Anastasio Gallego Coto
Analista
“Salió el sembrador a sembrar su semilla y una parte cayó...”. Creo que casi todos los lectores conocen la parábola.
Cuando interpretamos o intentamos interpretar la imagen nos encontramos con tres elementos: el sembrador, la semilla y la tierra.
El que lanza la semilla es el sembrador y la tierra está como está: limpia, con hierbas, con piedras, con rodadas del camino.
La semilla, se supone, es de buena calidad. Certificada diríamos hoy. En cambio, cuando intentamos interpretar un texto nos topamos con algunas dificultades.
El que no sabe y no conoció nunca lo que era ‘sembrar al voleo’ no entiende cómo pudo caer semilla en el camino, o entre piedras, o entre espinos y malas hierbas. Si vio que sembrar era con una máquina. Peor el que nunca conoció y vio crecer una planta.
Y cuando entendemos la figura nos preguntamos: a quién se parece el camino, o la tierra con piedras o con malas hierbas. Si se hace la reflexión personal cuesta reconocer si cada uno de nosotros somos el camino, la tierra con malas hierbas o con piedras y poca tierra.
Esto nos pasa con el Evangelio cuando hablamos de la pobreza, por ejemplo. Cuando uno es pobre le resulta fácil entender; si es menos pobre, le duele un poco; si mucho menos pobre, será una metáfora que quiere decir que no hay que estar apegado a los bienes; si tiene muchos bienes, dirá que hay que ser ‘pobre de espíritu’.
Para otros es más fácil: la pobreza es una maldición y la riqueza una bendición y que cada uno saque su conclusión.
Lo del ojo de una aguja y el camello ha hecho que los que quieren interpretar la figura literaria se dediquen al malabarismo interpretativo.
Por esta razón, Jesús, el Nazareno, se convierte en fuente de argumentos para todos aquellos que quieren encontrar justificaciones religiosas a sus conductas.
Y les resultan más fáciles de utilizar a quienes conducen la institución que a los que se dejan guiar por el espíritu.
Francisco de Asís no aceptó nunca ser sacerdote sino un ‘fraile menor’. Teresa de Jesús fue perseguida por la Inquisición por ser nieta de judíos y por ‘alumbrada’. Juan de la Cruz fue encarcelado. Óscar Arnulfo Romero fue acusado de comunista.
Y a todos ellos les hicieron la vida imposible utilizando el argumento evangélico, tomando palabras del Maestro.
Una cosa es clara: Jesús no fue rico y dijo las verdades a todos, y fue el poder, religioso, político, social y económico, el que acabó con su vida de una manera trágica.
Ahora se nos acerca la venida del papa Francisco. Ya aparecieron las medallas, los crucifijos, los rosarios, las estampas, las oraciones, los pósteres, los calendarios y cuanta cosa se nos puede ocurrir como recuerdo, souvenirs o merchandising, que de todo hay.
Hasta los dedicados al turismo ‘religioso’ hablan de que su venida generará unos ingresos del movimiento comercial, hotelero, transportista, etc., de alrededor de $ 43 millones.
Hay ofertas de viajes, de hospedaje y alimentación para todos los bolsillos. Y se hacen cálculos de los millones que se movilizarán y los que estarán pendientes de la TV (¿Habrá spots publicitarios en medio de las transmisiones?) O sea, lo ven como una buena oportunidad de negocio.
Y organizamos las ‘misas campales’ o ‘eucaristías multitudinarias’ al más puro estilo de un mundial de fútbol: un templete, una zona para los cardenales, arzobispos y obispos, más allá el clero; un poco más allá las monjas, luego las autoridades e ‘invitados especiales’ y, finalmente, el pueblo, olvidando la carta de Santiago.
Los textos de sus sermones, discursos, exhortaciones y la última encíclica están sufriendo un verdadero acoso.
Todos quieren encontrar el texto que se les acomode para la defensa o el ataque. Y su presencia es y será utilizada por todos los medios para asegurar posturas y como arma arrojadiza contra los demás.
Es vieja la táctica de hacer caer en la trampa. Lo mismo hicieron con el Maestro: ¿Es lícito pagar el impuesto al César? ¿Quién es mi hermano? ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Con qué autoridad hablas? ¿Se puede curar en sábado? ¿Eres el Mesías? ¿De quién será la mujer que tuvo siete maridos? ¿Cuántas veces hay que perdonar? Baja de la cruz si eres hijo de Dios.
Al final, “tu Maestro come con prostitutas y publicanos, cura en sábado, cura a leprosos, da de comer, paga el tributo al César, no tiene autoridad para enseñar (hoy diríamos que no tiene título de cuarto nivel), pues es el hijo del carpintero”.
Y se moverá a la gente para que grite “crucifícale”. Y le crucificarán “entre dos ladrones” que la tradición dividió en el ‘buen ladrón’ y el ‘mal ladrón’, como si hubiera ladrones buenos que no devuelven lo robado y se van al Paraíso.
La visita del Papa será un fracaso si no cerramos el paraguas y dejamos que el agua nos ‘empape’ y como enfermos conscientes vamos en busca de la medicina que necesitamos, aunque no nos guste su sabor o nos duela el posoperatorio.
Si la visita es una entrada al tratamiento con un tiempo de recuperación para salir desintoxicados, habrá sido un verdadero éxito y tendremos doctrina y ejemplo para sanar tantas heridas, derrumbar tantos prejuicios, para encontrar la fraternidad. Lo más claro que ha dicho es: “Quiero una Iglesia pobre, para los pobres”. No podemos quedarnos con la figura de un caricaturista en la que uno de los personajes le dice al otro: “Dios no nos quiere a todos por igual. A unos OS quienes menos y a otros NOS quiere más”.