Posted on 4-junio-2014 by ilusiones Isabel Gómez Acebo
Me escribe una religiosa contemplativa que está dolida porque ha escrito cartas al responsable de la vida religiosa en el Vaticano y al papa sin recibir respuesta ni acuse de recibo. Tendría que funcionar bien una secretaría en Roma que filtrara los temas que llegan pero que siempre mandara una nota diciendo que se ha recibido la carta. De no hacerlo dejan mal la figura del papa que no se ha enterado de nada.
2 – enero – 2014
Queridísimo padre y hermano Francisco: Tras leer con agrado el mensaje por la paz, me ha conmovido favorablemente la insistencia en la fraternidad como dimensión esencial del ser humano en las relaciones personales, necesaria para la justicia y la paz verdadera. La fraternidad como preocupación por el bien del otro, desde la comunión y el respeto. Como hijos de Dios, la fraternidad nos dignifica e iguala, nos pone en actitud de servicio y no de dominio sobre los demás…
Todo el mensaje me ha causado el asombro de lo puramente evangélico, y en mí asoma una alegre esperanza y una segura confianza de que, el ejercicio vocacional de la fraternidad, tenga su comienzo en el seno mismo de las instituciones eclesiales y en su mismo sistema de gobierno, como testimonio de verdad y justicia evangélica.
Digo esto porque, las comunidades de vida monástica-contemplativa, hemos sido avasalladas por un Decreto de la Sagrada Congregación para la Vida Religiosa. Que, sin mediar palabra, sin consultarnos y sin tener en cuenta nuestro parecer y necesidades, sin previo diálogo ni consenso, se nos ha impuesto tajantemente la figura de un “asistente”, obligatorio que sea varón y sacerdote, que dé razón ante la Santa Sede de nuestro hacer y proceder en todos los asuntos que atañen a nuestras federaciones.
Dicho Decreto fue firmado por el presidente de la Congregación para la Vida Religiosa, el cardenal Joao Braz de Aviz, y sigue vigente, obligando a las federaciones a elaborar nuevos estatutos para que, aquellas federaciones que no tenemos “asistente”, lo introduzcamos en dichos estatutos obligatoriamente.
Proceder de esta manera dictatorial, imponiéndose sin miramiento por encima de los Decretos fundantes, como la Sponsa Christi, que nos invita a federarnos, y aconseja tener algún asesor, pero sin imponerlo, como en el actual Decreto, es faltar al más elemental derecho humano de la libertad, es herirnos en nuestra dignidad de hijas de Dios y no esclavas de voluntades humanas absolutistas.
Padre y hermano Francisco, apelo a usted con la esperanza de que salga valedor por nosotras, mujeres religiosas, que no tenemos posibilidad humana de ser escuchadas para expresar nuestros deseos y necesidades, sino siempre a través de los varones, a veces de escasa fiabilidad. Pido ser consideradas como personas adultas y maduras, capaces de exponer nuestros propios asuntos sin mediadores eclesiásticos, porque nuestras presidentas están ampliamente capacitadas para ello. Necesitamos ser tratadas con más respeto humano y fraternal confianza, tal como lo hizo Jesús con las mujeres de su tiempo, tal como lo está haciendo usted mismo, ¡esta es mi esperanza!
Al fin, nosotras no traemos otro empeño que ser y hacer Iglesia desde nuestros puestos de orantes, y vivir una vida para el evangelio en la más absoluta sencillez en nuestros monasterios. Sinceramente, no merecemos ser tratadas así, porque en la Iglesia todo deber ser servicio fraterno y no imposición dictatorial. Quien así obra, no hace sino un uso abusivo de la autoridad y un fraude al evangelio.
Lo que pido es libertad de elección y no imposición, y sugiero diálogo, derecho a ser escuchadas, a hacer las cosas desde el consenso razonado. Solo así haremos una Iglesia más fraterna, donde las relaciones sean de igualdad entre hermanos.
Si el Decreto rezumara evangelio, ¡correría!, cual gamo, tras el olor de sus perfumes. Mas, si somos regidas por Decretos sin base evangélica ¡pobres monjas y pobre Iglesia!
Quiero ponerle en conocimiento de una carta que, hace casi un año dirigí al cardenal Joao Braz, con motivo de dicho Decreto. No obtuve respuesta, ni tan siquiera acuse de recibo. El silencio y la indiferencia ha sido el gran vacío que me ha llegado. Le adjunto la carta para su conocimiento.
Y me quedo con la esperanza en el alma de ser acogida y leída por usted, confiando también en que la verdad y la justicia del Reino avalen a las mujeres en la Iglesia y, todos juntos, seamos capaces de ser cada vez más fieles al evangelio.
Esta carta es totalmente personal, y en ella no quiero implicar ni a mi comunidad ni a nuestra federación. Siento en mí el apremio de una justicia y un derecho hacia la mujer, porque me he sentido profundamente herida con tan inconveniente Decreto, que ha provocado profundo malestar en las comunidades.
Que Dios le bendiga y conceda larga vida, cuente siempre con la oración de esta carmelita descalza que es muy su hermana y amiga. También yo me encomiendo a su oración, comunión en la fraternidad.