Juan Arias
La Iglesia ha sido más rápida que el mundo político. Ambos estaban hasta ayer en profunda crisis de identidad.
La Iglesia hundida en sus escándalos vaticanos y convertida en un
“fósil”, en expresión dura del teólogo brasileño Leonardo Boff, con sus
iglesias vendidas para convertirlas en salas de fiestas nocturnas y los
confesionarios en muebles bar.
Y el mundo político se encuentra perdido en una profunda crisis, no
sólo económica sino también de valores, huérfano de liderazgo, en plena
revuelta civilizatoria sin saber por donde tirar.
Ambas instituciones, la religiosa y la laica, se arrastran sin
horizontes para sus jóvenes generaciones, dando palos de ciego.
En ese panorama, la Iglesia, con sus dos mil años de historia, sus
santos y demonios, sus inquisiciones y sus mártires de la caridad, ha conseguido encontrar un líder mundial cuando empezaba a resbalar por el barranco de
la desesperanza.
Y lo ha hecho a través de un puñado de cardenales, la mayoría ancianos
y conservadores, reunidos durante dos semanas en Roma, sin grandes alharacas y
revestidos de misterios y secreto, pero que
se dieron cuenta que el eje del mundo ha cambiado, ya no es Europa, sino que se ha trasladado a
los países emergentes. La Iglesia acabó
viéndolo y se fue a buscar el nuevo líder a las Américas.
"Me buscaron muy lejos", subrayó significativamente el papa
Francisco al aparecer en el balcón la tarde de su elección.
El papa Francisco, que sigue llamándose sacerdote y obispo, no papa, se
ha convertido, en menos de un mes al mando de la nave Iglesia, en el personaje
más en vistas del planeta, como un día lo fueron un Gandhi o un Luther King.
Con un puñado de gestos simbólicos,
ha dado rienda suelta a una auténtica revolución religiosa y
política que empieza a resonar más allá
de la misma Iglesia.
¿Y el mundo político qué está esperando?
Una vez Stalin preguntó cuantos ejércitos tenía el papa de Roma.
Hablaba de armas, pero la
Iglesia es un ejército con otras armas en sus manos, que empezaban a
oxidársele: es una institución, a pesar
del peso de errores que arrastra, de las mejor organizadas del mundo, que
cuenta con la friolera de
- 1.200 millones de fieles,
- un ejército de más de 1.000.000 de sacerdotes y religiosos,
- con 114.736 instituciones asistenciales en el mundo;
- 5.246 hospitales;
- 74.000 dispensarios y leproserías;
- 15,208 residencias de ancianos incurables;
- 1.046 universidades;
- 205.000 colegios;
- 70.000 asilos nido con 7.000.000 de alumnos;
- 687.282 centros sociales y
- 131 centros de personas con sida en 41 países.
Una vez el líder comunista italiano Enrico Berlinguer, que no era
creyente pero acompañaba los domingos a misa, a su mujer e hijos que si lo
eran, a los que esperaba en la puerta de la Iglesia, solía decir:“Si nosotros
los comunistas tuviésemos a un millón de mujeres y hombres, como las monjas y
religiosos católicos, con voto de obediencia y dispuestos a cualquier
sacrificio, haríamos una verdadera revolución social”.
- Y es esa revolución social la que el nuevo papa Francisco ha empezado a llevar a cabo en la Iglesia y
que el mundo político parece incapaz de
hacerla, sumergido en sus recetas de sacrificios y recortes a los más débiles,
mientras se multiplica como una cizaña maligna, la corrupción de políticos y
banqueros.
Si al mundo de hoy le falta un gran líder, capaz de devolver esperanza
y abrir nuevos horizontes a una sociedad desencantada y en ruinas, la Iglesia parece haberlo encontrado.
Y no un líder encerrado en sus rezos, con una visión arcaica y
autoritaria de la fe, sino alguien que ha pedido a los soldados de ese ejército
hoy bajo su mando, que dejen de ser
“coleccionadores de antigüedades” y cultivadores de “teologías narcisistas”
y se vayan a manchar sus pies con el
barro “de las periferias del mundo”,
donde se encuentran los más explotados por el poder.
Un jesuita que posee “racionalidad y fe”, como afirman quienes le
conocen de cerca, que además de teología ha estudiado psicología y literatura,
y que al mismo tiempo ha escogido como símbolo papal un “corazón
franciscano”, puede llegar a ser más que
un mero líder espiritual de una Iglesia.
Sus antecedentes como arzobispo y cardenal de Buenos Aires y sus
primeros gestos de desapego a las apariencias y símbolos del poder vaticano
para poner su énfasis en una Iglesia que
debe ser “pobre y para los pobres”, lo
están ya convirtiendo también en una referencia política y social del mundo.
Es justamente el mundo el que está entendiendo - de ahí la perplejidad
y hasta miedo de ciertos políticos - que el papa Francisco, no es sólo un
religioso que se contentará con lavar los píes a los pobres y visitar favelas.
Los poderosos han empezado a entender que apostar por los desheredados de la Tierra, por la escoria del mundo, por los desahuciados, no sólo para
consolarlos,sino también para elevarles social y culturalmente, para despertar en ellos la fuerza de su
dignidad como personas, sus derechos y
su espíritu crítico, equivale a una
nueva revolución mundial.
Y que su mentor puede acabar siendo más que un mero líder espiritual.
El papa Francisco le dice al rabino judío argentino Skorka, en su libro
Entre el cielo y la tierra que a él “le gusta la política”, concebida como
"la fuerza responsable del bienestar de la gente".
Le cuenta que cuando se encuentra con agnósticos y ateos “no les habla
de Dios”, sino que les pregunta si están dispuestos a empeñarse en la lucha
contra las injusticias perpetradas contra los más desamparados del sistema, ya
que eso le basta. “Sólo les hablo de Dios si ellos me hablan”, comenta.
A una madre que desesperada, se le quejaba, en Buenos Aires, de que su
hijo joven había abandonado la fe, el entonces cardenal Bergoglio, le preguntó:
- “¿Sigue su hijo siendo una buena persona que se interesa por los
demás?”
- La mujer le dijo que sí.
- “Entonces quédese tranquila. Su hijo sigue creyendo en lo que debe
creer”, la consoló.
Un líder así, puede crear esperanza en unos y temores en otros, ya que
está pidiendo a una Iglesia anquilosada y en buena parte aburguesada, que salga
de la retaguardia para ir a combatir a la primera línea del frente, puede
acabar convirtiéndose en una referencia mundial de lo que el teólogo Boff llama
“un liderazgo no autoritario, de valores universales en el que lo importante no
es ya la institución Iglesia sino la humanidad y la civilización que hoy pueden
ser destruidas”.
Como un día surgieron líderes capaces de sacudir al mundo como Gandhi,
Luther King o Mandela, entre otros, es posible que a esa lista de líderes
contra la violencia y contra las discriminaciones de los diferentes, haya que
añadir pronto al papa Francisco.
Eso si le dejan actuar en paz, sin blindarle en los palacios vaticanos,
que por ahora ha descartado, impidiéndole de acercarse y de escuchar demasiado
a la gente.
En Brasil, para el viaje a Río del papa, el próximo julio, con motivo
de la Jornada Mundial de la Juventud, las autoridades le han preparado un
blindaje de 750 policías civiles y militares para proteger su vida, y que le
acompañarán día y noche.
No será fácil, sin embargo, blindar del todo a un papa que ha pedido a
los sacerdotes del mundo entero que no tengan miedo de "perder la propia
vida”, si su empeño social y religioso se lo exigiera.
Jesús fue crucificado con poco más de 30 años. Los primeros cristianos,
apóstoles, obispos y papas acabaron todos mártires de su fe y de su
desobediencia al poder que les pedía que se arrodillase ante él.
El viernes santo pasado, el papa Francisco se echó en la Iglesia de bruces al suelo en
adoración no a los poderes del mundo. -
Lo hizo en señal de fidelidad a aquel Jesús que predicaba que - “quien defiende
la propia vida la perderá” y que los
"que se humillan serán ensalzados".
Los cobardes, al final, son ya vivos muertos, como decía Gandhi.