Padre Pedro Pierre
Nos alegramos grandemente por la firma de un acuerdo entre las delegaciones del Gobierno de Colombia y de las FARC-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército Popular), después de tres años y medio de conversaciones. Llamó la atención, en ese 22 de junio, el estrechar de manos entre el presidente de Colombia, Manuel Santos, y el comandante de las FARC, Timoleón Jiménez, después de 52 años de enfrentamientos armados que costaron a Colombia más de seis millones de desplazados, unos 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos, con sus consecuentes sufrimientos.
Se dejan atrás muchos malos recuerdos: el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, candidato a elecciones presidenciales, que tenía muchas probabilidades de ganar; las matanzas sistemáticas de miles de dirigentes sociales, el paramilitarismo que llegó hasta la presidencia de la república con el expresidente Álvaro Uribe, las muertes y los secuestros de civiles, las destrucciones de numerosas comunidades indígenas, el derribamiento de infraestructuras y cuántas pérdidas más, materiales y culturales.
La paz está por construirse, pues se firmó con éxito en acuerdo para el cese el fuego, la dejación de las armas, las garantías de seguridad, la lucha contra las organizaciones criminales y la persecución de las conductas criminales que amenacen la implementación de los acuerdos y la construcción de la paz. “La paz será la victoria”.
Aparecen como muy esperanzadores dos acontecimientos a lo largo de estos últimos años: por una parte, la seriedad y responsabilidad que mostró la delegación de las FARC y, por otra, las múltiples acciones de solidaridad de números grupos, asociaciones e instituciones colombianas e internacionales por apoyar este proceso de paz. Preocupa el narcotráfico: Colombia está señalada como el país con el mayor comercio mundial de drogas, no solo por parte de las FARC, los grupos mafiosos colombianos y las instituciones públicas corruptas, sino también por la complicidad de los países de mayor consumo, como Estados Unidos y Europa. Además, la economía colombiana necesita desarrollarse, gracias a las riquezas minerales, como el petróleo, el oro y la plata de los territorios controlados por las FARC -se dijo hasta 41% del país-. Toda Colombia espera una reforma agraria que nunca se dio, para democratizar la tenencia de la tierra y liberar a los campesinos, peones de las inmensas propiedades agrícolas, tanto de hacendados colombianos como de empresas extranjeras. La presencia de numerosas bases militares norteamericanas es otro desafío.
Hacemos sendos votos y plegarias para que nuestra hermana república avance hacia más democracia, justicia y fraternidad: todos nos beneficiaremos, tanto Ecuador como América Latina. Todos hemos de aportar nuestro granito de arena para un futuro que soñamos favorable para todos. “Me siento muy feliz -dijo el papa Francisco- de que ese proceso avance hasta el punto de que sea imposible volver otra vez, por ningún motivo interno o externo, a un estado de guerra”.