Fray Marcos Rodríguez
Mc 4, 35-40
Leemos hoy el final del c. 4. Si no explicamos un poco de que va, da la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de donde viene ni a donde va. Después de enseñar en Cafarnaum y sus alrededores, dejando bien clara la reacción de los jefes religiosos, de los que le siguen e incluso de sus familiares, narra Mc en el C. 4 varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada, que acabamos de leer. Se trata de un milagro muy complicado. Los milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos reales. Están tan cargados de simbolismos que no es preciso que partan de un suceso concreto para justificar la narración.
La Biblia utiliza varias palabras griegas para expresar lo que nosotros denominamos milagro: "thauma" = maravilla, "dynameis" = portento, "teras" = prodigio, "semeion" = signo. El concepto de milagro que manejamos hoy, es relativamente reciente. No tiene ningún sentido preguntarnos hoy si los evangelios nos hablan de milagros (tal como los entendemos hoy), Pero tampoco tiene sentido poner en duda que Jesús hizo milagros, (tal como lo entendían entonces). Lo que nos importa hoy, es descubrir el verdadero sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse, comprensible para todos los que vivían en tiempos de Jesús. Decía Evely: "Nuestros mayores creyeron a causa de los milagros, nosotros creemos a pesar de ellos".
El significado general del relato está en la apertura del mensaje de Jesús a todas las gentes. Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Ya tenemos el primer simbolismo. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo y la travesía del desierto. Aquellos pasos, a pesar de los peligros que supusieron, les llevaron a la tierra prometida. Están en el mar de Galilea y la otra orilla era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad del mensaje, más allá del ámbito Judío, que se opone a la apertura. La primera "tormenta" que se desató en el seno de la primera comunidad cristiana, que nos narra el NT, fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.
Al hablar de la tempestad, está haciendo referencia a Jonás. (También Jonás se echó a dormir cuando empezó la tormenta, y también fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. Con estos elementos, podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido; y a través de constantes luchas con las fuerzas del mal.
El mensaje del relato es la tranquilidad de Jesús en medio de la tormenta. Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía tranquilamente... Hay que tener en cuenta que se llamaba también "cabezal" a la especie de almohada, donde se colocaba la cabeza de un muerto. "Dormir" y "cabezal" están haciendo clara referencia a una situación pos pascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en él.
¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen nos indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Esta actitud es la que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar la seguridad.
Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos cuando los expulsa. Además en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra "ruah" (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica, equivale a mal espíritu. El "poder" de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que aunque sean hostiles, nunca son malos.
¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia palpable. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda manifiesto que, en la Biblia, la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar, ni en Dios ni en él.
¿Quién es este? El miedo y la pregunta final, deja bien a las claras que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta, que Mc ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: "Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios". Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubrimiento tiene que ser experiencia personal de la cercanía de Jesús.
A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.
El verdadero mensaje de Jesús es que debemos confiar siempre, aunque nos parezca que Dios se ha ausentado y no se preocupa de nosotros. Para Jesús, el enemigo del ser humano no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza y todas sus leyes son siempre buenas. No tiene sentido que Dios tenga que rectificar su propia obra para hacer que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica del Dios, que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos en todas las circunstancias.
El libro de Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que le da, está muy lejas de ser la adecuada. Dios tiene que devolver a Job todo lo que le había quitado para que su fidelidad sea creíble. Ese Dios materialmente útil, sigue siendo el poderoso que tratamos de poner a nuestro servicio. El Dios en quien Jesús confió, no fue el que se manifiesta en acciones espectaculares a favor de los buenos, sino el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque no lo veamos. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni tiene instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado por nosotros.
No son las acciones espectaculares de Dios, las que nos tienen que llevar a confiar en Él. Cuando una persona dice: Yo amo mucho en Dios porque me ha concedido todo lo que le he pedido, estamos ante un autoengaño nefasto para la vida espiritual. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio, es nefasta para la vida espiritual. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro.