Pedro Pierre
Conocemos la canción que dice: “El mundo está cambiando y cambiará más”… Revisemos si vivimos según nos lo exige nuestra época.
Al nivel personal, ¿hemos logrado ser personas más libres, es decir,
más dignas: más libres de la publicidad y de la televisión, más libres
de las modas pasajeras, más libres de la comida chatarra, más libres de
las pastillas químicas, más libres del deporte ‘opio del pueblo’ por
adormecernos, más libres del ‘consumismo que nos consume’…? Más libres
para ser más solidarios, porque no hay libertad donde no hay
solidaridad.
Al nivel colectivo, ¿hemos logrado construir juntos más dignidad, más
fraternidad, más justicia? O, ¿nos hemos quedado individualistas como
siempre, pesimistas empedernidos, pasivos como el oso dormilón,
amargados de todo y de nada? Porque no hay crecimiento personal sin
decisión, sin acción, sin crecimiento colectivo. ¿Es para nosotros el
poder popular una palabra vacía o la satisfacción de una lucha
mancomunada para vivir juntos? Pan, sí, pero en comunidad. Techo, sí,
pero en comunidad. Empleo, sí, pero en comunidad… a fin de dar la vuelta
-es el sentido de la palabra ‘revolución’- al programa neoliberal
todavía demasiado presente entre nosotros.
Al nivel del país, ¿cómo estamos construyendo desde nuestra casa y
nuestras relaciones de vecindad la revolución ciudadana del Bien Vivir?
¿Desgastamos menos plástico para combatir el necro-combustible que nutre
los carros, pero nos olvidamos de satisfacer el hambre de las personas?
¿Reciclamos y hacemos abono natural con la gran cantidad de basura
orgánica que desechamos a fin de combatir el desastre de la minería a
gran escala, tanto petrolera como metálica? ¿Nos hemos solidarizado con
Venezuela que la derecha nacional -aquí y allá- e internacional quiere
ahogar por ser una República Bolivariana y Socialista?
Al nivel religioso, ¿estamos integrando la ‘Iglesia de los Pobres’
soñada por el papa Juan 23 hace 50 años y confirmada recién por el papa
Francisco? ¿Somos los cristianos comunidades misioneras que construimos
el Reino como sociedad nueva en los distintos espacios que atraviesa
nuestra existencia cotidiana? O, ¿hemos perdido la ternura por la vida,
la fraternidad sin frontera -hasta Siria, por ejemplo- y la comunión con
la Madre Tierra? Hace falta regresar a la compañía serena y rebelde del
Jesús de Nazaret y al ejemplo radical y normativo de las primeras
comunidades cristianas. Entonces estaremos saliendo de 30 años de
‘invierno eclesial’.
“¡A vivir de otra manera!” se ha dicho: ¡Bendito sea Dios!