MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 9 de febrero de 2014

Parte tu pan con el hambriento


(Is 58,7-10) "Parte tu pan con el hambriento" entonces romperá tu luz.
(1 Cor 2,1-5) "Mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana."
(Mt 5,13-16) "Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?

Las obras demostrarán lo salados que somos. Solo si vivimos iluminados podremos ayudar a los demás a encontrar el camino de la plenitud.

El texto que acabamos de escuchar es continuación de las bienaventuranzas, asignado para el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mt. Es por tanto un texto al que se le quiere dar su importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de extraordinario valor para la vida real del cristiano.

Las parábolas no necesitan explicación ni comentario. Se explican por sí mismas. Exigen, eso sí, una respuesta personal y vital al interrogante que plantean. Si me dejo interpelar por ellas, descubriré una nueva dimensión de la existencia a la que soy invitado. Puede que las de hoy necesiten aclaración de algunos conceptos que se nos pueden escapar, pero la esencia del mensaje sigue llegando a nosotros con toda nitidez.

Las parábolas me coloca ante una alternativa: o seguir como estaba en mi modo de apreciar la realidad, o aceptar esa nueva manera de afrontar la vida que me sugieren. Si pretendo entender la parábola de una forma racional, no me servirá de nada. Las parábolas nos trasmiten la frescura de la enseñanza de Jesús. Las parábolas nos proponen datos simples y cotidianos pero es para llevarnos más allá de lo ordinario. Haber convertido el evangelio en dogmas, nos ha alejado del verdadero mensaje e Jesús.

Aunque la sal y la luz no tienen nada en común, hay un aspecto en el que coinciden. Ninguna de las dos es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. ¡Qué interesante! Resulta que cada uno de nosotros separados de los demás, no somos absolutamente nada. Mi existencia solo tendrá sentido en la medida que pase a formar parte de los demás.

La sal es uno de los minerales más simples, pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Sus propiedades son principalmente dos: Da sabor a las comidas, conserva los alimentos. Partiendo de estas cualidades físicas, tenemos que descubrir el significado espiritual. Cuando se nos exige que seamos sal, se nos está pidiendo que ayudemos a los demás a evitar la corrupción y que les comuniquemos sabor humano.

La sal actúa desde el anonimato. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. No se puede comer directamente. Si no hay comida, la sal es simplemente veneno. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a sí misma. Pero es imprescindible para los demás.

Jesús dice que “sois la sal, la luz”. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Todos tienen derecho a esperar algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo a parte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única historia, el único mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada.

No podemos olvidar un aspecto importante en las parábolas. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela produce luz, pero el aceite o la cera se consumen. Todos estaríamos dispuestos a salar o a dar luz, si con ello se potenciara nuestro “yo”. Es más, muchas veces obramos pensando en el beneficio que puede reportarnos el tratar a los demás con humanidad.

Las obras de misericordia, que después te van a pagar con creces en el más allá, son exactamente lo contrario de lo que nos dice el evangelio. Los cristianos hemos contribuido más a quitar sabor a la vida que a dárselo; a mantener la oscuridad que a iluminar. No nos hemos presentado como los que saben sacar jugo a la vida y ayudar a los demás a sacárselo. Nuestro anuncia ha sido muy triste noticia para los demás.

“pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salara? No sirve más que para tirarla y que la pise la gente”, no es fácil de entender para nosotros hoy. La sal no puede volverse sosa. Parece ser que la sal se utilizaba como material refractario en los hornos de cocer el pan. Colocaban dentro del horno placas de sal para conservar el calor. Pero esas placas con el uso perdían su virtualidad y tenía que ser reemplazadas. Los restos de las placas retiradas se tiraban a los caminos para compactar la tierra.

El tema de la luz es muy frecuente en el AT. Partiendo de un dato experimental se descubre su importancia para el desarrollo de la vida. No sólo porque la luz es imprescindible para la vida, sino porque el ser humano no podría desenvolverse en la oscuridad. De ahí que la luz se haya convertido en el símbolo de la misma vida y todo lo que la rodea. Así como la oscuridad se ha convertido en el símbolo de la muerte.

Cuando se nos pide que seamos luz del mundo, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz. Solo si vivo a tope, puedo ayudar a los demás a desarrollar su propia vida. Ser luz, significa poner todo nuestro bagaje espiritual al servicio de los demás.

Pero, como en el caso de la sal, debemos de tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. La luz que aportamos debe estar al servicio del otro, es decir, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Si alguien sale de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con excesivas trascendencias y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminara la vida real de cada día.

No sé si hemos caído en la cuenta de que no se nos pide salar o iluminar, sino ser sal, ser luz. El matiz tiene su importancia. La tarea fundamental de cada uno está dentro de él mismo, no fuera. La preocupación de cada uno debe ser alcanzar la plenitud humana. Si eres sal, todo lo que toques quedará sazonado. Si eres luz, todo quedará iluminado a tu alrededor. Nos creemos luz y sal, pero sin darnos cuenta de que hemos perdido toda capacidad de salar e iluminar, porque somos sal sosa y luz extinguida.

En el último párrafo de la lectura de hoy hay una enseñanza esclarecedora. ¿Cómo debemos ser sal y luz? “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz para trasmitir el mensaje son las obras. Una actitud verdaderamente evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina muy elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptara nuestra propia ideología o manera de entender la realidad.

Tampoco las obras que son fruto solo de una programación externa, ayudan a los demás a encontrar su propio camino. Solo las obras que son reflejo de una actitud vital auténtica, son cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior, solo puede llegar a los demás a través de las obras. Yo mismo me conoceré solo a través de las obras. Pero también aquí podemos caer en la trampa si son una programación. En la vida religiosa, más que en ningún otro ámbito, es imprescindible la autenticidad.