Orlando Pérez
Director de El Telégrafo
En Europa la socialdemocracia no solo atraviesa el peor momento de su historia, sino que se ha revelado como una tendencia de derecha antes que de centro, no solo por sus prácticas en el ejercicio del poder, sino por el impacto de sus políticas en sus respectivos países y en las sociedades de bienestar de las que tanto se preció. Al mismo tiempo hay líderes y grupos que disputan en el seno de esa socialdemocracia una salida por la izquierda.
Todo eso ocurre cuando la emergencia de derechas y tendencias fascistas cala hondo en el electorado. No es gratuito el silencio de la socialdemocracia sobre el triunfo de Donald Trump en EE.UU. y el casi nulo cuestionamiento a la posibilidad de un cuarto período para Angela Merkel.
¿Y en Ecuador? ¿Qué queda de representación de la socialdemocracia que Rodrigo Borja enarboló en plena disputa con la derecha oligárquica y con un programa que nunca pudo cumplir por las mismas razones que ahora nos llevan a pensar que es un proyecto político imposible para un país como el nuestro? ¿Basta con mencionar un eslogan (justicia social con libertad) para reflejar esa corriente de pensamiento en crisis en el mundo? ¿Se puede pensar en una socialdemocracia a la ecuatoriana a partir solo de la representación y las figuras de algunas personas que se autocalifican de ese modo? ¿No será que haber estirado hacia la izquierda el proceso político ecuatoriano de los últimos 10 años obligó a cierta nostalgia socialdemócrata sin el debido análisis sobre su real condumio?
Es muy cómodo llamarse de centro y hablar de consensos absolutos. Más bien huele a un manual de autoayuda en tiempos de crisis existencial, pero la realidad europea y la latinoamericana nos gritan varias verdades sobre las neutralidades o los centrismos políticos que ya sabemos dónde terminan. Si lo que ahora se autocalifica de socialdemocracia ecuatoriana pudiera explicar cómo entiende a nuestra sociedad, quizá podría también explicarse a sí misma por qué no ha ejercido el poder hace más de 20 años. Y algo más: por qué quienes ahora la representan no son tan distintos, en sus visiones, de la derecha, tan así que determinados actores de la derecha se afilian a esas organizaciones autocalificadas de socialdemócratas sin ningún recelo. Me dirán que también hay de los otros, de los que se llamaban de izquierda. Sí, como también ocurre en EE.UU., donde los grupos ‘libertarios’ que defienden a los homosexuales, la ecología y las mujeres ahora se afilian a Trump sin ningún recelo.
En la práctica no hay mucha diferencia entre lo que plantean los autodenominados socialdemócratas y lo que proponen los socialcristianos, los democratacristianos y los libertarios de derechas (muchos de los cuales tienen a sus mejores representantes en los medios de comunicación, en los blogs y en las ONG internacionales asentadas en Ecuador con representantes nacionales).
Aunque uno que otro hable a favor del aborto o del matrimonio homosexual, en el fondo no quieren transformar la sociedad. Suena muy bonito defender los derechos de las mujeres y las diversidades sexuales, pero dentro de un capitalismo intenso maquillado de tolerancia y nada más.
Así conciben nuestra sociedad: tolerancia con las diversidades aunque estas sigan siendo excluidas en la distribución de la riqueza; que las mujeres no sean agredidas ni violentadas pero que no tengan trabajos dignos ni sean sujetos de la transformación colectiva; y que los jóvenes sean libres y soberanos, pero para sostener al mercado como buenos consumidores y no precisamente como ciudadanos.
Como dijo hace poco el filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez en una charla en la Flacso, del único modo que se puede cambiar una sociedad es transformando el sentido común de nuestros pueblos y tomándose las instituciones (no solo en el sentido estatal) para desde allí ejercer poder político real y revolucionario.
Los nuevos socialdemócratas (que no han leído los libros y reflexiones de un Rodrigo Borja y menos de los clásicos de la socialdemocracia internacional) son en realidad unos libertarios de derechas aunque les cueste reconocerlo. No es ni un estigma ni una subestimación a su actuación política.
Todo lo contrario, solo es la constatación de su rol político en tiempos de campaña electoral porque para diferenciarse de Alianza PAIS no solo se declaran anticorreístas a muerte —con todas las consecuencias que ello depara—, sino que coinciden en los postulados de la derecha sobre el rol del Estado, materia fiscal, estado de la economía mundial y la calidad de la democracia en cuanto a derechos de participación o de inclusión social.
Claro, como los intelectuales están muy ocupados en contribuir a las campañas electorales, en calidad de asesores, consultores, encuestadores y estrategas de marketing político (como se pudo constatar en la última Cumbre de Comunicación Política, desarrollada en Quito) no han querido reflexionar sobre esto.
Quizá por falta de tiempo dado el trabajo intenso al que están sometidos, pero hay todavía algunos intelectuales verdaderamente independientes (algunos de ellos que escriben en este diario por suerte) que han tocado en las heridas abiertas que tiene la socialdemocracia criolla y que muy difícilmente pueden reconocerse como tales cuando callan sobre lo ocurrido en las 2 últimas décadas en España, Francia, Alemania o Inglaterra.
La pregunta está abierta y conlleva una respuesta que en plena campaña electoral debería obligar a un debate más serio: ¿de qué socialdemocracia hablamos en el Ecuador del siglo XXI?