Juan Montaño Escobar
(Jam-session dedicada a mis hermanos y hermanas de la Iglesia de a Pie). Nadie te pide que salves la Navidad, ya está perdida y se refundirá más en el fondo del océano con nuestro plástico criminal; no será recuperada mientras la colección de fifiriches inventados por ese White Vader llamado Mercado atrape la solidaridad en su caja registradora. Para ese Señor, el ding dong de la caja es delicioso campanilleo en clave de villancico providencial, ahí recoge decimoterceros, aguinaldos y cuotas navideñas de ese abigarrado proletariado que confunde felicidad con pavo relleno y chucherías deslumbrantes. Jo, jo, jo. Ese 1% de la humanidad sabe que el dinero es material insomne y aprendió muy bien que el montaje comenzó con la fecha del nacimiento del ekobio Jesús, continuó con la expulsión de los protagonistas navideños (María, José, solidaridad y probables animalitos en riesgo de desaparecer) y ahora es un gordo (sin ofender) de risa estentórea, ofertando amarguras para estos días gozosos.
El gang navideño sabe que no fue en diciembre, ya no hace falta corregir el error, que el mito bíblico es un símbolo de la verdad de esa historia, que el ser social determina el ser, aquello fue probado en toda ley por Carlinho Marx; que en la feria navideña cada cual se acomoda a su bolsillo, pero todos consumen la pendejada de la oferta navideña (para cabreo del Afrosemita), bueno, el ecoparaíso terrenal es el bazar de la extinción planetaria. ¡Al diablo la economía ecológica! No le crean a este jazzman, pero la finitud del planeta es resultado de cuánto residuo energético pueda ser procesado (no eliminado; por favor, acuérdense de la ley de conservación de la energía) por suelo, atmósfera y agua. Celebramos el nacimiento del Griot nazareno ensuciando los postulados básicos de su rap. Rithm and Poetry de la perenne solidaridad. El factor simbólico supremo es la austeridad y si se tiene algo hágase una olla común, ¿no me creen? Vuelvan al libro de los otros libros, todos escritos por santos varones; las mujeres nombradas son pocas Noemí, Ruth, la muchacha palestina de Magdala y dos o tres más. El camarada cumpleañero, que por estos días festejamos, se partía de la risa (no usaremos la escatología en versión higiénica) cuando alguien presumía de sus denarios, dracmas o chavos egipcios. Ya grandecito se mandó eso del camello, el ojo de la aguja y tal; pero el otro judío maravilloso lo tradujo para la comprensión decimonónica: valor de uso y valor de cambio.
A ver, aquí no se pide una navidad bolchevique, se aclara por si la carnalidad liberal se confunde, nada que ver, apenas coherencia básica con lo que dicen los escribidores evangélicos del Man nacido en Belén. Definitivamente esto no es Navidad ni lo será nunca: las teletones neoliberales, el menosprecio social azucarado a los empobrecidos (invítalos al pavo navideño, ¡ahí te quiero ver!), la regalía de ropa usada y los insufribles coros de villancicos. Axè.