Werner Vásquez Von Schoettler
Cuánto cuesta entender la ligereza con la que se dice cualquier cosa con el objetivo de justificar un falsa libertad de expresión imaginada a intereses particulares, grupales, corporativos y que para colmo se la presenta como de interés nacional e internacional.
A propósito del debate sobre lo que se dice en redes sociales, se pretende defender el anonimato como una práctica sin límites, para difamar a quien sea, haciéndonos creer que el ejercicio del mismo es un acto de valentía, de ironía, sarcasmo, etc., cuando lo que hay detrás de este es un ocultamiento de la identidad que toma posición de ventaja frente a todos los demás que sí dan cuenta de quiénes son; que hacen un uso adecuado de la palabra en la esfera pública.
El anonimato como recurso para difamar a otros es un acto desleal frente a los principios de equidad y, sobre todo, una forma de denigrar la libertad. Los principios de la libertad están en el renunciamiento que hacemos todos los individuos en una sociedad para construir un marco de funcionamiento racional de convivencia que beneficie a todos y todas. Es una falsedad plantearse una libertad donde cada uno hace lo que le da la gana; es una falacia, ya que existen innumerables vínculos biopsicosociales que nos anteceden y definen como seres humanos y que nos permiten ser seres sociales; basta como ejemplo el propio lenguaje. Invocar a esa falacia de la libertad sin límites es invocar a la irracionalidad de la explotación y el engaño de una ‘sociedad justa’ sustentada en el libre mercado. Sin la satisfacción básica de las necesidades primarias para la vida no existe libertad.
Por eso el anonimato en un mundo globalizado y con alta interdependencia comunicativa no es más que un acto de encubrimiento, de ataque contra la ética colectiva. Donde se quiere hacer uso del anonimato con intención política es dar valor a algo que lo carece de principio y que atenta contra la propia democracia. La democracia exige identidad, memoria e historia.
La redención de las mayorías oprimidas no se ha dado desde el anonimato, por el contrario, ha venido de ellas mismas; siempre recordando los nombres de las víctimas y los victimarios. Reivindicar el anonimato es alimentar el olvido, el miedo, la tortura. Debemos ofendernos cuando se hace uso del mismo para silenciarnos.
Las dictaduras fascistas son ejemplo de anonimato que martirizó a miles y los desapareció. La lucha por saber sus nombres, quiénes fueron, dónde están sus hijos, es un ejemplo de valentía y de libertad. El anonimato no contribuye a la democratización de una sociedad. No contribuye al reconocimiento justo y necesario para combatir las inequidades y las desigualdades.
El capitalismo financiero es otro ejemplo de anonimato perverso. Miles de fondos especulativos, buitres, anónimos; deudas externas ilegítimas, que se juegan en las bolsas del mundo sin control violando los derechos humanos por doquier. Debemos reivindicar la identidad de lo que somos para no permitir nunca más el olvido de la explotación.