Padre Pedro Pierre
Mucho se está escribiendo sobre Fidel, a favor y en contra, apasionadamente. Los grandes medios de comunicación siguen destilando sus mentiras o superficialidades para proteger sus intereses de dominación y engaño, como siempre: “Desde el comienzo nos casaron con la mentira”, decía el mismo Fidel. Pero “no se puede tapar el sol con un dedo”. Fidel queda como aquel que ha logrado la libertad frente a la hegemonía norteamericana, la dignidad de su pueblo y la solidaridad con los pueblos en lucha por su independencia.
Sus discursos y sus escritos seguirán regándose y multiplicándose, ya que Fidel, sin dejar de ser cubano, pasa a ser, con su muerte, más latinoamericano y planetario. Se continuará comentando sus entrevistas, en 1985, con el sacerdote brasileño Frei Betto en Fidel y la religión, pues “el dogma tan predilecto a los reaccionarios sobre la imposibilidad de entendimiento entre cristianos y comunistas, se viene al suelo sobre el fundamento de una comprensión profunda de ambas doctrinas”. No tenía miedo Fidel en afirmar: “Quien traiciona a los pobres, traiciona a Cristo”.
Siempre se alzarán voces para reconocerlo entre los más grandes de su época, tal como lo declaró en agosto pasado el enviado personal del presidente de la República francesa para América Latina y el Caribe, Jean-Pierre Bel: “Por mi parte, sé que se trata de un hombre de una gran inteligencia que ha devuelto una verdadera dignidad a su país y a su pueblo… Para mí, Cuba es el símbolo de la valentía de un pueblo que ha sabido resistir frente a fuerzas inmensamente más poderosas. Esta capacidad y esta valentía son las de las mujeres y los hombres de Cuba y de quienes han sabido federarlos y unirlos. Todo ello suscita cierta admiración. Yo amo este país porque, cuando uno ama la historia, cuando uno ama la política, cuando uno ama la cultura, cuando uno ama la música, solo puede amar a Cuba”.
Ya en vida pasó a ser un mito: Fidel es más que Fidel, porque representa los sueños, los ideales, las utopías de millones. Es la persona engrandecida y embellecida por miles de pueblos y millones de latinoamericanos subyugados por el imperialismo del dinero. Ha sabido expresar, proyectar y realizar la posibilidad de una vida mejor, de una convivencia de paz y de justicia, de una naturaleza respetada, de una humanidad reconciliada. Fidel es el faro que brilla en los ojos y los corazones de los que luchamos por una vida plena y el crecimiento del Reino de Dios.
“Fidel ha muerto, pero es inmortal”, acaba de escribir Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique en español. Sus palabras continúan resonando en las y los que gritan libertad, dignidad, solidaridad. Sus gestos se extienden en las y los que unen sus manos y luchan hombro a hombro por un mundo más equitativo, participativo y creativo. Su figura se alza en los pequeños logros y en las grandes victorias de los grupos y los pueblos que construyen la fraternidad. Fidel abrió un camino: se trata de andarlo, continuarlo, ensancharlo juntos todas y todos los que lo admiramos. Pues no busquemos entre los muertos a aquel que está vivo.