Venía hace unas horas de la Iglesia de San Juan La Milagrosa, después de celebrar la misa de 5:30. Venía por la Carrera 16 y a la altura del Parque Ayacucho, cuando de repente, comenzó a posesionarse de mi mente una melodía completamente nueva, original, que no me dejaba. La melodía era chispeante, pero pacificadora. Se repetía un “ritornello” que iba como en contrapunto con una especie de “pizzicatos” agresivos.
Este tipo de “invasiones” musicales me ocurre con cierta frecuencia. Mi problema es que al no poseer la más mínima formación musical académica, no tengo cómo salvaguardar estas inspiraciones y terminan borrándose de mi memoria.
La melodía esta vez me tenía tan cautivado que incluso me obligó a darle un nombre. Me dije: si tuviera que darle un nombre a esta melodía, le pondría “Finalmente Jesús aplacó la tempestad”. El nombre estaba inconcientemente influido por la tormenta que azotó hoy a Barquisimeto.
El “ritornelo” invitaba a la confianza: Finalmente Jesús aplacó la tempestad. Pero qué significaba ese “finalmente”?. Significaba que se había dado una lucha entre el deseo de Jesús de aplacar la tormenta y unos factores que trataban de impedírselo. Pensé: Verdaderamente el compromiso de Dios con la humanidad fue tan serio que Dios se acostumbró a ser humano. Porque los humanos alcanzamos nuestras metas después de batallar contra los obstáculos.
Empecé a visualizar si pasaba algún transporte público en el que pudiera montarme. Me resistía a hacerlo porque sabía que bastaría un vallenato que escuchara en el bus para que se borrara de mi mente la encantadora melodía que me ocupaba.
En mi mente sentía que el final de la melodía sería como un torrente de violines que superaría a los sonidos discordantes significando una sabrosa victoria de Jesús sobre todas las amenazas.
Ya yo sabía que mi divagación musical se extinguiría y que no iba a poder trasmitírsela a nadie. Efectivamente, ya, en este momento, no recuerdo la melodía... No hizo falta el bombardeo de ningún vallenato. En unos minutos mi propia mente estaba tarareando una canción que interpretaba hace unos cuantos años el boricua Alcy Sánchez que dice, entre otras cosas “Sin motivo ninguno rechaza mi amor que es sincero…”(Se me cayó la cédula…).
Fue entonces cuando pensé que si hubiera podido proteger esa inspiración escribiendo las notas musicales correspondientes, me habría convertido en el autor de una especie de “Sinfonía”, con un argumento convertido en música. Me imaginé a alguien preguntándome qué quería yo decir con esa melodía y que yo le habría respondido ( reconociendo las diferencias abismales) como respondió Beethoven cuando le preguntaron qué quería decir con su 5ta.Sinfonía. Respondió:”Si pudiera decirlo con palabras, no habría elaborado la 5ta.sinfonía”.
Fue entonces cuando pensé que si hubiera podido proteger esa inspiración escribiendo las notas musicales correspondientes, me habría convertido en el autor de una especie de “Sinfonía”, con un argumento convertido en música. Me imaginé a alguien preguntándome qué quería yo decir con esa melodía y que yo le habría respondido ( reconociendo las diferencias abismales) como respondió Beethoven cuando le preguntaron qué quería decir con su 5ta.Sinfonía. Respondió:”Si pudiera decirlo con palabras, no habría elaborado la 5ta.sinfonía”.
Para evitar que mi limitación académica musical dejara sin ningún fruto esa experiencia tan plenificante , me deslicé hacia la onda de la oración. De allí me llegó la lección que quiero trasmitirle: Cuando en tu vida aparezca algo equiparable a una tormenta, potencia tu fe en el Jesús que calma las tormentas. El no las calma al estilo del “Deus ex machina” de la mitología griega, sino que las aplaca al estilo de un Dios que se ha humanizado tanto, que se ha hecho vulnerable a las fuerzas enemigas. Jesús puede calmar las tempestades, pero tu fe, tu confianza en Jesús es un requisito insoslayable. De no existir esa confianza incondicional, repetiríamos la experiencia de ese apóstol Pedro que estuvo a punto de ser arrasado por la tempestad al permitirse la duda.
Jesús no lo abandona a sus fuerzas. Le alarga su mano mientras le dice: “Hombre de poca fe.¿Por qué has dudado ?”
Los invito a sacar sus propias conclusiones. Yo, sin dejar de disfrutar de esa experiencia religiosa que viví hace unas horas, sigo ahora tarareando internamente: “…el dolor que has sembrado en mi vida con tu indiferencia…” Bueno, que les aproveche.
miguel matos s.j