PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA
LA PAZ -- LOS DETRACTORES
Jairo Sandoval Franky
EyP.- “Doctor, deje de joder con la paz, deje que maten a esos bandidos y dedíquese usted a su campaña para Presidente”.
Amonestación de un transeúnte bogotano a Otto Morales Benítez, Pres. Comisión de Paz, año de 1982.
La misma gansa recriminación del anterior rótulo zumba ahora en la boca de otros “transeúntes”. Es “el insectil piquito” -diría el poeta Julio Arboleda- de quienes no han interrogado jamás si los golpes políticos sangrientos que por doscientos años venimos sufriendo desde abajo tienen una solución violenta desde arriba (o viceversa). Como si acabar maquinalmente con la insurgencia de una época acabara con las del futuro. Lo cual ha sido rebatido por la violencia recurrente del país multicentenario, con énfasis en los hervores sangrientos de los últimos sesenta y cinco años. Los detractores del actual proceso de paz (tal como los infamadores de ayer) no logran entender este simple deletreo histórico-inductivo: nuestra violencia es permanente, porque sus causas son fatalmente endémicas.
Ay, que el grupo de quienes sí lo entienden, el mayoritario de los que deseamos la paz sin tanta palabrería, sin tanto fingimiento, obra bajo delusiones del mismo estilo: ilegítimas. Por ejemplo: “Hay un clima nacional en el cual la paz es un propósito que se quiere buscar a través del diálogo con todas las fuerzas de la nacionalidad. Creo que es un propósito del Gobierno. No es una dificultad que la Comisión [de Paz] sea numerosa. Hay tantos matices dentro del problema, que entre más gente participe, así será más fácil el diálogo. Sobre el problema de la amnistía, ya está definido que lo maneja el Congreso”. Infelizmente, este prematuro reporte optimista lo sirvió al país en 1982 Morales Benítez, antes de comenzar los diálogos con las Farc - y apenas un año después renunciaba a la presidencia de la Comisión negociadora. ¿La recomendación que ofreció entonces al Presidente Betancur y a la nación?: “Combatir contra los enemigos de la paz, que están agazapados por fuera y por dentro del gobierno”. Y a continuación rendía una lúcida enseñanza histórica, que hoy no podemos desdeñar: “Esas fuerzas reaccionarias en otras épocas lucharon, como hoy, con sutilezas contra la paz, y lograron torpedearla”. Hubiera podido agregar Otto: “Esos reaccionarios han existido desde el principio de nuestra historia y existirán hasta tanto no extirpemos los gérmenes reales y primarios de nuestra violencia: la desigualdad social”.
He ahí la importancia visceral del actual proceso de paz. Que si los colombianos hallamos la valentía, la tenacidad y el correcto proceso, podríamos con un tanto de energía (y un gancho a la mandíbula de los perversos) arrollar por lo menos lo mortífero de nuestra irrespirable obcecación de clases. Para lo cual es menester definir, de primero, quienes son hoy los detractores –‘agazapados’ o no- de nuestra paz. En mi parecer, los siguientes deben incluirse:
§ Terratenientes, latifundistas, agricultores y ganaderos premodernos, para quienes el ámbito rural califica cual propiedad macondiana de personal avasallamiento. Públicamente autoritarios, disimuladamente represivos y, con frecuencia, malhechores, la paz les significa perdida del dominio feudalista sobre Colombia rural y menoscabo de su propia riqueza, insolentemente acumulada con el sudor ajeno. José Félix Lafaurie (FEDEGAN) es, en mi opinión, el exponente mas jactancioso de tal bandada.
§ Las cabezas siniestras, cuyos criterios divulgados volátilmente estimulan a los criminales: las ‘Manos Negras’. Configuran la elite socio-intelectual de la derecha tirada de largo. Corren jubilosas el riesgo calculado de difamar a la izquierda, el fino olfato extremista maliciando los felices avatares del lucro político. Despliegan una fidelidad canina por quienes ofrendan protección o alabanza a su ideario ortodoxo y macartista. Adminículos de la degradación socio-política del país -según la evisceración democrática y el desfalco moral que originan con sus asaltos a nuestro endeble capital social- son siempre la solución en busca de algún problema o alegato letal. ¿Y la nómina? Obdulio Gaviria, Francisco Santos, Fernando Londoño, Plinio A. Mendoza, nuestro Inquisidor Mayor: Alejandro Ordóñez, et al. Sus dictámenes se filtran en la psiquis trastornada de los homicidas, y las consecuencias se ornamentan con cruces.
§ Fracciones del militarismo activo o en retiro, para las que el ‘espíritu de cuerpo’ mal entendido sobrepone los interés particulares a los republicanos. Se alimentan de una exagerada nostalgia castrense. También de los temores al cambio social antagónico a sus sinecuras y rentas. O de una sensibilidad política proclive a la violencia. No han sido pocas sus inquietantes manifestaciones de ilegitimidad pretoriana.
§ Hombres públicos mendaces, cuya patética estampa política ofende a nuestro panorama historio desde su concepción. El desprecio por el país y la gente, la soberbia otomana de sus actitudes oficiales y la total ausencia de conocimiento institucional moderno y de políticas públicas escrupulosas, delimitan su horizonte mental, causan su desfalco moral y arruinan su conducta diaria. Se distinguen de los felones y los delincuentes comunes apenas en el tipo de armas con que hieren a la sociedad y al Estado. Camuflados en los sectores del establecimiento, su delincuencia se baña con los esmaltes de la legalidad y hacen un daño mimético a la paz.
§ Altos empresarios. El presupuesto humanístico y social del sector capitalista colombiano es deficitario. Como este sector produce y acapara la riqueza nacional, de él emana la oposición más disciplinada y técnica al cambio del ‘status quo’ y la negativa más rancia a una paz justa.
§ La subversión doctrinaria, cuya ‘visión’ ictérica y gestión paleolítica y brutal libro para una siguiente reflexión.
§ El expresidente Álvaro Uribe. No hay hombre público alguno que haya paralizado con mayor obstinación la paz de Colombia que este político totalitario y bilioso. Ocho largos años tuvo, ¡ocho!, para vencer terminantemente a las Farc, el doble de años consumidos por cada una de las dos guerras mundiales y por Corea o Vietnam. Contó además con equipo y armamento multiconfigurados, con inteligencia electrónica (cripto-analítica, radar-satelital, etc.) y con el entrenamiento impartido por el estratégico USMC, todo ofrecido a carretadas y con puntualidad por EE. UU. Poseyó finalmente a) un Ministerio de Defensa intrépido, b) un pueblo ingenuamente crédulo y dispuesto. Y aún así, con una plétora de auxilios y de años, no fue capaz de fraguar la victoria.
¿Qué pasó? Que para 2006, con las Farc confinadas a su mínima expresión y la paz a punto (si hubiera tenido el fuste del patriota y la mente del estadista), prefirió la guerra. Guerra que procedió a manipular como técnica de deslumbramiento y control populares, y a cultivar cual bálsamo para su picazón por el poder perpetuo. Y aún ahora, convertido en reliquia política, o toro de lidia en arrastre, fantasea subvertir la esperanza de la paz. El expresidente balístico merece la reconvención póstuma de todo colombiano honrado; mas si siguiese prendido tan a las calzas de la guerra como el ‘Bulldog’ se trinca a los pantalones del cartero, la prognosis sería apretarle la correa, o plantarlo a roer el ostracismo.
Colombia Obligatoria no puede detener su génesis. Los colombianos debemos buscar su apoteosis, no su ruina. ¿Si no somos nosotros, ¿quiénes? Si no es ahora, ¿cuándo?