DOMIMGO 1º DE CUARESMA (A)
(Gn 2,7-9; 3,1-7) La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable.
(Rom 5,12-19) también por la obediencia de uno, todos serán justos.
(Mt 4,1-11) No sólo de pan vive el hambre, sino de toda palabra de Dios.
Toma sin miedo los mandos de tu nave. Trata de descubrir con claridad tu propia meta y desde donde te encuentres, endereza tus pasos hacia ella.
Se nos ha insistido hasta la saciedad que la cuaresma era un tiempo de examen de conciencia para descubrir nuestros fallos, para concienciarnos de que habíamos ofendido a Dios, para sentirnos pecadores. Una vez que descubrimos que estábamos enfangados en la mierda, pedir a Dios que nos sacara de ella y si Dios era reacio a perdonarnos, ahí estaba la muerte de Jesús que nos daba derecho a ese perdón. Pasada la alegría de sentíamos perdonados, llegaba la angustia de volver a fallar. Así año tras años.
Vamos a intentar un enfoque distinto. La cuaresma en un tiempo privilegiado para analizar la trayectoria humana de nuestra vida y descubrir que con demasiada frecuencia nos equivocamos, dando pasos que nos alejan de la meta. No tiene mucho sentido que nos paremos a analizar la piedra en la que tropezamos ni si nos hemos alejado un paso o un kilómetro. Se trata de tomar conciencia de donde nos encontramos y desde ahí, enderezar nuestros pasos hacia la meta.
De lo dicho se desprende, que más importante que mirar hacia tras mortificándonos por los pasos mal dados, es descubrir donde está la meta y comenzar a andar en esa dirección. Lo importante es tomar conciencia clara de donde está la meta. Pero resulta que no puedo saber donde está porque nunca estuve allí. Aquí puede venir en nuestro auxilio la experiencia de otros seres humanos que sí se aproximaron a ella. Para nosotros los cristianos, el hombre que más cerca estuvo de ella es Jesús, por eso es nuestro guía.
Las tentaciones de Jesús y las nuestras, nos advierte de la necesidad de esfuerzo para llegar a la meta. Los animales disponen de un piloto automático que les conduce en todo momento a su propia meta. Al ser humano se le han entregado los mandos de la nave y no tiene más remedio que dirigirla él mismo. No podemos conducir un vehículo manteniendo fijo el volante. Tiene que estar rectificando en cada instante. Tampoco nadie puede conducirlo por nosotros ni siquiera Dios. Es responsabilidad de cada uno.
Las dos primeras tentaciones pretenden convertir a Jesús en oprimido u opresor, a cambio de pan, poder o gloria. Tanto oprimir a otro como dejarse oprimir son ofertas satánicas. La opresión es el único pecado, porque es lo único que nos impide ser humanos. Vamos a analizar las tentaciones de Jesús en lo que tienen de común con las trampas que el placer, con apariencia de bien, tiende a todos los hombres.
A nadie se le ocurrirá hoy tomar el relato del Génesis como un hecho histórico. El pecado de Adán es un mito ancestral. Esto no quiere decir que sea simplemente mentira. El mito, en sentido estricto, es un intento de explicar conflictos vitales del ser humano, que no se puede entender de una manera racional. El relato de Adán y Eva intenta explicar el problema del mal, y lo hace partiendo de las categorías de aquel tiempo.
Tampoco el relato de las tentaciones es una crónica de sucesos. Jesús se retiró muchísimas veces al “desierto” para orar. En esta ocasión se trata de resumir todas las pruebas que tuvo que superar a lo largo de su vida. En Jesús la tentación tiene una connotación especial, porque se plantea la tentación conforme a su situación personal. La talla de su humanidad tiene que darla en relación con la tarea que se le ha encomendado. La “prueba” será cómo desarrollar su mesianismo.
Los posibles tropiezos al recorrer su camino mesiánico, se relatan condensados en un episodio al comienzo de su vida pública, pero resumen la lucha que tuvo que mantener durante toda su vida. A Jesús no le tentó ningún demonio. La tentación es algo inherente a todo ser humano. Por eso es el mejor argumento a favor de su humanidad. Quien no se haya enterado de que la vida es lucha, tiene asegurado el más estrepitoso fracaso.
No se trata de una elección entre el bien y el mal. El ser humano no es el lugar de lucha de dos fuerzas contrarias: el Espíritu y el diablo, el Bien y el Mal. Esa alternativa no es real porque el mal no puede mover la voluntad. Se trata de descubrir lo bueno y lo malo, más allá de las apariencias. La lucha se plantea entre el bien auténtico y el aparente. El plantear una lucha contra el mal no tiene ni pies ni cabeza. Una vez que descubro que algo es malo para mí, no tengo que hacer ningún esfuerzo para vencerlo.
Las tres tentaciones de Jesús no son zancadillas puntuales que el diablo le pone. Se trata de contrarrestar una inercia que, como todo ser humano, tiene que superara. Ni el placer sensible, ni la vanagloria, ni el poder, pueden ser el objetivo último de un ser humano. El poder y las seguridades, como fundamento de una relación con Dios quedan excluidos. El poder podía haber dado eficacia a su mesianismo, pero no llevaría la libertad al hombre. La salvación tiene que llegar al hombre desde dentro de sí mismo. Cualquier clase de coacción desde fuera impediría su desarrollo humano.
No necesitamos ningún enemigo que nos complique la vida. Somos lo bastante complicados para meterse solitos en esos berenjenales. La tentación es inherente al ser humano. En cuanto surge la inteligencia y el ser humano tiene capacidad de conocer dos metas a la vez, no tiene más remedio que elegir. Como el conocimiento es limitado, puede equivocarse y, adhiriéndose a lo que creía bueno, se encuentra con lo que es malo. Si esto no lo tenemos claro, pondremos el fallo en la voluntad que elige el mal, lo cual en imposible. Una vez que hemos planteado mal el problema, no tiene solución.
Si el problema no está en la voluntad, no se podrá resolver con voluntarismo. Aquí está una de las causas de nuestro fracaso en la lucha contra el pecado. Si el problema es de entendimiento, solo se podrá resolver por el conocimiento. Mi tarea será descubrir lo que es bueno o es malo para mí. Ese “para mí”, se refiere a mi verdadero ser, no al yo egoísta e individualista. Ni siquiera podemos esperar de Dios que me saque del dilema. Lo que Dios quiere es que llegue a la plenitud. El camino para alcanzarla debo descubrirlo yo.
El garantizar la existencia de cada individuo y de la especie, ha sido el objetivo de todo progreso evolutivo. Esos logros han quedado gravados en nuestro ADN, y siguen marcando el objetivo del ser vivo (piloto automático). La inteligencia ha abierto otras posibilidades de ser, pero no ha anulado el cúmulo de información almacenado en nuestros genes. Nuestra “tentación” consiste en mantener como meta la que nos da la biología, renunciando a tomar los mandos que nos lleven a una meta más alta.
En nuestra sociedad tendemos a considerar como bueno lo que la mayoría acepta como tal. El esfuerzo por alcanzar una verdadera humanidad es todavía una actitud de minorías. A través de la historia humana, han sido muy pocos los que han manifestado con su vida una plenitud humana. La mejor prueba es que los consideramos seres extraordinarios. La mayoría de los mortales nos contentamos con vivir cómodamente sin valorar el esfuerzo por llegar a ser algo más. Aquí el valor de la democracia queda muy relativizado.
El “está escrito”, repetido por tres veces, tiene un profundo significado. Adán y Eva pretendieron ser ellos los dueños del bien y del mal, es decir, que sea bueno lo que yo determine como tal y que sea malo lo que yo quiero que lo sea. Es la constante tentación de todo ser humano. Cuando Jesús repite por tres veces: está escrito, reconoce que no depende de él lo que está bien o lo que está mal, está determinado, no por una voluntad externa de Dios, sino por la misma naturaleza del ser.