Jorge Costadoat, sj.- www.jorgecostadoat.cl/
Profesor
de la Facultad de Teología Pontificia Universidad Católica de Chile.
RD,
06 de mayo de 2013.
No sabemos aún qué sentido tendrá la reforma de
la Curia Romana. Está claro que esta es la tarea que los cardenales han dado al
Papa Francisco. Pues hay dos maneras de entender los cambios que se deben
hacer: se reformará la Curia para que mejore el cumplimiento de su misión o se
cambiará su misión, para lo cual se requerirá una Curia muy distinta. En este
caso y en aquel, la relación que quiera establecer el nuevo Papa entre la fe y
la cultura será decisiva. Francisco se servirá de la Curia para continuar
gobernando una Iglesia católica culturalmente occidental o procurará, a través
de la misma Curia, que la fe sea inculturada en culturas plurales; se
perfeccionará la organización de una institucionalidad eclesiástica
mono-cultural o se creará una institucionalidad eclesiástica nueva, orientada a
fomentar un catolicismo poli-cultural y poli-céntrico.
A mi juicio esta disyuntiva es decisiva. Tomo
posición: en tiempos en que los cristianos descubrimos en el pluralismo un
signo de los tiempos, esto es, un crecimiento en la valoración de las
diferencias que Dios suscita en esta época, la Iglesia tiene que ser
culturalmente plural y, en particular, debe serlo la institución eclesiástica.
Esta debe indicar cómo Dios salva y se revela no solo a los católicos, sino en
primer lugar a cada ser humano. Pero, ya que también es misión del obispo de
Roma velar por la unidad de la Iglesia no será nada fácil, en este caso a
Francisco, representar la unidad de las diferencias. ¿Qué hará si los
cristianos de Asia, por ejemplo, no quieren un papado que los europeíce? El
Papa puede tratar a los cristianos de Asia con simpatía y respeto. Pero, al
momento de hilar más fino, pueden surgir diferencias considerables que él no
logre integrar a la Tradición de la Iglesia, más aún cuando esta Tradición también
debe avanzar con los aportes de las iglesias de los demás continentes.
Benedicto XVI -y ya antes como el Cardenal
Ratzinger-, embistió en contra de la “dictadura del relativismo”. El vio en la
fragmentación de la verdad de la cultura actual una amenaza fatal para la
humanidad. Si lo verdadero de una persona es relativo a lo verdadero de otra
persona, a la larga nadie tendrá la razón; pues si todos creen tener la verdad,
y todos sostienen verdades distintas, nadie en definitiva la tendrá. ¡Será la guerra!
El Papa emérito vio subyacente a un pluralismo ilimitado la pérdida de Dios, a
saber, el principio de la unidad en torno a una única verdad. Cuando el
pluralismo oculta tras un respeto a los demás una indiferencia hacia ellos, un
dar lo mismo lo que los demás piensen, la convivencia tiene los días contados.
Benedicto sostuvo, en contra del pensamiento relativista, la convicción de una
convergencia en la “verdad”, como la condición básica de entendimiento entre
los seres humanos.
Esto explica que durante su pontificado haya
pesado tanto el factor doctrinal. Por un parte afirmó con claridad las
“verdaderas” consecuencias del Evangelio; por otra, controló a quienes pudieran
haberse apartarse de la enseñanza oficial. Los pontificados de Juan Pablo y de
Benedicto tuvieron un marcado talante teológico. El reclamo papal por “la
verdad” cumplió una función gubernativa. Mediante ella los papas obligaron a la
institucionalidad eclesiástica a cerrar filas, arriesgando, por otra parte, un
distanciamiento con el Pueblo de Dios necesitado de orientación, pero también
de libertad, de confianza y de protagonismo. Los candidatos a obispos fueron
examinados con sumo cuidado. Muchos teólogos sufrieron las consecuencias.
¿Habrá cambio de Curia o cambios en la Curia?
¿Bajará Francisco el énfasis doctrinal a los dicasterios romanos o lo
mantendrá? ¿Invertirá la relación de la institución eclesiástica con las
iglesias locales o la mantendrá? ¿Aligerará los controles a los intelectuales o
los mantendrá?
Estas preguntas son decisivas. Ellas se reducen a
una; ¿se abrirá la institución eclesiástica a la diversidad de la Iglesia? La
Iglesia dispersa en el mundo es mundana. No puede no serlo. Ella experimenta
cambios y transformaciones de los más diversos tipos según se encuentre acá o
acullá; a veces avanza y a veces involuciona con la humanidad. Quien lo niega
miente o se engaña. Si la institución eclesiástica, por tanto, no se abre a lo
que está ocurriendo en el Pueblo de Dios, incluidos los sacerdotes y obispos,
no atinará con el anuncio del Evangelio. En vez de ser pertinente será
impertinente. Lo cual es muy grave. Así no atinará con el quehacer original e
irrepetible de Cristo en la historia a través de su Espíritu. Pero, además,
hará daño. Porque forzar la realidad es nocivo. El riesgo de una apertura
indiscreta a los cambios acarrea peligros. Pero una cerrazón a los mismos es
suicida.
El Papa Francisco ha dicho que prefiere una
Iglesia “accidentada” a una Iglesia “enferma”. Escribe a los obispos
argentinos; “Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la
atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale
le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un
accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil
veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de
la Iglesia encerrada es la autorreferencia; mirarse a sí misma, estar encorvada
sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio”.
Si esta metáfora vale para la institución
eclesiástica, es muy preocupante que esta cierre a los católicos a la realidad
y los concentre en sí mismos. El obispo de Roma prefiere, no obstante los
riesgos, una Iglesia que se exponga al mundo real. ¿Prefiere una Iglesia más
dispuesta a buscar la verdad que a proclamarla? ¿Una Iglesia que aprenda a una
que enseñe? Hemos de suponer que quiere ambas cosas. Según parece, Francisco no
teme tanto al peligro del relativismo como al del fundamentalismo de quienes se
creen poseedores de la verdad. Si esto es realmente así, el obispo de Roma
tendrá que mediar en el conflicto de las interpretaciones en vez de tratar de
suprimirlas.
El pluralismo es un enorme desafío. Los obispos
chilenos han apostado por un tipo de pluralismo altamente necesario. Vale la
pena recordar sus palabras: “Ni el simple consenso ni las estadísticas dan
fundamento suficiente a lo que estimamos valioso. El pluralismo es inmensamente
positivo porque nos ayuda a convivir y nos permite asumir diversos puntos de
vista, comprendiendo la complejidad de la vida y ensanchando nuestra limitada
visión de ella. Ese pluralismo, hecho de respeto y no de silencios, debe ser
fomentado porque nos permite buscar con otros la verdad, complementándonos. Es
un modo solidario de buscar y profundizar la verdad sin relativizarla. El
pluralismo agudiza nuestra razón para llegar al fundamento que hace más
razonables para todos lo que proponemos como un valor, sin relativismos y sin
fundamentalismos” (Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile,
2012).
Auguramos a Francisco éxito en su tarea de unir
sin uniformar, de acoger la diversidad y trabajar por la comunión entre
iglesias que puedan legítimamente intentar variadas formas de ser católicas. El
Papa latinoamericano representa la apertura. Él sabe que si la Iglesia no
cambia con los tiempos, se asfixia. Él ha leído la parábola de los talentos: es
consciente de que la Iglesia no puede ser presa del temor. Prefiere una Iglesia
“accidentada” a una parapetada en “verdades” que no reflejan sino miedo a la
verdad.
¿Qué tipo de reforma de Curia intentará hacer?
Esperamos que el obispo de Roma, acertando en los fines, acierte también en los
medios. Si quiere abrir la Iglesia a los cambios y a la diversidad de las
culturas, esta Curia, tal como está, ni aun mejorada, sirve. Se necesitará una
Curia que se reestructure de acuerdo a una nueva misión.