(Lv 19,1-2.17-18) "Amarás a tu prójimo como a ti mismo"
(Icor 3,16-23) "¿No sabéis, que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?"
(Mt 5,38-48) "Amad a vuestros enemigos."
Nadie es enemigo mío si yo no
quiero. Sin esta premisa, será pura ilusión
pretender cumplir el evangelio.
Sigue Mt en el sermón del monte, con la intención de armonizar el AT
con la predicación de Jesús. Ante la lectura de este evangelio, uno se queda
sin aliento. “No hagáis frente al que os agravia”. “Ama a tu enemigo y reza por
él”. “Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto”. Si repaso detenidamente
estas exigencias, descubriré lo que me falta para cumplirlas como nos pide
Jesús. Tal vez Nietzsche tenía más razón de lo que pensamos, cuando decía:
"Sólo hubo un cristiano y ese murió en la cruz."
Sinceramente creo que la verdadera dimensión cristiana está aún por
inaugurar. Hemos construido miles de templos; hemos llevado la cruz a todos los
rincones del orbe; hemos elaborado sumas teológicas como para parar un tren;
hemos creado leyes que regulan todos los ámbitos de nuestra existencia; pero el
único principio esencialmente cristiano está olvidado y sin repercusión alguna
en nuestra vida. Parece que nos han colocado el listón tan alto, que hemos
optado por olvidarlo y pasar olímpicamente por debajo.
Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente" Pero yo os digo: no
hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’, fue un intento de superar el
instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha
hecho algún daño. Tenemos asumido que la meta es la justicia, identificada con el
ojo por ojo. Creo que la racionalidad y el jurisdicismo occidental nos impiden
la comprensión del mensaje cristiano. Tenemos
incrustado esta idea, que no nos queda lugar para la visión cristiana
del hombre.
Reclamamos justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos
con horror, que lo que intentamos todos, es hacer de la justicia un instrumento
de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo;
eso sí, dentro de la legalidad y amparados por la sociedad. Los buenos
abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está
de parte del contrario.
Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice
Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra
la injusticia hay que luchar con todas la fuerzas. Tenemos
obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo,
tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es, que nunca
debemos eliminar la injusticia con violencia.
Si tenemos que utilizar la violencia para eliminar una injusticia,
estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No
convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a
otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se esta haciendo un
daño irreparable a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud. Lee este párrafo
una y otra vez; es vital que lo comprendas bien.
Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo" Pero yo os digo: Amad a
vuestros enemigos. Hay que aclarar que para ellos el prójimo era el que
pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El “enemigo” era siempre el
extranjero, que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo.
Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones.
Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas
propuestas es abismal.
¿Por qué tengo que amar al que me está haciendo la puñeta? El camino
para la comprensión de esta norma, es largo y muy penoso. Tenemos que llegar a
él, a través de un proceso de maduración, en el que debemos tomar conciencia
de que todos somos una sola cosa, y que
en realidad, no hay enemigo. En el fondo, el amor al enemigo no es más que una
manifestación del verdadero amor, que por ir en contra del instinto de
conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR.
La dificultad mayor para comprender este amor, está en que confundimos
amor con sentimiento o con instinto. El amor evangélico no es instinto ni
sentimiento. Por lo tanto no podemos espera que sea algo espontáneo. El
verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi
ser biológico y está grabado en los genes. El amor de que estamos hablando es
algo mucho más profundo y también más humano, por lo tanto tiene que estar
originado y orientado por la parte más elevada del nuestro ser.
Enemigo es el que tiene una actitud de animadversión, no el que la sufre. El enemigo no
tiene por qué obtener una respuesta de la misma categoría que su acción. Alguien
puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna
agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca.
Aquí está la clave para superar la aporía. Si le constituyo en enemigo, he
destrozado toda posibilidad de poder amarle.
Un ejemplo puede aclarar lo que quiero decir. En el mar siempre habrá
olas, de mayor o menor tamaño, pero siempre estarán ahí. Al llegar al litoral,
la misma ola puede encontrar la roca o puede encontrarse con la arena. ¡Qué
diferencia! Contra la roca estalla en mil pedazos. Con la arena se encuentra
suavemente y de manera imperceptible. Incluso si la ola es muy potente, en la
arena rompe sobre sí misma y pierde su fiereza.
¿Necesitas explicación? Pues voy a dártela. Los enemigos van a estar
siempre ahí. Pero la manera de encontrarte con ellos dependerá siempre de ti.
Si eres roca el encuentro se manifestará estruendosamente y ambos se dañarán. Si
eres playa todo su potencial queda anulado y llegara hasta ti con la mayor
suavidad. Un detalle, la roca y la arena, están hechas de la misma materia,
solo cambia su aspecto exterior.
Como en el caso de la roca, tu rígida postura lo que hace es potenciar
la fuerza del enemigo, dejando patente su energía. Es lo que espera y lo que
recompensa su actitud. La mejor manera de vengarte del que se acerca a ti como enemigo,
es privarle de esa satisfacción y demostrarle así lo ridículo de todo su poder.
Así seréis hijos de vuestro
Padre… Aquí encontramos una de las
mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el
que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. Viendo al hijo, uno
podía adivinar quién era su padre. También podemos descubrir la idea de Dios
que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual porque su amor no es la
respuesta a unas actitudes o unas acciones sino anterior a toda acción humana.
Dios me ama no porque yo sea bueno sino porque él es bueno.
Imposible de comprender esta exigencia del evangelio mientras sigamos
pensando en un dios que manda a sus enemigos al infierno. En contra de lo que se
nos ha repetido hasta la saciedad, Dios no ama exclusivamente a los buenos,
sino que Él ama infinitamente a todos. De la misma manera, el amor que yo tengo
a los demás, no puede estar originado ni condicionado por lo que el otro es o
tiene, sino por la calidad de mi propio ser. El amor no es respuesta a las
actuaciones o cualidades de un ser; su origen tiene que estar en mí, y solo
afecta al otro como objetivo, como meta.
Si somos incapaces de amar al enemigo, podemos tener la certeza de que
todo lo que nosotros hemos llamado amor, no tiene nada que ver con el
evangelio, y por lo tanto del amor que nos ha exigido Jesús. Es imprescindible
hacer un examen de conciencia para saber de que estamos hablando cuando nos
referimos al amor del evangelio.