Fray Marcos Rodríguez
Lc 9, 18-24
Los tres sinópticos relatan el mismo episodio, aunque con diferencias notables. Se plantea abiertamente el significado del mesianismo de Jesús. Tema que no quedó resuelto hasta después de la experiencia pascual. No se trata, pues de un relato estrictamente histórico, sino de un planteamiento teológico del tema más importante y complicado de todo el NT. Ni para ellos fue fácil aceptar al verdadero Jesús ni lo es para nosotros, pues seguimos sin aceptar que el ser cristiano lleva consigo renunciar al ego y darse a los demás.
El evangelio dice que el único que estaba orando era Jesús, aunque los discípulos estaban allí. Sin tener en cuenta esa oración de Jesús nada de lo que fue y predicó puede explicarse. La forma en que Jesús habla de Dios, se inspira en su experiencia personal. La experiencia básica de Jesús fue la presencia de Dios en él. Jesús experimentó que Dios lo era todo para él y él debía ser todo para los demás. Tomó conciencia de la fidelidad de Dios-amor y respondió vitalmente a esta toma de conciencia. Al atreverse a llamar a Dios "Abba" (Papá), Jesús abre un horizonte completamente nuevo en las relaciones con el absoluto.
Para Jesús, como para cualquier ser humano, la base de toda experiencia religiosa reside en su condición de criatura. El hombre se descubre sustentado en Dios. El modo finito de ser uno mismo, demuestra que es más de Dios que de sí mismo. Sin Dios no sería posible nuestra existencia. Jesús descubre que el centro de su vida está en Dios. Pero eso no quiere decir que tenga que salir de sí para encontrar su centro. Descubrirse fundamentado en Dios, es fuente de inesperada plenitud. Dios será en él, revelación de la más alta humanidad.
Jesús de Nazaret nunca se presenta como el absoluto. Para él lo único absoluto era Dios. Él se consideró siempre como un ser humano más. “El Mesías de Dios” de Simón se convierte en boca de Jesús en “Hijo de hombre”, el modelo de hombre, un ser humano que vive su plenitud. No es el triunfador, el poderoso, el que está por encima de los demás, sino el que aguanta, el que sufre, el que tiene que padecer las iras y rencores de los suyos, el humillado y despreciado, precisamente por no renunciar a ser “humano”.
El Mesías de Dios. Mc dice simplemente: Tú eres el Mesías. Mt dice: tú eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito. La opinión de la gente indica ya una alta consideración de la persona de Jesús, pero está lejos de acertar. La opinión de Pedro, parece acertada; pero “el Ungido”, era la manera de designar al Mesías que el pueblo esperaba. Un Mesías nacionalista que traería la salvación política, económica y religiosa. Esa opinión no debe ser divulgada porque es también, falsa. Los primeros cristianos superaron la dificultad asociando la idea de Mesías a la de Hijo. No entendieron la filiación como nosotros sino como representante de Dios.
El que quiera salvar su vida la perderá; no es una exageración. Hacer que todo gire en torno a nuestro falso “yo”, es dar importancia en nosotros a lo que menos vale. No dejaremos de ser egoístas si mantenemos el apego al “ego”. En la medida en que ponga como objetivo último salvar mi ego, seré egoísta y por lo tanto me deshago como persona. En la medida en que me desprenda de todo apego, incluido el apego a la vida, a favor de los demás, estaré amando de verdad, y por lo tanto creciendo como ser humano. Mi Vida con mayúscula se potenciará, y la vida con minúscula, cobra entonces todo su sentido.
La pregunta que se hicieron aquellos primeros cristianos tenemos que hacérnosla nosotros hoy. ¿Quién es Jesús? La mejor prueba de que no es fácil responder, es la falsa alternativa, que se planteó en el siglo pasado, entre el Jesús histórico o el Cristo de la fe. Los discípulos compartieron su vida con el Jesús de Nazaret y aceptaron a aquel ser humano que les proporcionó una paz, una alegría y una seguridad increíbles; pero mientras vivieron con él, no fueron capaces de ir más allá de lo que veían. Solamente a través de la experiencia pascual se adentraron en el verdadero significado de aquella persona fuera de serie.
Al morir Jesús, se preguntaron si con la muerte de su líder se había acabado todo. Solo entonces empezaron a trascender la figura aparente de Jesús y descubrieron lo que se escondía detrás de aquella realidad visible. Fueron dándose cuenta de que allí había algo más que un simple ser humano. Entonces fueron conscientes de que el verdadero UNGIDO ya se encontraba en el Jesús de Nazaret. Este Mesías, descubierto en pascua, no coincide con el que esperaban los judíos y los propios discípulos, antes de esa experiencia. Ahora se trata de Jesús el Cristo, Jesucristo, genial integración del Jesús histórico y el Cristo de la fe.
Cristo no es una idea abstracta surgida en la primera comunidad sino la realidad de Jesús visto con los rayos X de la experiencia pascual. Cristo ni se puede identificar con Jesús ni se puede separar de él. Durante tres años, sus seguidores convivieron con él sin enterarse de quien era, pero una vez que desapareció su figura sensible, fueron capaces de descubrir lo que en aquella figura humana se escondía. No se puede separar el valor de una moneda, de la cantidad y la forma del metal que la constituye. La moneda tiene tal valor, porque está acuñada y tiene tal forma. Todo lo que hay de divino en Jesús está en su humanidad.
¿Quién es Jesús para nosotros hoy? No se trata de dar una respuesta teórica ni una cristología aquilatada que responda a todas las cuestiones formales relativas a la persona de Jesús. Mucho menos, dogmas que definan su naturaleza divina. Lo tenemos crudo, porque los evangelios nos hablan de Jesucristo desde la experiencia pascual, y es muy difícil descubrir al Jesús de Nazaret que ellos conocieron y del que partieron para llegar a Cristo. Los cristianos de hoy empezamos la casa por el tejado y cuando nos damos cuenta, resulta que carecemos de muros y sobre todo de cimientos. Sin experiencia pascual no hay cristiano.
Estamos lejos del encarnar en nosotros ese valor supremo, que Jesús encarnó. Echemos una ojeada a nuestras oraciones y descubriremos la idea que tenemos del Mesías. La misma que Pedro propuso y rechazó Jesús. Lo hemos colocado a la derecha de Dios; le hemos dado plenitud de poder y gloria; le hemos hecho juez de vivos y muertos para, a renglón seguido, decir que “el que cumpla con lo que dijo se sentará con él a juzgar a los infieles”. Estas cosas ya las dice el NT, en contra de la misma actitud de Jesús.
No es nada fácil salir de la dinámica del hedonismo que nos empuja a dar satisfacción a los sentidos, a buscar lo más cómodo, lo que me agrada, lo que menos me cuesta. Mantener estas actitudes hedonistas y llamarse cristiano, es una contradicción. Pero tampoco debemos caer en la trampa del masoquismo. Dios quiere para cada uno de nosotros lo mejor. Quiere que disfrutemos de todo lo que nos rodea, de las personas y de las cosas. Todo es positivo, siempre que tengamos claro que lo primero es el bien integral del hombre.
No se trata de machacar una parte de nuestro ser para salvar otra. Se trata de descubrir un fallo en nuestra percepción de nosotros mismos, es decir, que con frecuencia creemos ser los que no somos y vivimos engañados. Se trata de liberarnos de todo aquello que nos ata a lo caduco y nos impide elevarnos a la plenitud que nuestro verdadero ser exige. La liberación llega cuando hemos establecido una auténtica escala de valores y somos capaces de dar a cada faceta de nuestra compleja vida, la importancia que tiene, ni más ni menos.
Por eso Jesús se presenta como plenitud de lo humano. No es la humanidad la que tiene que convertirse en divinidad. Esta trampa nos ha metido por callejones sin salida. Toda la divinidad se hace presente en la humanidad. Ser cada día más humanos es lo que nos convierte en manifestación de lo divino. La oposición, y más aún la lucha entre lo divino y lo humano es absurda, en Jesús y en cada uno de nosotros.
Meditación-contemplación
Lo que Jesús es y significa, no se puede meter en conceptos,
porque está más allá de los sentidos y de la razón.
Si experimentas lo que hay de Dios en ti,
podrás vislumbrar lo que Jesús vivió y manifestó.
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Más allá de nuestro “yo” físico, psíquico y mental,
se encuentra nuestro auténtico ser,
que es lo divino que hay en cada uno de nosotros
y que está siempre ahí como la única realidad verdadera.
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Para alcanzar ese verdadero ser y verdadera Vida,
es necesario no quedar enganchado en lo terreno.
Desapegarse de lo caduco, lo contingente, lo limitado
es el único camino para alcanzar lo absoluto.
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