Desde sus orígenes, Alianza País ha sido una coalición de facciones e intereses diversos. Los grandes movimientos nacionales suelen tener esa composición. En el Alfarismo confluían oligarcas, radicales negros y hasta gobernadores de indios con su agenda agraria bajo el brazo. En cada coyuntura las disputas al interior del movimiento popular marcan el sentido de decisiones fundamentales sin eliminar sus contradicciones internas. El proceso constituyente de 2007-2008 fue hegemonizado por las agendas democráticas que resistieron al neoliberalismo en los 90. De tales facciones surge Augusto Barrera. Su elección como alcalde en 2009 y su gestión municipal han estado marcadas por esa agenda política.
¿Cómo es entonces que ahora, a pocos días de las elecciones locales, hay tanta indecisión y el candidato de la recomposición neoliberal parece tener oxígeno?
Varias imágenes vienen a la mente. La primera: la siempre incierta masa de votantes que aún desconfía de la política, de los partidos y de toda gestión de lo público, y que se inclina, con candidez, por la opción de la anti-política.
La segunda: las izquierdas que resistieron al neoliberalismo y entraron a disputar el poder desde la certeza de sus ideales más puros y que, al no haber podido sostener alternativas reales de cambio, se replegaron a lo familiar, a la academia, a las ONG, al tuit desenfrenado y ahora parece diluirse en la complacencia con el candidato de los chocolates.
La tercera: una ciudadanía que, luego de conectarse con ideas potentes como Yasuní-ITT, la posibilidad de despenalizar el aborto o de expandir la crítica pública sin limitaciones, se ve desconcertada ante ciertas decisiones del nuevo gobierno de la Revolución Ciudadana.
Así, las vacilaciones de la cultura radical y las dudas del ciudadano desconfiado hacen crecer al candidato que juega a borrar las huellas de los grandes intereses que lo sostienen. Su candidatura, sin embargo, no es inofensiva y va más allá de la búsqueda de otra administración para la ciudad.
Que quede claro: para Rodas, Quito es apenas un trampolín dentro de un proyecto anti-popular de mayor envergadura. El modo en que España, Grecia o Italia resuelven hoy la crisis económica -pulverizando el empleo, la seguridad social, la política de bienestar- es el espejo en que podemos ver la voracidad de las oligarquías cuando recuperen el poder.
Este no es entonces el momento para que los sectores democráticos, populares y progresistas reiteren su distancia o se instalen en la diferencia cómplice con el candidato-maniquí de las corporaciones y del capital inmobiliario-especulativo. La fácil apuesta – “los enemigos de mis enemigos son mi amigos”- suele acabar en coaliciones malformadas y enormes frustraciones colectivas.
Estas elecciones son un momento crucial en la disputa por el derecho a la ciudad. Aunque hay mucho que profundizar, el sentido de dicho proyecto está contenido en las políticas de la primera administración de Barrera: la legalización de barrios populares y la titulación de tierras rompen con el círculo vicioso de traficantes de tierras y especuladores inmobiliarios; el Metro y la promoción del crecimiento vertical con vivienda masiva tensionan la política colonizadora que arroja a las periferias a las clases populares y usurpa las tierras de las comunidades; la proliferación de espacios públicos (Qmandá, parques metropolitanos, bulevares, centros barriales de desarrollo cultural, etc.) ofrece a la sociedad la opción de reconocerse como habitantes de una ciudad policlasista, cosmopolita e intercultural.
Tales signos son contrarios al proyecto de la ciudad amurallada y las urbanizaciones privadas, donde Rodas, Durán-Barba, Lasso y cía., celebrarían su victoria –y sus futuras ganancias- si no vemos con desprendimiento y sentido autocrítico la complejidad del momento.
Tania Hermida – Valeria coronel – Franklin Ramírez Gallegos
Paco Salazar Larrea – Lisandra Rivera – Santiago Ortiz – Juan Carlos Donoso Gómez