Pedro Pierre
La contundencia de los mensajes del papa Francisco nos obligan a preguntarnos, tal como lo hizo para los estudiantes de la Universidad Católica: “¿Para qué vivimos y luchamos?”. La sencillez, la sonrisa y el cariño del Papa no desvirtúan la profundidad y la pertinencia de sus palabras. En su calidad de pastor, el Papa persigue un doble objetivo: por una parte, la renovación eclesial y, por otra, el cambio social. Nos refiere directamente al proyecto de Jesús. Eso nos desubica de la religión tradicional que conocemos… porque el paso de los siglos hizo que olvidemos la misión fundamental de Jesús.
En un primer tiempo, Jesús siguió a Juan Bautista que buscaba el cumplimiento cabal de la ley. Jesús se dio cuenta de que ese camino no tenía futuro y reorientó su mensaje y su práctica. Su mayor preocupación fue reducir el sufrimiento provocado por la falta de fraternidad, una religión preocupada por el cumplimiento de ritos y normas, y una sociedad basada en la explotación. Por otra parte, Jesús se convenció de que los únicos capaces de lograr este cambio eran los pobres, pero los pobres conscientes, organizados y valientes. Jesús llamó a este proyecto el Reino, o sea la fraternidad a partir de los pobres. Es exactamente lo que el papa Francisco ha venido a recordarnos.
En Ecuador, donde el clero es mayoritariamente tradicionalista, el Papa insistió en la renovación eclesial: no cobrar los servicios religiosos, volver al Jesús de los evangelios, no olvidar sus raíces, ser una Iglesia en salida, es decir, que va en las periferias para solidarizarse con los pobres.
En Bolivia, donde los procesos de cambio son más avanzados porque son promovidos desde los indígenas, el Papa insistió en el cambio social. Más que en Ecuador, denunció la idolatría del dinero y la dictadura del sistema financiero internacional que es “el estiércol del diablo”. Abogó por la globalización de la solidaridad y un sistema social basado en una economía equitativa mediante la sabiduría y el protagonismo de las organizaciones populares.
Felizmente, en Ecuador tenemos las palabras y el testimonio de monseñor Leonidas Proaño y de su labor en la diócesis de Chimborazo. Felizmente, hoy “quedan los árboles que sembró” monseñor Proaño, en particular, al nivel eclesial, las Comunidades Eclesiales de Base urbanas, campesinas, indígenas y negras, y al nivel social, la Conaie (Confederación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador). Además, existen otros grupos, asociaciones, centros, fundaciones… cristianas y no cristianas, que se reclaman del espíritu de monseñor Proaño. Esta Iglesia de los pobres y muchas organizaciones populares encuentran en el papa Francisco confirmación de su labor y aliento en sus luchas. La esperanza sigue viva: “El mejor vino está por venir” porque muchos pobres “se han puesto de pie en dignidad” y seguirán respondiendo, alegres y valientes, al llamado de Jesús, al grito de sus hermanos y a la invitación del papa Francisco. ¡Felices y benditos los y las que estamos en este camino!