(Dt 30,10-14) "El mandamiento está muy cerca de
ti, en tu corazón. Cúmplelo.
(Col 1, 15-20) "Porque en él quiso Dios que
residiera toda la plenitud.
(Lc 10,25-37) "¿Quién es mi prójimo? Anda, haz
tú lo mismo”.
Hoy la primera lectura no da la clave para entender el evangelio. La
voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es una exigencia de nuestro ser.
Dios no crea al ser humano y luego le impone unas obligaciones. Dios no tiene
“voluntad”, porque no tiene partes ni cualidades ni potencias. Es un “ser”
simplicísimo. Lo que Dios quiere, es que despleguemos esas posibilidades
(exigencias) que nacen de nuestro ser más profundo. Cuando alguien es capaz de
descubrirlas, las propone a los demás como venidas de Dios para darles carácter
definitivo. ¡Cuanto fundamentalismo se evitaría si tuviéramos en cuenta esta
simple verdad!
El jurista sabía la respuesta, luego no pregunta para aprender, sino
para examinar. Jesús se lo hace ver, haciendo que él mismo responda. Lo que no
estaba tan claro era quién era Dios y quién era el prójimo. Aquí sí que había y
sigue habiendo mucho que aclarar... Jesús habla de superar la Ley como venida de un Dios que
desde fuera y desde arriba nos exige normas de conducta que van en contra de
nuestros intereses. Como la primera lectura de hoy, Jesús habla de una ley no
escrita que llevamos todos dentro y que haya que descubrir.
Solo Lc narra esta maravillosa parábola del “buen samaritano”. Como
todas las parábolas, no necesita explicación. Lo único que exige es “implicación”.
El oyente tiene que tomar partido después de oírla. Si no lo hace, la narración
carece de sentido. Se nos invita a descubrir una manera nueva de ser humano. No
basta ser religioso y tener muy buenas relaciones con el Dios del templo,
aunque sea sacerdote o levita, hay que ir más allá y hacerse prójimo. La parábola
nos propone dejar de considerarse a sí mismo el ombligo del mundo (egoísmo), y poner
en el centro al otro (amor).
En cuanto pregunto, ¿Quién es mi prójimo?, doy por supuesto
que puede haber alguien que no lo es y que tendríamos que amar solamente a
alguno de nuestros semejantes. En algunas formulaciones del AT, el mandamiento
del amor al prójimo tenía este sentido. La religión judía nació como un medio
de aglutinar un pueblo en torno a un Dios, con unas obligaciones que le
permitían asegurar una cohesión interna capaz de superar el egoísmo destructor.
Para nada pensaban en un amor universal, sino en un amor a los pertenecientes
al pueblo, con la finalidad de defenderse de los que no pertenecían a él y por
lo tanto eran considerados enemigos. “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a
tu enemigo”
La pregunta también da por supuesto que el ser o no ser prójimo
depende del otro, o de circunstancias externas. Fíjate bien que este es el
fundamento de la mentalidad legalista que excluye toda aproximación. La ayuda
al miserable desde el estricto cumplimiento de la Ley no excluye el sentimiento
de superioridad o desprecio. Cumplo lo mandado pero no me involucro para nada
en la situación del otro. Simplemente lo hago “por amor a dios”. Esta es la
trampa donde hemos caído los cristianos. Lo que hizo el Samaritano está a años
luz de esta actitud. Se aproxima, lo cura, lo venda, lo lleva a la posada, etc.
El relato es típico de la literatura oriental, pero los personajes
implicados en él, lo convierten en provocador. Los oficiales de la religión están
demasiado preocupados por la legalidad para preocuparse de los demás. Para el
sacerdote y el levita, lo primero era la Ley. Para el samaritano, lo primero era el amor.
El hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no
está sujeto a normas morales externas, lleva la ley en el corazón. La palabra
empleada en griego para indicar que se conmueve, se aplica siempre en el NT a
Dios o a Jesús. La Vulgata
la traduce por “misericordia motus est”. Nos indica que el Samaritano se dejó
llevar por su verdadero ser desde el interior y acabó actuando como Dios.
La parábola, no deja lugar a dudo sobre lo que Jesús entendía por
próximo. Prójimo es todo aquel con quien me encuentro en mi camino. Prójimo es
aquel que me necesita. Estamos equivocados al pensar que el prójimo lo puedo
determinar yo. Jesús nos dice que el prójimo se me impone, aunque yo puedo
tomar la decisión de escamotear esa presencia e ignorarlo. Cuando me niego a
verlo, estoy fallando, buscando excusas para escapar a esa imposición que me
saca de mi programación, de mis planes, a veces tan religiosos ellos.
Estamos equivocados cuando pensamos que si me acerco a otra persona
para ayudarla, estoy haciendo una cosa buena, pero que si no la ayudo, no pasa
nada, porque yo soy libre de ayudarla o de no ayudarla. No vemos como una
necesidad el ayudarla, sino como una posibilidad que se me ofrece y que yo
puedo aprovechar. No, debemos sentir esa ayuda, como una urgencia de nuestro propio
ser. Con frecuencia soy capaz de programar un prójimo para una hora
determinada, pero rechazo instintivamente al que se me impone sin mi
consentimiento. Actuamos desde la programación y no desde el amor.
Tanto en el AT como en el evangelio, se entiende a Dios como cosa, es
decir como alguien que existe al margen de la creación. Hoy
sabemos que Dios está en las cosas, no al margen de ellas, ni por encima de
ellas. Si pudiéramos ver la creación desde Dios veríamos que no se diferencia
en nada de ella. La creación es la manifestación de Dios. Vista desde la
criatura, sí hay diferencia, pero no por lo que la creación es, sino por lo que
no es; por sus limitaciones. Dios es infinito, la criatura no, ni por separado
ni en conjunto. Si en todas las cosas está Dios, es claro que en cualquier ser
humano se está manifestando su presencia. Si de verdad estoy interesado en
descubrir y reconocer a Dios ya se el camino.
Aclaremos esta idea con el ejemplo de la luz. La luz no se puede
ver. Los espacios intersiderales son inmensos vacíos en absoluta oscuridad,
aunque la luz los traviesa. Solo cuando los fotones encuentran a su paso algo
material, puedo descubrir los reflejos
de la luz en ese objeto. Esto pasa con Dios, no se le puede ver más que
reflejado. Para cada uno de nosotros no hay más Dios que el que podemos ver en la creación. La
conclusión es clara: No puedo pensar en un Dios al margen de la creación,
porque sería un ídolo. Por lo tanto, no puede haber dos mandamientos. Amo a
Dios solo en la medida que amo a sus criaturas.
Hay una frase, que empleamos siempre para justificar nuestro egoísmo,
pero que es verdadera: "el amor bien entendido empieza por uno
mismo". Efectivamente, descubriendo la luz que se refleja en mi propio
ser, estaré capacitado para verla en los demás. El Dios que descubro en mí, es
el mismo que debo descubrir en los demás. Ya hemos dicho muchas veces que el
amor es sólo uno en cada persona. Aunque hay diversas manifestaciones del amor.
Si me doy cuenta de lo que soy en el todo, veré al otro insertado en el Todo.
Si creo que soy una mónada aislada, veré al otro como algo aislado y por lo
tanto como algo distinto de mí, que me impide ser yo, me estorba, y no
encontraré motivos para amarlo.
Cuando tenga claro esto, solucionaré el problema de mi egoísmo. Es
falsa la creencia de que yo soy una individualidad aislada, que tengo
existencia y consistencia propia. Yo, separado del creador y de las demás
criaturas, no soy nada. Lo que constituye mi ser y lo que constituye el
ser de los demás, es la misma realidad, Dios que está fundamentando mi propio
ser y el de los demás. Por tanto, no puedo ir en contra de los demás, sin ir en
contra mía y viceversa. El error de que somos algo aislado viene de creer que
somos lo que no somos. El día que descubra que no soy eso, habré dado un paso hacia el verdadero
amor.
El prójimo está siempre ahí, a tu vera.
Descubrirlo y aceptarlo depende sólo de ti. Siempre que te aproximas a otro
para ayudarle de cualquier forma, lo
estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te
estás acercando a ti mismo y te estas acercando a Dios. Cada vez que superas tu
egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de humanidad. Siempre
que das un rodeo para pasar de lardo ante el dolor ajeno, te estás alejando de
ti mismo y de Dios. Cuando te desentiendes del otro, estás perdiendo una
ocasión de dar sentido pleno a esta vida y convertirla en VIDA.
Resumen: Sin
prójimo no hay Dios que valga. El evangelio es demasiado simple. Sólo
cuando me aproximo al que me
necesita me estoy acercando al verdadero Dios.
Oración-meditación
Prójimo es todo aquel que me necesita
y estoy dispuesto a ayudarlo a ser más humano.
No debo pensar solamente en las necesidades
materiales.
En nuestro entorno, son más urgentes otras
carencias.
…………………….
No hay más amor a Dios que el que se manifiesta
amando a los demás.
La clave en nuestra relación con Dios, está en el
amor al prójimo.
Si creo que puedo amar a Dios desentendiéndome de
otro,
es que no he entendido nada del mensaje de Jesús.
.........................
La propuesta de Jesús es de amor incondicional a todos.
Un amor que no se manifiesta, es que no existe.
Si no descubro a la persona que me necesita,
Es que no me preocupo del que pasa en mi
interior.
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