Orlando Pérez
Director de El Telégrafo
Bienvenido el debate sobre el Estado y toda su responsabilidad, tensiones, obligaciones y nuevas exigencias, en pleno siglo XXI y en un Ecuador con unas condiciones concretas.
Sorprende que ya no se hable del Estado mínimo o de darle todo el peso al sector privado. Quizá ocurre porque, en este caso, los socialcristianos han administrado el Estado vía municipios y, en su momento como contrapoder, desde la Legislatura.
Hace 2 semanas comentaba sobre la supuesta o real feminización de la política. Sobre el tema hubo algunas reacciones interesantes que si se transcriben aquí no alcanzaría el espacio. Pero hubo una en particular de una feminista que me sorprendió. Decía ella que no importa si son mujeres las candidatas o mandatarias, que lo que importa es cuánto de lo femenino se incluye en su discurso y en su gestión. Al mismo tiempo destacaba que “los socialcristianos optaron por una mujer porque con su líder máximo no tendrían el voto femenino ni juvenil”, pero acotaba que la actual postulante de ese partido “ni es feminista, mucho menos viene de los sectores populares (de hecho ahora ya tiene otra condición económica y social) y por lo mismo no constituye el mejor ejemplo del feminismo en la política porque su recorrido fue en el mejor esquema patriarcal, dominador y subyugante masculino”.
Pero ahora ya surgen los mensajes icónicos de la campaña socialcristiana. El principal viene por el lado de que el Ecuador necesita un “Estado con alma”. A simple vista se descubre quién está detrás de esta campaña, cómo la configura y de qué modo atacará en los próximos meses para consolidar una candidatura y un programa de gobierno.
Entonces, empezaría por reconocer que al fin ponen al Estado como un objeto político válido. En todos los años de la partidocracia, ese Estado no les importó, solo fue una instancia burocrática para la administración de los intereses privados y corporativos de un sector del país. Y no olvidemos que al mismo tiempo, tras salir de la dictadura “nacionalista y revolucionaria” de los setenta, a ese Estado lo redujeron a su mínima expresión.
Si hubo “Estado” fue para perseguir, torturar y desaparecer gente. Eso ya está probado y en alguno que otro caso, juzgado y sentenciado. ¿Y ese Estado tuvo alma? ¿Ese es el Estado que quieren ahora recuperar los socialcristianos?
Si hubo Estado fue para sucretizar la deuda privada; para crear la AGD y con ello asegurar, con recursos estatales, las quiebras privadas de los bancos de la partidocracia; para trasladar dinero público a las empresas vía concesiones a dedo, a las fundaciones regeneradoras y a un sinnúmero de ONG que hacían la labor estatal en supuestas políticas públicas sociales y de caridad o filantropía.
Un Estado está constituido por el Gobierno central y los autónomos descentralizados, además de ciertas entidades autónomas como la Contraloría, la Procuraduría, la Fiscalía, etc. Por tanto, el Estado también son los municipios de Guayaquil, Machala, Quevedo y Quito, entre otros que son del ala derecha del espectro político ecuatoriano. Si es así, quiere decir que en esos municipios no hubo alma tampoco. Y es así en Guayaquil si miramos el comportamiento de los policías metropolitanos o el trato a los barrios que no “caben” en el perímetro urbano durante más de 30 años, pero a donde van a pedir el voto en cada elección y a donde irá ahora su candidata presidencial.
Si ni siquiera —supuestamente— hubo Estado en todos esos y estos años, ¿por qué quieren ahora uno “con alma”? ¿El que tenemos ahora es desalmado, hizo de su trabajo una acción poco social, nada humanitaria y solo en función de un grupo político? ¿Ahora se lo invoca para que constituya un objeto espiritual, celestial o bienaventurado?
La respuesta lógica es que si ahora hay Estado y este ha dado respuestas a los problemas estructurales de la nación no pueden ser ajenos a esa realidad porque la población entiende qué es y para qué sirve un verdadero Estado. Difícilmente escucharemos ahora (a diferencia del contrincante en la derecha con un banco en los paraísos fiscales) una invocación a desaparecer el Estado para favorecer al sector privado. Ya les habrá advertido el mayor consultor de Mauricio Macri que en el imaginario de la gente existe un Estado que atiende a los ciudadanos cuando hay catástrofes, cuando requieren becas, cuando alguien se enferma o cuando simplemente quiere hacer turismo, y para eso cuenta con buenas carreteras y tecnología para movilizarse, además de instituciones sólidas para combatir el crimen organizado y la violencia delincuencial callejera (cosas que nunca pensaron ni construyeron desde la legislatura ni los municipios los líderes socialcristianos).
Y si el eje de la disputa será el de un “Estado con alma” (más allá de lo bonito que suena, de lo agradable para un asesor y marquetero político y de un buen eslogan de campaña) entonces se ha develado, por fin, la razón misma de esta disputa electoral que se definirá el 19 de febrero de 2017.
¿Qué dirá ahora la izquierda liberal y purista que calcula y piensa en aliarse a los socialcristianos? ¿Verán en ese “Estado con alma” sus más profundas realizaciones revolucionarias y “leninistas”? ¿Dónde se colocarán los pachamamistas más excelsos que no creen en ninguna autoridad y solo aceptan la que venga de la divinidad de la naturaleza y de todos sus seres míticos?
Bienvenido el debate sobre el Estado. Saludable ocasión para pensar incluso si estos años se construyó la plataforma para el mayor salto epistemológico e ideológico de la política.