MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

viernes, 25 de diciembre de 2015

DIOS ME NECESITA PARA HACERSE PRESENTE EN ESTE MUNDO


Fray Marcos Rodríguez
Jn 1, 1-18

El misterio de la encarnación que estamos celebrando es un misterio de amor. Por eso lo celebramos con la eucaristía que es el sacramento del amor. Si Dios me ama es porque es amor. Es decir, Dios, que es amor, está en mí. Ese amor es el fundamento de mi ser, o mejor es mi verdadero ser en lo que tiene de fundamento. Todo lo que no es Amor es secundario y accidental en mí. Dios está encarnado en todas sus criaturas y esa presencia es lo que les hace consistentes y lo que les da valor trascendente. El hombre puede descubrir esa realidad y vivirla conscientemente. Esa será su plenitud.

El comienzo del evangelio de Jn es un contrapunto al que hemos leído anoche de Lc. Con él, la liturgia intenta nivelar la balanza para que no nos quedemos en la paja del pesebre y lleguemos de verdad a la sustancia del misterio de Navidad. Los dos relatos están hablando de lo mismo, pero el lenguaje es tan diverso que apenas podríamos sospechar que se refieren a la misma realidad. Ni uno ni otro hablan con propiedad, porque lo que estamos celebrando no puede encerrarse ni en imágenes ni en conceptos.

En el evangelio de Jn que acabamos de leer, dice: “En la palabra había vida y la vida era la luz de los hombres”. No me explico por qué tenemos tantas dificultades para entender esto correctamente. El texto no dice que la luz me llevará a la Vida, sino al revés, es la Vida la que me tiene que llevar a la luz, es decir, a la comprensión. No es el mayor o mejor conocimiento lo que me traerá la verdadera salvación, sino la vivencia dentro de mí. Dios que es Vida está en mí y me comunica esa misma Vida; todo lo demás es consecuencia de este hecho. Lo que salga de mí, será la manifestación de esa Vida-salvación.

La encarnación sigue siendo el tema pendiente del cristianismo. Si no lo enfocamos como es debido, lo reducimos a una creencia sin peso alguno en nuestra vida real. El prólogo de Juan dice: “kai Theos en o Logos” y en latín: “et Deus erat Verbum”. En castellano podemos traducir: “y la Palabra era Dios” o “Dios era la Palabra”. Puede parecer que es lo mismo, pero en realidad expresan algo muy distinto. En el primer caso, se explica lo que es el Verbo, por lo que es Dios. En el segundo, se explica lo que es Dios por lo que es el Verbo. Es Dios el que se identifica con el ser humano Jesús. Si se hizo hombre en Jesús, es que se hace hombre en todos los seres humanos. Por el contrario, si es Jesús el que se hace Dios, nosotros quedamos completamente al margen de lo que allí pasó.

No se trata de limitar la singularidad de Jesús, sino de descubrir que todo lo que pasó en él, no es ajeno a cada uno de nosotros. Jesús hizo presente a Dios en un momento determinado de la historia, porque fue un ser histórico; pero la historia no afecta para nada a Dios. Dios no tiene sucesos. Lo que hace en un instante está siempre haciéndolo. Dios se está encarnando siempre. Por lo tanto no se trata de celebrar un acontecimiento pasado, sino de descubrir ese acontecimiento en el momento presente y vivirlo como lo vivió Jesús.

En la eucaristía, tomamos conciencia de nuestras limitaciones, patentes en nuestra manera de actuar. Si descubrimos la actitud de Dios para con nosotros, amor que nos acepta como somos, por lo que Él es, no por lo que somos nosotros, tomaremos conciencia de su presencia en lo hondo de nuestro ser y nos identificaremos con esa parte divina de nuestro ser. Desde ahí, intentaremos que nuestra vida esté de acuerdo con ese ser descubierto. Se trata de dejar que nuestro actuar, surja espontáneamente de nuestro verdadero ser. Si no descubrimos y nos identificamos con nuestro verdadero ser, nuestra vida cristiana seguirá siendo artificial y vacía de verdadero sentido cristiano.


Meditación-contemplación

¡navidad!, ¡navidad!
¡triste navidad!
trocada en folklore
y poquito más
de mi fondo espera
ser Natividad
porque estoy encinta
de Divinidad