MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

“Digan que aquí estoy”


Pedro Pierre

¡Claro, la noticia ocurrió sin ruido! Sin smartphone, sin tablet, sin televisión, sin propaganda millonaria, sin bombos y platillos… ¿Quién se va a interesar por una muchacha campesina que da a luz en una gruta que servía de pesebre para los pastores de Belén? ¿La noticia? Dios entre nosotros, nada menos. Este acontecimiento no deja de levantar esperanza, especialmente entre los pobres, porque un dios que se hace pobre, débil, desconocido entre los pobres, los débiles y desconocidos no es algo común. Preferimos un dios con corona, un Niño Dios sosteniendo al mundo, cuya madre es la emperatriz del cielo y San José el modelo exclusivo de los obreros y padres responsables.

La realidad primera del mensaje de la Navidad es: "Dios entre nosotros", tal como los evangelistas Mateo y Lucas lo presentan: el "con nosotros" se refiere a los pobres. Por eso la moda capitalista y consumista quiere quitar de las vitrinas, las calles y las casas al Niño Jesús y sustituirlo por el Papá Noel regordete y bonachón, para hacer el negocio religioso más jugoso. Bien lejos estamos de la primera Navidad… una Navidad de pobres bastante pobres: dos campesinos, una gruta como maternidad improvisada, unos pastores marginales. Tampoco el recién nacido tenía cuna de lujo ni "cabellos de oro ni peine de plata fina".

¿Dónde están en nuestros nacimientos estos signos de pobreza, o digamos de sencillez en el vestir de los personajes, en los adornos del árbol de plástico, en el arreglo de la casa? ¿Dónde están los signos religiosos?... a lo mejor ya han desaparecido, tales como los ángeles, la estrella, y el mismo pesebre… sustituidos por el metiche de Papá Noel y las cajas de regalos de última generación. ¿Por qué traicionamos la primera Navidad con tantos engaños y mentiras? Y nos quejamos de que, con las nuevas generaciones, se pierde la fe y las buenas costumbres.

Claro, se pierde la fe en un Jesús ricachón, blanco como nieve, de cabellos amarillos y de ojos azules… ¿De qué farsa se trata? ¿A qué simulacro estamos jugando? ¿Para qué arrinconamos a Dios en 'otro mundo', en un cielo mítico? Dios está en la vida y en nuestras vidas, porque Él es la Vida en plenitud. Dios está en el amor y en todos los que aman, porque Él es el Amor. Dios está en la belleza, la belleza del arte y de la creación, por Él es la Belleza perfecta. Dios está en la comunidad, garante de la verdad, porque Él es la Comunidad originaria. Dios está en el pueblo de los pobres, herederos del Reino, porque Él está del lado de las víctimas.

El nacimiento de Jesús en Belén nos quiere decir que Dios se hace uno de nosotros, o más bien y mejor, un pobre, un desamparado, un marginal, un desconocido, un don nadie, humano como millones… mientras nosotros ya lo hacemos Hijo de Dios, Señor del universo, Emperador del cielo. Cuánto nos cuesta reconocerlo en los pobres de hoy, en los desamparados, los marginales y marginados, los desconocidos y extranjeros, los indígenas y los negros, los millones de hermanos que eliminamos del centro de nuestras ciudades y de nuestros supermercados.