciencia sobre sus actuaciones y sobre sus preocupaciones.
 
Leer los signos de los tiempos fue una de las invitaciones que nos hiciera el Concilio Vaticano II. Pero no se trata de una lectura sociológica que se queda en el simple análisis de los hechos sin pasar a compromisos. Más bien se trata de leer los acontecimientos humanos a la luz del evangelio de salvación de Jesús. Entonces, al hacerlo, la Iglesia reafirmará su vocación de servidora de esa misma humanidad, sin acepción de personas: no importa si es samaritano, creyente o no. Se trata de servir con lo que le es propio: con la caridad.
 
Se les exige a los creyentes una conversión pastoral: ésta, pasa por la toma de conciencia de la propia vocación cristiana de servicio y de anuncio del evangelio de salvación, como la del cambio que haya que hacer para adecuar a la Iglesia a las exigencias y retos del momento presente. Una conversión que tiene como centro a Jesús mismo, ya que es en su nombre en el que hay que actuar. Es uno de los objetivos de la Nueva Evangelización.
 
La humanidad debe sentir que la Iglesia no se desgasta en las cosas pasajeras, sino que se sigue comprometiendo en lo que le da sentido a su identidad y servicio: actuar en nombre del Señor para predicar el evangelio, ciertamente; pero haciéndolo realidad en las obras… Y esas obras deben demostrar en todo momento que la Iglesia es, para la sociedad actual, como el buen samaritano.