Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Te escribo estas líneas, hermano Raymond, porque te he sentido inquieto y desasosegado en la entrevista que concediste a France2 hace unos días. No me parece ni caritativo, ni inteligente, arremeter así contra el papa Francisco. Ya te vimos nervioso y levantisco en el Sínodo de las Familias promovido por un papa Francisco esperanzado en que sus colaboradores, -y tú lo eres, eximio, como cardenal de la Iglesia de Roma-, lo ayudarían a encontrar salidas a graves problemas de índole moral que la comunidad eclesial tiene planteados. Te digo, con el corazón en el pecho, y teniendo en cuenta que tú eres uno de los más grandes especialistas teóricos en Derecho Canónico y en Teología Moral, que nuestra Fe, en sí misma, no es una moral, ni una ética. Es el descubrimiento de haber sido llamados por el Señor Jesús, y de poner en Él nuestra vida y nuestra Salvación.
Te recuerdo, con todo respeto, que San Pablo nos dice “porque si nuestra conciencia nos remuerde tenemos a Alguien que es mayor que nuestra conciencia”. Ésta, y otras frases y palabras de Jesús en el Evangelio, con convencen de algo que no todos han admitido, y admiten, en la Iglesia: que aunque la moral sea patrimonio de todos los hombres, y los diez mandamientos fruto de la conciencia humana dirigida por lo que algunos llaman “ley natural”, la Fe en Cristo nos ofrece algo mucho más alto, más seguro, más divino, y, por eso, menos quebradizo. No quieras enmendar la plana al Señor, aunque seas cardenal. Él busca a la oveja perdida, y afirma que “al que poco se le perdona, poco ama”. No pongas obstáculos a que sean muchos los perdonados, y, por tanto, pueda crecer más el amor en la Iglesia, y en el mundo.
Es conmovedor contemplar cómo en la Iglesia se alojan personas, que, como tú, dais más importancia a las normas, leyes y principios, que al amor, al perdón, a la comprensión y misericordia, o a la dulzura en el trato con pecadores, desviados del buen camino, o huidizos de los brazos del Padre. A los que sois de este estilo os convendrá recordar las parábolas de la oveja perdida o del hijo pródigo. Lo que sucede, y esto es muy grave y muy malo, es que muchos olvidan que “la verdad, el camino y la vida” no nos llegan a los creyentes a través de las ideas filosóficas y morales dominantes, o tradicionales (“¡ay de vosotros, fariseos hipócritas, que abandonáis la palabra de Dios para atender a vuestras tradiciones”). No dependemos de una moral oficial y rígida, sino de la Palabra y las actitudes de Jesús, algo que ¿grandes? cerebros en a Iglesia parecen olvidar.
No lleves a mal que el Papa te haya relegado a un puesto casi simbólico, como presidente de la Orden de Malta. Sabes que el Sumo Pontífice tiene poder para hacerte mucho más daño en tu amor propio y en tu legítima autoestima. Da gracias al Señor de que tenemos un papa al que no le incomoda tanto, sino solo lo suficiente, que un cardenal importante, como tú eras, se levante abierta y públicamente contra él. No sé si te hubieras atrevido a algo así con un Juan Pablo II, por ejemplo. O contra Benedicto, al que denominas como maestro de la Fe. Y al que has tenido el dudoso gusto de comparar con Francisco. Sabes que en la Iglesia, ¡gracias a Dios!, hay diversidad de opiniones, y no todos, ni la mayoría, pienso, son de tu opinión. Pero esto es algo maravilloso, que también propicia Francisco, la diversidad de opiniones en la comunidad eclesial.
Recibe mi fraternal abrazo, y mis más fervientes deseos de que la Paz del Señor reine en tu corazón.