José María Castillo
El último escándalo, que ha saltado por los aires en el Vaticano, hace temblar a quienes se fían del papa. De la misma manera y en la misma medida en que hace disfrutar a los que no quieren ver ni en pintura al papa Francisco. Y para que no le falte ningún matiz de interés a esta macabra historia, hay quienes aseguran que los mismos que llevaron a Benedicto XVI a la renuncia de su cargo, terminarán mandando a la Patagonia al papa Bergoglio.
Yo no sé si el actual obispo de Roma está o no está acertado en el nombramiento de los cargos de confianza para el buen gobierno de la Iglesia. Lo que sí sé con seguridad es que, en la ya larga historia del cristianismo, el primer desorientado, en esto de nombrar cargos de confianza para el dinero, fue Jesús de Nazaret. O sea, que el origen de los desaciertos - en el espinoso asunto de la economía - empezó pronto en la Iglesia.
La cosa empezó el día que Jesús escogió a los doce apóstoles. Y sabemos que entre ellos ya había un traidor. Era Judas. De este hombre, se pensó, durante mucho tiempo, que entregó a Jesús porque no estaba de acuerdo con la bondad y el perdón que predicaba el Nazareno. Judas, se ha dicho mil veces, pertenecía a los “zelotas”, los revolucionarios de aquel tiempo, que querían, a toda costa, echar a los romanos de Palestina y ser ellos los liberadores de la opresión que soportaba el sufrido pueblo. Estas ideas estaban de moda en los años 60 del siglo pasado. Por eso, Paris se quedó pasmada el día que, en 1969, Oscar Cullmann pronunció en la Sorbona su famosa conferencia: “Jesús y los revolucionarios de su tiempo”.
Hoy sabemos que todo aquello no pasó de ser un alarde de imaginación. Ni en tiempo de Jesús había “zelotas”. Ni lo de “Iscariote” tiene que ver nada con “sicario”. Ni Judas fue el primer revolucionario político en la historia del cristianismo. El asunto es más simple. Y tiene más que ver con lo que pasa ahora por todas partes. Judas “era un ladrón” (Jn 12, 6). Un ladrón que se las daba de “socialista”, que se escandalizó cuando una buena mujer, María, “tomando una libra de perfume de nardo auténtico de mucho precio, le ungió los pies a Jesús” (Jn 12, 3). Judas se puso entonces a defender a los pobres. Como si los pobres le importaran a él. Cuando, en realidad, lo que le importaba era el dinero que, como encargado de la bolsa, sacaba de ella, para su propio provecho. Por eso, cuando llegó el momento oportuno, se fue derecho a los sumos sacerdotes y les hizo la propuesta: “¿Cuánto estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” (Mt 26, 15). Judas preparó el negocio. Pero quería “la mordida”. Como se sigue haciendo hasta el día de hoy. Y todo terminó como sabemos: injusticia, muerte y suicidio.
¿Y ahora nos llevamos las manos a la cabeza y aplaudimos al traidor o pensamos que se nos hunde el papa que tenemos? Ni un traidor hunde al papa, ni cuatro fanáticos del templo se van a salir con las suyas. Lo de Jesús es mucho más profundo y tiene un recorrido que no imaginamos. Por eso, lo que hace falta de verdad no es que Francisco se hunda o Francisco acierte. Lo que hace falta es que tomemos en serio el Evangelio, que es lo que quiere Francisco. Y los que sobran son los curas, que ahora como los sacerdotes de entonces, lo que quieren es la ganancia y vivir a sus anchas.
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