Padre Pedro Pierre
Basta una mirada sobre nuestro mundo para que veamos la generalización de la violencia. En Estados Unidos pasan a ser regulares las matanzas en escuelas, colegios, universidades, las de negros por partes de policías y ahora de los negros contra los policías. La semana pasada, Francia sufrió su cuarto atentado en año y medio. En nuestro país también los asesinatos son frecuentes. Todo esto nos deja cada vez más adoloridos, pesimistas y con un sentimiento de incapacidad frente a tales situaciones. Opaca todas las realidades positivas que construyen un mundo de paz, fraternidad y justicia. Lastimosamente, los gobiernos responden con más policías y más violencia. ¿Por qué no se recuerda la frase de Mahatma Gandhi, el gran profeta en India de la no violencia del siglo pasado: “¡Ojo por ojo deja el mundo ciego!”?
Nuestro sistema de organización social, política y económica basado en el crecimiento individual, competitivo y materialista conduce en gran medida a esta situación. Como ciudadanos, muchas veces nos dejamos llevar sobre este camino sin mayor reacción ni creatividad. La propaganda nos hace creer que más vale solo que mal acompañado y la felicidad sería el resultado de un consumismo y un bienestar sin límite: Lleve hoy y pague mañana. Si no reaccionamos nos invade la soledad y la felicidad nos parece cada vez más difícil de alcanzar. Algunos piensan que refugiándose en prácticas religiosas espiritualistas van a encontrar alivio y tranquilidad. Otros buscan su solución en las drogas, el sexo y más violencia; pero la vida se les vuelve peor, tanto para ellos como para su entorno.
Para encontrar satisfacción a nuestra ansia normal de felicidad, tenemos que andar otros caminos que nos remiten a lo esencial, tanto en la vida personal como en nuestra manera de vivir en sociedad. Los humanos somos fundamentalmente seres de relaciones: el sueño de alcanzar la felicidad individualmente es una gran ilusión. Es en la amistad, el servicio y la entrega que vamos a encontrar el verdadero sentido de nuestra vida personal: Quien no vive para servir, no sirve para vivir.
Lo mismo ocurre con la organización social: si no optamos por las relaciones de fraternidad y la construcción de una ciudadanía más solidaria, iremos de decepciones en decepciones. Nuestra felicidad se construye trabajando por la felicidad de los demás: es necesariamente y a la vez íntima y colectiva. Eso comienza en la familia, donde hacemos nuestro aprendizaje de la vida en sociedad, basada en el amor, el compartir y la ayuda mutua.
En cuanto a las religiones, todas están basadas en el respeto a los demás y la convivencia armoniosa. La propuesta de Jesús es un proyecto de humanización personal y de convivir fraterno en nombre de un dios que es padre y madre de todos y protector de los empobrecidos. Viviendo cada uno en fraternidad con los que nos rodean y aportaremos nuestro granito de arena a un mundo más justo. Así lograremos la felicidad y mayor convivialidad en nuestro mundo tan desamparado y violento.