Orlando Pérez
Director de El Telégrafo
Cuando
Joaquín Sabina escribió El muro de Berlín, esa canción adquirió un estatus
político frente a una realidad concreta: había desaparecido el bloque
soviético, un politólogo predijo “El fin de la Historia y el último hombre”, y
el neoliberalismo arrancó su loca carrera por la liberalización económica. Y
sabemos dónde terminó todo aquello.
El español Sabina cantó como un gran poeta
al momento trágico de la historia, en una estrofa que muchos repetimos en su
momento como un canto de esperanza antes que de derrota:
“No habrá revolución,
Se acabó la Guerra Fría,
Se suicidó la ideología,
Y uno no sabe si reír o si
llorar
Viendo a Trotsky en Wall Street fumar
La pipa de la paz...”
Y ahora
resulta que en la campaña electoral ecuatoriana desde Jaime Nebot, pasando por
Marcelino Chumpi, llegando hasta algunos prohombres de la izquierda criolla,
hablan del fin de las ideologías, de que no hay derechas ni izquierdas, que
ahora lo que cuenta es un partido llamado Ecuador. Ya no hay Plan Cóndor que
denunciar, ciertos militares vuelven a la Doctrina de Seguridad Nacional y los
empresarios hablan de equidad mientras ponen plata en los paraísos fiscales.
Esta es nuestra “nueva época”.
Pero no, volvimos a los noventa, antes de que
llegue la “oleada” de gobiernos bolivarianos en América Latina y quedaran de
lado esos postulados supuestamente neutrales, puros y castos. No olvidemos que
buena parte de la izquierda mundial, para no sentir vergüenza se autocalificó
de comunista liberal o progresista renovadora, para evitar mostrarse como
socialista o revolucionaria.
Por eso adquiría un hondo significado el verso de
la misma canción del viejo Sabina:
“Ha vuelto Rasputín,
Se acabó la Guerra
Fría,
¡que viva la gastronomía!
Y uno no sabe si reír o si llorar
Viendo a
Rambo en Bucarest fumar
La pipa de la paz...”
Por eso, ¿ahora en Ecuador ya no
habrá ‘guerra fría’, ni polarización y menos aún diferencias ideológicas o
derechas o izquierdas porque cierto ‘Rasputín’ ha vuelto al terreno de la
política electoral, dejando su alcaldía a un lado para impulsar la candidatura
de su ‘delfina’ o ‘cachorra’? ¿El populismo quedará atrás y seremos testigos de
la apertura de las anchas avenidas al mundo blanco, neutro, casi celestial,
bajo la égida de nuevos próceres dispuestos a devolver sus bienes de los
paraísos fiscales con tal de reivindicar a la empresa privada, el libre
mercado, la comunicación libre e independiente y a un gobierno al servicio de
los “grandes intereses nacionales”?
Incluso, como ha prometido un banquero, se
creará una comisión de la verdad sin haber antes dicho ni pío de la otra que
reveló esos crímenes de lesa humanidad que para cierta izquierda y algunos
periodistas no existen porque no hay cómo tocar ni con el pétalo de una rosa a
determinados militares y policías. ¿Cómo van a tocar a esos acusados de
semejantes delitos si no tienen ningún problema en reunirse en Miami o
Washington con Gustavo Lemus, sentarse en la misma mesa, y hablar el mismo
lenguaje político? ¿Jamás se sancionará a quienes desaparecieron a los hermanos
Restrepo y a Gustavo Garzón?
De ganar las próximas elecciones la derecha
desideologizada (aquella que ahora cree en un “Estado con alma”, la misma que
hace negocios sin ideas, solo con billetes) fumaremos la pipa de la paz, todos
seremos felices y comeremos perdices hasta las calendas griegas.
En conclusión,
volveremos a los noventa con toda su carga de perversidades justificadas por
los intelectuales arrepentidos y avergonzados de haber militado en la
izquierda. Y eso no es lo más grave, pues ya pasó y sabemos a dónde nos
condujo. Lo grave es que ahora, bajo el pretexto de “desmontar el correísmo”,
esos mismos intelectuales, académicos, rectores de universidades, directores de
ONG ambientalistas, defensores de los derechos humanos, abogados ‘progres’ y
uno que otro periodista plieguen al sofisma de que un socialcristiano cree en
la igualdad social y en el respeto a los derechos humanos, un banquero en la
distribución de la riqueza o un socialdemócrata en la transformación de las
estructuras profundas del capitalismo.
Salvo que ahora algunos de ellos que
erigieron a Mauricio Rodas como el gran líder de la ‘nueva época’ se dieron
cuenta de su grave error y antes de mancharse con su defensa lo critican sin
hacer un mea culpa de todo lo que callaron y auparon durante estos dos últimos
años.
Mejor es responder a todo esto con El necio, la canción de Silvio
Rodríguez, aunque nos digan nostálgicos, sesenteros, trasnochados o cualquier
otra cosa:
“Yo quiero seguir jugando a lo perdido,
yo quiero ser a la zurda más
que diestro,
yo quiero hacer un congreso del unido,
yo quiero rezar a fondo un
hijo nuestro.
Dirán que pasó de moda la locura,
dirán que la gente es mala y no
merece,
mas yo seguiré soñando travesuras
(acaso multiplicar panes y peces).
Yo
no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
allá dios, que será
divino,
yo me muero como viví,
yo me muero como viví...”