Padre Pedro Pierre
“Si los problemas son nuestros, las soluciones también”. Es el dicho que confirmó una ciudad argentina de 12.000 habitantes para impedir la implantación en su municipio de una de las más grandes empresas mundiales, Monsanto. La lucha duró tres años hasta que dicha empresa renunció a construir la mayor fábrica de semillas transgénicas del mundo.
Monsanto es el nombre de la mayor empresa de producción de semillas: las privatiza para su comercio exclusivo, las transforma genéticamente y las impone cada vez más a los campesinos, hasta controlar la producción de alimentos en todo el mundo. Además, sus productos modificados necesitan de abonos particulares que ella misma produce, y de herbicidas también de su exclusividad. Así sus ganancias son inmensas y la dependencia de los campesinos es completa. Además, no se sabe a largo plazo los daños que pueden producir estas semillas transgénicas sobre la salud humana. Lo que sí es cierto es la desaparición de miles de semillas de alimentos que no logran competir con esa cadena de comercio internacional. La conclusión se llama pérdida de soberanía alimentaria, ya que no son ni los gobiernos ni los campesinos los que deciden qué van a sembrar, producir y comercializar en sus países, sino dicha empresa.
La noticia de que Monsanto tuvo que abandonar la construcción de una de las plantas más grandes del mundo llegó el 1 de agosto con un breve comunicado. La ciudad argentina que ganó la batalla frente a intereses gigantescos que parecían imposibles de derrotar, es Córdoba. Fue posible gracias a la persistente e inquebrantable resistencia popular de vecinos, jóvenes y madres que mantuvieron bloqueada la planta desde 2013.
Se trata de un hecho de enorme trascendencia para todos los pueblos del mundo porque detienen también la producción de abonos y herbicidas que son verdaderos venenos, tanto para la naturaleza como para los humanos. Es un enorme frenazo a la transnacional semillera más grande y resistida del planeta. Además, es un mensaje de aliento a los grupos y los pueblos que en todas partes luchan por la defensa de sus territorios y comunidades, por su vida y la de sus hijas e hijos, a contrapelo de la lógica dominante que intenta convencernos de que son luchas imposibles de ganar. Es una bofetada a todos los que se consideran derrotados antes de emprender cualquier lucha.
Esta victoria nos hace pensar a ese valiente grupo de ciudadanos ecuatorianos de la Amazonía que luchan hace más de 20 años contra los efectos todavía mortíferos de la empresa petrolera Texaco. Llama la atención la poca solidaridad de los ecuatorianos en general con estos, sus conciudadanos. Vergüenza da cuántos almacenes, cuántas personas y cuántas instituciones siguen comercializando, comprando y utilizando productos Texaco. Ojalá nos abra los ojos y nos dé valentía el logro de estos ciudadanos argentinos. Fracasamos por nuestra propia cobardía y nuestra falta de fe en el Dios de la Vida, si todavía creemos que no somos capaces de transformar en posible lo imposible.