Miguel Matos s.j
A cerrar filas con el Papa Francisco
Lo menos que puede decirse sobre las palabras, los gestos y las decisiones del Papa Francisco indiscutiblemente es que son desconcertantes si se comparan con el càlculo, la prudencia y fina diplomacia de los pontífices inmediatamente anteriores.
Sectores mayoritarios del catolicismo se encienden de entusiasmo con cada uno de esos pronunciamientos. Gruesos ambientes para los que el catolicismo de los últimos tiempos había superado sus niveles de tolerancia, respiran profundo y se sienten como si hubieran sido salvados antes de exhalar los últimos suspiros. Pero de la otra orilla comienzan a superarse los primeros síntomas del aturdimiento y se escuchan ya agrios, prepotentes, publicos y escandalizados posesionamientos contrarios al pontìfice.
¿ Estamos a las puertas de un sisma ? No es la primera vez en estos últimos años que se habla en estos términos. Pero, a estas alturas de la historia del cristianismo, en un mundo con tanto pluralismo, no se dan las condiciones para esas rupturas demasiado excluyentes y dramáticas que acompañan a un sisma. Para bien o para mal, en este catolicismo de hoy cabemos todos. Se siente cómodo en su catolicismo el ultraconservador Jeb Bush, precandidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos y hermano de George Bush, quien dice comentando la Encìclica “Lodato Si”, que en materia económica no piensa seguir el consejo de ningún cura, obispo o papa; y al otro lado del océano , se siente cómoda en su catolicismo la brillante Teresa de Forcades ,la monja cuya meta no es otra que ser la Ada Colau de Cataluña y presentarse a las elecciones del próximo 27-S con los mismos partidos con los que la alcaldesa de Barcelona se presentó a las elecciones del pasado 24 de mayo y luego regresar de nuevo a vestir su cofia blanca del hábito de benedictina.
Pero ,debe quedar claro que “no es para bien” eso de que “aquí cabemos todos” y eso es lo que , de seguir en su estilo el Papa Francisco, esa camuflajeada traición a lo autèntico cristiano, tiene que desaparecer. Y no va a desaparecer por la vìa de ningún sisma, sino por la vìa de desenmascarar valientemente en las esferas màs altas de los poderes como solo lo puede hacer Francisco, las formas màs enquistadas de reforzar insostenibles complicidades de la fe cristiana con el mal.
No puede sostenerse por màs tiempo esa triste mediocridad que nos permite convivir cómodamente con posturas que niegan y hacen inviable el proyecto de Jesús. A los cristianos de hoy nos toca cerrar filas al lado de un Pontìfice que está poniendo el dedo en las llagas mas purulentas de nuestro catolicismo. Ojalà no dejemos pasar esta oportunidad. No nos quedemos a la orilla del camino. Y no es cuestión de cultivar sismas. De lo que se trata es de que tienen que irse los que quieran irse y tienen que quedarse los que desean recuperar al mundo para Jesús. Hay gente en nuestro catolicismo que tiene que plantearse, o una profunda conversión de corazón o tiene que despedirse de esta fe que no fue propuesta para complacer a todo el mundo. Jesús murió justamente por negarse a complacer las màs contradictorias expectativas. El espectáculo de este catolicismo tan variopinto que a todos complace por igual es la màs genuina expresión del haber perdido la sal, del haber querido poner parches nuevos en ropa vieja. Vivimos tiempos de “Principio y Fundamento”. No se trata de celebrar frívolamente el talante innovador de Francisco y seguir como si no pasara nada. “Cambiar todo para que nada cambie” Se trata de meditar cada gesto de Francisco desde aquellas palabras de Jesús: “Fuego he venido a traer a la tierra y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo…¿creen ustedes que yo he venido a traer paz a la tierra ?. Pues no, sino la división. En efecto, de ahora en adelante en una casa de cinco personas, habrá división de tres contra dos…” Lucas 12,49-52. Nos toca a los cristianos de a pie hascer que el tiempo de Francisco sea un tiempo de inflexión dentro del cristianismo . A pesar de tantas señales controversiales y antagónicas, este es un tiempo de gracia. El ser humano está màs abierto hoy a la trascendencia que lo que estaba , por ejemplo , en una buena parte del siglo pasado. La palabra de Francisco es palabra de alerta roja. No de ese tipo de alerta efectista, titiritesca y espectacular con la que quieren mantenernos asustados algunos hermanos evangélicos. Nada de shows apocalìpticos. Me viene a la memoria aquella frase que en castellano dice así “Teme a Jesús que viene y que quizás no regresa” . Y no porque Êl no quiera regresar. Nadie nos garantiza que si no aprovechamos este tiempo de gracia no nos va a ganar la pelea la “globalización” de la indiferencia y del nihilismo. Como en los mejores tiempos de Ignacio de Loyola, A cerrar filas con el Papa Francisco.