Esta vez se trata de Enrique Ayala Mora: historiador, catedrático, ex legislador y actual rector de la prestigiosa Universidad Andina Simón Bolívar.
EL COMERCIO.-
Cambio eclesiástico
El "nuncio" es un dignatario eclesiástico que el Papa designa para que lo represente en un país. Cumple una doble función. Por una parte, es el "embajador" ante el respectivo Gobierno, por otra, es su vínculo con los católicos, especialmente con los obispos y religiosos locales.
Los nuncios suelen ser diplomáticos muy bien formados y conectados con las instancias vaticanas. Son conservadores, prudentes y hábiles. De un lado, manejan las relaciones internacionales y hasta las crisis políticas internas; de otro se mantienen en contacto con los eclesiásticos y los fieles; los orientan y aconsejan, incluso los consultan de vez en cuando.
En nuestro país ha habido nuncios destacados, pero en los últimos años hemos tenido mala pata. El arzobispo Otonello que se desempeña como nuncio en Quito por cerca de una década, ha dejado mucho que desear en el cumplimiento de ambas misiones. Su relación con los medios oficiales es deplorable. Y su contacto con los miembros de la Iglesia Católica ecuatoriana es lejana y ríspida.
Gonzalo Ortiz Crespo, en un artículo muy bien puesto del diario Hoy dijo: "Las relaciones del nuncio con los obispos del Ecuador no son solo malas sino pésimas. Otonello ha tenido constantes salidas de tono y ha protagonizado también roces con muchas autoridades civiles".
Por mi parte, me consta que los curas se quejan de que es déspota e intolerante. En una reunión en que pude charlar con un buen grupo de religiosas, la opinión fue unánime: el nuncio no quiere relacionarse con la vida eclesial del país ni con las personas que están comprometidas con ella. Es grosero y machista. No admite el diálogo. Quienes frecuentan los cocteles a los que concurre, le han oído frases de desprecio para nuestro país y su gente.
Fue pública y notoria la forma en que maltrató a monseñor López Marañón, un obispo misionero ejemplar a quien sacó virtualmente a empellones de su diócesis. El nuncio personalmente se había encargado que se aceptara en tiempo récord la renuncia del prelado, cuya obra se empeñó en desmantelar. Intentó remplazarlo con los "heraldos del Evangelio", una secta de fanáticos de extrema derecha que fueron rechazados por la gente.
De Otonello se quejan todos, hasta las monjitas rezadoras, los buenos cristianos y los obispos. Estas líneas recogen, pues, una realidad muy sentida entre los católicos ecuatorianos. Expresan la esperanza de que el papa Francisco tenga en nuestra patria un nuncio que lo represente genuinamente.
Que sea abierto y sencillo, que se acerque a la gente y no la aborrezca, que valore a este país y no lo desprecie.
Ojalá que los cambios que el Papa ha prometido lleguen aquí pronto y remplace a un prelado con aires de príncipe romano, por un pastor que represente de veras al "Siervo de los siervos de Dios".