MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

martes, 18 de marzo de 2014

Todos somos iglesia (P. Zabala)


[El Blog de X. Pikaza] Desde hace tiempo (1985) se extiende el movimiento "Somos Iglesia", empezando por Austria, USA, Alemania... un movimiento que busca la integración de la mujer en los ministerios de la vida católica, con una nueva visión de la moral de género y con una presencia igualitaria de los laicos en las diversas instituciones eclesiales.

P. Zabala, amigo y colaborador de este blog, sitúa hoy el tema en un contexto más amplio, para afiermar que "todos somos Iglesia", no sólo las mujeres que dicen "Somos Iglesia", sino también los obispos y presbíteros, con otros grupos más o menos organizados de seguidores de Jesús. Somos iglesia todos los que formamos parte de un "pueblo" que se inspira en los principios del movimiento de Jesús.

Buena es es la reflexión de P. Zabala, y muy apropiada para un momento como el nuestro, cuando se produce el relevo de la "vieja guardia" de la "cúpula" de la Conferencia episcopal española, que ocupa las páginas de muchos medios de comunicación, como si ellos, los obispos fueran en sí la Iglesia y los demás unos meros subordinados. Éstos son, para decirlo con palabra de Mt 18 (el primer gran organigrama eclesial del NT), los principios de la pertenencia eclesial:


-- Iglesia son (somos) todos los que acogemos la Palabra y Camino de Jesús, para así recorrer con él la vida... en diálogo hecho de respeto y de esperanza. Por eso, cuando se dice Iglesia no se puede empezar pensando en el Vaticano, ni en los obispos y los curas, sino en las comunidades cristianas. Esto no es "empezar desde abajo", sino estar en la realidad del evangelio, ser fieles a ella.

-- La Iglesia no es un pueblo desarticulado, sino un conjunto de hombres y mujeres que se vinculan por la palabra y el pan. Son iglesia aquellos que dialogan entre sí a partir del evangelio en el que creen; aquellos que así se conocen y comparten un ideal de vida). Iglesia son los que comparten el pan de la vida en recuerdo de Jesús... Iglesia somos todos los que creemos unos en los otros, compartiendo así palabra y vida.

-- La iglesia puede y debe tener sus ministerios..., es decir, personas a las que confía de un modo especial la animación, en línea de palabra y pan. Pero esos animadores y ministros no están por encima de los otros (del pueblo cristiano), sino a su servicio. No son más (=maestros), sino menos (ministros)... y así viven y realizan por un tiempo un ministerio de evangelio.

-- La Iglesia es una institución de perdón y de acogida mutua. Por eso, rompen la Iglesia aquellos que no perdonan, que no acogen a los otros... y, sobre todo, aquellos que se quieren elevar sobre el resto de los creyentes, diciendo que ellos son los dirigentes superiores, los padres y maestros, pues según el evangelio (Mt 23), en la Iglesia sólo hay un Padre (el de los cielos...) " y vosotros todos sois hermanos...".

-- Rompen, pues, la Iglesia aquellos que ofenden a los demás, que no les dejan ser y les acallan..., aquellos que quieren ser sólo ellos mismos, rompiendo de esa forma los puentes del diálogo en amor y esperanza.

Todos somos Iglesia, todos somos humanidad, como decía un personaje de P. Terencio el Africano: Homo sum, humani nihil a me alienum puto (hombre soy; nada humano me es ajeno), para destacar así su solidaridad con todos. Nada me debe ser ajeno, pero hay muchas cosas que no entiendo, y que me gustaría cambiar .

Pedro Zabala: Todos somos Iglesia

Formamos la Iglesia de Cristo todos los bautizados que nos hemos comprometido en seguir al Señor. Y estamos muchos y muy variados. Están los clericalizados, que se empeñan en colocar las decisiones de la jerarquía, el catecismo y el derecho canónico por encima incluso del propio Evangelio. Luego, los que se atreven a pensar por libre, pues se atreven a discernir y, aun con el riesgo de equivocarse -¿acaso no lo hay también en decir siempre amén? - se atreven a seguir los dictados de su conciencia. Con todas las gamas intermedias que hay que reconocer. Están los que piensan que para ser católicos hay que ser derechas con el equivalente de quienes piensan lo contrario: que hay que ser de izquierdas. ¿No está el distintivo del cristiano en apostar por los últimos y no tanto en adscribirse a una ideología política que tantas veces por conseguir el poder ha traicionado aquello que decían defender?.

Dentro de nuestra Iglesia, se hallan los que consideran que lo importante son los templos, las imágenes, las devociones populares y consideran cualquier ataque o profanación contra ellos como una ofensa sacrílega que debe ser castigada penalmente. Pero, no faltan los que creen que el auténtico sacrilegio es la existencia de víctimas -asesinadas, torturadas, violadas, hambrientas, perseguidas...- y su impunidad. No podemos ignorar que también están los que ven en los emigrantes sin papeles a gentes de los que hay que defenderse o los que encuentran en ellos la imagen de Cristo al que hay que acoger.

Sí, dentro de nuestra Iglesia vemos los que se acogen ciegamente a la indisolubidad del matrimonio, ciegos al sufrimiento que causan los fracasos en esta materia, tanto para con los cónyuges como para con los hijos, cuando persisten en una relación rota porque no ha habido o se ha evaporado el amor. E insisten en el daño que a la prole causa la separación o el divorcio (salvo que sea un conflicto en que los hijos se usan como arma arrojadiza contra la otra parte), como si fuera equiparable al que sufren cuando el matrimonio se ha ído al garete. O los que reconocen ese sufrimiento y comprenden la solución que esas parejas angustiadas toman ante su conciencia.

Están los que no entienden la realidad de la homosexualidad. Ahora han un dado un paso y distinguen entre el serlo y el practicarlo. Aquello sería una desgracia o una enfermedad, pero la conducta homosexual, para ellos, sigue siendo un pecado nefando, contra natura. Y en el reconocimiento de las uniones o matrimonios gay un ataque directo contra la familia. También, los que acogen comprensivamente esa realidad humana, se inclina ante el sufrimiento de muchos de ellos y condenan la mentalidad, las actitudes y las legislaciones homófobas.

Todos coinciden en que el aborto no puede ser un derecho. Pero, mientras unos se aferran al dogma de que hay persona desde el momento en que el óvulo es fecundado, otros entienden que el proceso de hominización dura unas semanas y durante ese plazo la semilla se va convirtiendo paulatinamente en persona, por la que la interrupción voluntaria del embarazo no puede tener la misma calificación moral antes que después y que puede haber motivos graves que expliquen prudencialmente su despenalización.

Unos prefieren vivir bien guarnecidos en el redil, con fuertes muros que los aíslen, mientra que otros son gente de frontera -de periferia, como gusta repetir el Papa Francisco- y les gustaría derribar las murallas defensivas y abrirse al mundo y a las culturas que en él se dan. Aquellos reciben cualquier crítica, sea en temas como la pederastia como cualquier otro, como un ataque contra la misma Iglesia y están los que que las analizan, ven qué parte de razón tienen, reconocen la parte de verdad que contienen, piden perdón, exigen se repare el daño causado y si son delitos que se entreguen a los culpables y a sus encubridores a los tribunales de justicia.

Cierto que que dentro hay los que proclaman que la ideología de género es un ataque a la realidad complementaria de los dos sexos tal como los creó el Señor. Y los que sostienen que esa postura es otra ideología de género, patriarcal o machista, que justifica la subordinación tradicional de la mujer en todas las áreas donde se toman decisiones, sociales o institucionales: sobre todo en la misma Iglesia. La postura de estos últimos conlleva una crítica y una propuesta de cambio al actual modelo de sacerdocio, de ser un poder impuesto sobre la comunidad, a proceder y formar parte de la misma, en forma permanente o temporal, pudiendo desempeñar ese puesto, tanto varones como mujeres, sin distingo de estados civiles.

Pero unos y otros, con todas pluralidades, mientras quieran seguir unidos al resto de los seguidores de Jesús, formamos la Iglesia. No podemos desconocer la existencia de quienes ha optado por marcharse: o por creer que se ha roto con la tradición y se ha abandonado en aras de un falso ecumenismo el principio seguro de que fuera de la Iglesia no hay salvación o, por el contrario, por entender que que hay demasiado inmovilismo y oscurantismo dentro de las estructuras eclesiales. ¿Pero no es cierto que los que permanecemos dentro, no dejamos de ser pecadores?. ¿No osamos juzgar la fe de nuestros hermanos?. ¿No quisiéramos imponer nuestra visión al resto?. ¿No es cierto que nos cuesta reconocer los frutos de bondad que atesoran las otras realidades eclesiales?. ¿Por qué nos cuesta tanto perdonar las ofensas, reales o imaginadas, que nos han infringido, dentro y fuera de la Iglesia?. ¿Con qué cara esperamos el perdón del Señor, si nosotros no perdonamos esas ofensas?. ¿Por qué desconfiamos del Perdón que el Abbá de Jesús ofrece incondicionalmente a todos los que no lo rechazan y por qué somos hermanos mayores gruñones que no entendemos que es Señor de la misericordia con los brazos siempre abiertos para todos los pródigos y protestamos de que no les exija previamente condiciones?