(Hch 12,1-12) El Señor ha enviado su ángel para
librarme de Herodes.
(2 Tim 4, 6-18) He combatido bien, he corrido hasta
la meta, he mantenido la fe.
(Mt 16,13-19) ...Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?
Columnas que sostienen el
templo porque están separadas. Precisamente porque somos distintos, podemos formar una comunidad de
iguales.
Hay constancia de que ya en el s IV, se celebraba
una fiesta en honor de S. Pedro y S. Pablo. No es fácil descubrir las razones
que llevaron a aquellos primeros cristianos a unir en una misma celebración
litúrgica, dos figuras tan distintas. Lo más probable es que fuese por haber
sido martirizados los dos en Roma en la persecución de Nerón y casi al mismo
tiempo. También pudo deberse a que sus sepulturas estuvieron juntas durante
mucho tiempo. Es También probable que muy pronto se descubriera la
complementariedad de las dos figuras. De todas formas, son un claro ejemplo de
que caracteres tan dispares, que incluso discutieron duramente aspectos
importantes de la primitiva fe, pudieran ser los dos seguidores auténticos de
Jesús.
A Pedro y Pablo se
les ha considerado, desde siempre, como las columnas de la Iglesia. En el caso de
Pablo es tan evidente que algunos exegetas han llegado a decir que no debíamos
llamar a nuestra religión “cristianismo”, sino “paulinismo”. Pedro es la figura
más destacada en todo el NT. Su nombre aparece 182 veces. Aún así sabemos muy
poco de su vida. Por el contrario, Pablo es la persona mejor documentada. Es el
único apóstol del que podemos hacer una biografía casi completa. Aunque se
presenta como hecho fundamental de su vida la misteriosa caída del caballo, la
realidad seguramente, fue mucho más prosaica. Después de estar muchos años
“dando coces contra el aguijón”, un buen día “cayo del burro”. Su
conversión no consistió en ningún cambio de su actitud; Simplemente pasó de ser
un fanático fariseo a ser un fanático seguidor de Cristo.
Lo primero que nos enseñan estos dos personajes, es
que no es nada fácil aceptar el mensaje de Jesús. Precisamente los dos fueron
los más reacios, cada uno a su manera, a la hora de dar el paso y aceptar el
verdadero Jesús. Pedro, con toda espontaneidad, no pierde ocasión de manifestar
su oposición a lo que decía el Maestro. Por ejemplo: se niega a aceptar la idea
de un Jesús que tiene que ir a la muerte, lo cual le merecen las palabras más
duras que Jesús dirige a una persona en todo el evangelio; "Retírate de mi
vista Satanás, que me haces tropezar”. En la Cena se significa también por su oposición a que
su “jefe” le lave los pies. Un poco más tarde, en el momento más difícil para
Jesús, le niega tres veces, que quiere decir que le niega absolutamente, sin
paliativos.
Pablo fue un fanático de la defensa de su religión.
Por defender el judaísmo se convirtió en perseguidor de todos aquellos que
seguían la mayor herejía surgida del judaísmo. También su formación personal
fue completamente diferente. Pedro era simplemente un pescador, sin ninguna
preparación, pero testarudo y sincero. Pablo era un intelectual. Había pasado
por la universidad, que entonces era el estudio de la Ley. Uno con su sencillez
y espontaneidad y el otro con su agudeza intelectual, construyen la única Iglesia, como
nos dice el prefacio de la liturgia de hoy.
Esa dificultad que tuvieron Pedro y Pablo para
seguir a Jesús, puede ser de mucha ayuda para nosotros hoy. Pedro, antes de la
experiencia pascual, siguió a un Jesús acomodado a sus ideales e intereses de
buen judío. Pablo, antes de la caída del caballo servía al Dios del AT que
estaba a años luz del Dios de Jesús. La dificultad para aceptar la figura de
Jesús, hace más creíble la sincera adhesión a su persona. No sirve de nada
seguir a Jesús sin haberle conocido bien. Solo después de haber superado la
prueba de nuestros prejuicios, estaremos preparados para orientar a los demás
en el mismo seguimiento que nos salva a nosotros
Todavía se puede adivinar en los evangelios los obstáculos
que tuvieron que superar para pasar del conocimiento de Jesús, a la vivencia
personal de todo lo que predicó. Sería muy interesante descubrir que solo desde
la vivencia personal se puede uno lanzar a la tarea de comunicar una fe. Esto
explica el por qué un puñado de personas fueron capaces de trasformar el mundo
conocido en muy pocas generaciones, y sin embargo nosotros, siendo dos mil
millones, convencemos cada vez menos y estamos en franca recesión.
Querer enseñar la religión como se enseñan las
Matemáticas es un desvarío. Por más información que reciba sobre Cristo y la Iglesia; por más normas
morales y ritos que aprenda y practique, si nadie me invita con su vida a vivir
lo aprendido, todo se quedará en una programación que en nada me enriquece.
Religión significa relación con Dios; pero esa relación solo se puede conseguir
a través de la experiencia interior.
Dios solo llega a mí, a través de lo
hondo de mi ser. Si viene a mí por otro camino, ese Dios es falso. La misma
idea de una clase de religión, es una contradicción en los términos. La
información sobre una religión, no tiene nada que ver con el ser religioso.
Los ritos y ceremonias que practico por obligación o
por rutina, no cambian nada de mi ser
porque son simples programaciones externas. Lo mismo las normas morales que
cumplo, aunque sea estrictamente, no me enriquecen porque no son más que
respuestas automáticas a un disquete que me han colocado. Las normas, las
cumplían los fariseos del tiempo de Jesús, mil veces mejor que nosotros. Los
ritos y las ceremonias las realizaban los sacerdotes de su tiempo, mucho mejor que
nosotros. Sin embargo, a ellos les dijo Jesús: Las prostitutas y los pecadores
os llevan la delantera en el reino de Dios. ¿Por qué?
Todos tenemos que pasar por el doloroso proceso de
maduración, por el que pasaron Pedro y Pablo. En su caso, la dificultad se
agravó porque los dos tuvieron que dar el salto desde una religión legalista a una
religiosidad de experiencia interior, lo que no es en ningún caso, algo cómodo.
Del aprendizaje de una doctrina a la vivencia hay un gran trecho que todo
cristiano debe haber recorrido. Sin ese paso la fe se convierte en pura teoría
que ni nos salva ni nos permite ayudar a los demás a salvarse. Tal vez esté
aquí la causa de nuestro fracaso a la hora de trasmitir lo que llamamos nuestra
religión.
El paso de la creencia a la vivencia es una tarea
que dura toda la vida.
Nunca terminamos de dar el paso, porque nos encontramos más a
gusto con las seguridades que nos da nuestro Dios fabricado a medida, que la
total confianza en el Dios de Jesús que es cosa muy distinta. Tanto Pedro como
Pablo eran personas muy religiosas que se encontraban tan a gusto dentro de su
judaísmo. El contacto con Jesús, desbarató esa seguridad y les hizo entrar en
la dinámica de una auténtica relación con ese Dios que es amor.
Celebrar hoy la fiesta del papado tiene sus
dificultades de encaje. El texto que hemos leído del evangelio de Mt es de los
más difíciles de interpretar y se ha entendido mal durante muchos siglos. Hoy
sabemos que esas palabras nunca los pudo pronunciar Jesús. Jesús nunca pudo pensar
en una Iglesia como la que hoy contemplamos. Tampoco el texto quiere decir lo
que hemos interpretado después. No se trata de construir algo inquebrantable
sobre una roca, sino de construir un edificio con piedras vivas de las cuales
la primera sería Pedro, pero que todas conforman el único edificio.
Cuando pronunciamos u oímos la palabra Iglesia,
todos pensamos en el Papa y la jerarquía. Aún no ha calado en la mayoría de los
cristianos el vuelco copernicano que dio a este respecto el Vaticano II. En él
se habla ciento treinta y tantas veces de “pueblo de Dios” que es una expresión
más adecuada al concepto que debíamos comprender cuando decimos Iglesia. Jesús
no pudo pensar en una jerarquía (poder sagrado) porque siempre estuvo en contra
de todo poder. Recordemos como muestra: “no llaméis a nadie Padre, no llaméis a
nadie maestro, no llaméis a nadie señor”. “El que quiera ser grande que sea el
servidor y el que quiera ser primero, que sea el último de todos.