Héctor
Alfonso Torres Rojas
Licenciado
en teología y Sociología
No es un título
de mal gusto ni una broma pesada, ni un titular amarillista. Mi cerebro no
podía procesar lo que veían mis ojos. Una vez más hay que afirmar, como se
repite con frecuencia, en múltiples ocasiones: “Este es el país de Sagrado
Corazón”. Expresión que
conlleva burla, sorpresa y crítica, a la vez. Esa expresión significa que en
este país todo puede acontecer en el ámbito de las variadas intersecciones, no
muy santas, entre
eclesiásticos-gobierno-política-militares-clase alta.
Ayer, Jueves
santo, al caer la noche, hice un
recorrido sociológico-religioso, por el centro de la Ciudad Capital, donde se
encuentran 5 templos, en relativa cercanía, sobre la Carrera Séptima, antigua
Calle Real y vía arteria principal, que
atraviesa la ciudad de sur a norte, de manera horizontal a los cerros
tutelares, en unos 30 kilómetros. Por esta avenida, en su parte céntrica, acontecen marchas, manifestaciones y desfiles
por diferentes razones y reivindicaciones. En los días del triduo pascual, a
sus templos acuden miles de creyentes, ante todo de los sectores populares. Que
no siempre van por la celebración litúrgica sino a cumplir sus devociones, en
pequeños conjuntos familiares.
Vuelvo al tema
de esta croniquilla. Primera escena.
Sobre la Carrera Séptima, frente a la Catedral, está en formación la banda
musical del Batallón Guarda Presidencial, en traje de gala. Unos de sus
miembros me dijo que estaban para rendir homenaje a la procesión del Santísimo
Sacramento, de la Catedral a la Capilla de Sagrario, donde quedaría en
exposición en el Monumento. Son unos sesenta metros, puerta a puerta. Otros no
sabían para qué los obligaban a estar en ese sitio. “Obedecemos órdenes”.
Segunda escena. Subo las
escaleras hacia el atrio. En la explanada del atrio, en dos filas horizontales al
conjunto Catedral-un edificio-Capilla del Sagrario, sesenta (60) miembros del batallón Guardia Presidencial, en traje militar de gala. ¡Cada uno con su enorme fusil Galil 555! Explicación:
para hacer calle de honor a la procesión del Santísimo Sacramento.
¡Con fusil de asalto, Galil 555! Jesús dijo a Pedro, en el Huerto de Getsemaní:
“Guarda tu espada...”. Evangelio de
Juan, 17,10-11.
Tercera escena. Entro a la
Catedral. Todas las bancas llenas de feligreses, pero hay una circulación
constante de curiosos y de devotos. Preside la celebración de la Santa Cena el
Cardenal-Arzobispo, Rubén Salazar, recién ha llegado de participar en el Cónclave
que eligió a Francisco-Papa. Supongo que fue testigo de algunos de los gestos simbólicos
del Papa, mostrando sencillez y humildad. Llegué en el momento en que va a
comenzar la distribución de la comunión. Inaudito e increíble. Cada sacerdote que va a distribuir la
comunión, baja del altar hacia la feligresía, acompañado de un cadete del Batallón Guardia Presidencial, en su traje militar
de gala y su casco resplandeciente de brillo ¡En un estado laico! Y todo
bajo la mirada del Cardenal-arzobispo. Pareciera que el párroco monseñor de La
Catedral y los monseñores canónigos, su
equipo pastoral, no han tenido tiempo o
no les ha interesado formar y organizar laicas y laicos para tales ministerios
o menesteres.
Esas escenas, le
permiten comprender a los lectores y a las lectoras, de diferentes países a
quienes llega esta columna, por qué se exclama, de manera despectiva: “Colombia país del Sagrado Corazón”. En efecto, hasta hace unos años, el
Presidente tenía la obligación legal de consagrar el país al Sagrado Corazón,
cada año, en el día de su festividad,
día de fiesta de guardar.
Salgo de La Catedral
con enorme malestar. No entiendo por qué el Cardenal-Arzobispo ha permitido,
como dicen en España, ese tinglado. Deshago los pasos recorridos en medio de
una atiborrada multitud. Jueves y viernes santos son festivos y la Carrera
Séptima, en unas 25 cuadras es peatonal todos los días hasta las seis de la
tarde, por decisión del actual Alcalde Mayor. Esa tranquilidad peatonal es
violada, solamente, cada día y a
diferentes horas, por los coches de seguridad que transportan las
representaciones del dios-riqueza: dinero en billetes y títulos valores.
Inclusive el jueves santo. Y no puede no ser así en estos tiempos en que reinan
y gobiernan las instituciones financieras, en cualquier país. Así se comporta
el neoliberalismo salvaje. Yo, dios-riqueza, soy el primero y el último, para
el gran bienestar de los super ricos.
Vendedores ocasionales
ofrecen a grito partido sus productos, en cada cuadra. Interrumpen la
circulación de peatones. Los que ofrecen objetos religiosos: “Mil pesos vale el libro de las 7 visitas” (a
siete monumentos, en siete templos diferentes, porque trae beneficios
especiales); “lleve la camándula, el
santo rosario, dos mil pesos”; “el viacrucis para mañana”,... Sin
olvidar, los que vociferan, inclusive con altoparlantes, todo tipo de comestibles (panes, quesos, frutas,
caramelos, infusiones...), artículos como ropa, correas y otros objetos en
cuero, zapatillas juveniles, libros y revistas, películas... Además payasos,
mimos y grupos musicales que interpretan sus músicas y venden DVDs...
Cuarta escena. Entro al
templo llamado “Nuestra Señora de las Nieves”, en una ciudad a 2.500 metros
sobre el nivel del mar y donde jamás ha caído un gramo de nieve. El párroco
anima la Hora Santa. Escucho su voz: “Alcen
sus objetos religiosos, alcen sus rosarios, alcen las botellas de agua que voy
a dar la bendición”. Los objetos son
levantados, el sacerdote hace el signo de la cruz y así ¿obtienen un sagrado
valor agregado? A unos cinco metros de la puerta de entrada hay una mesa donde
se venden litros de agua, en recipientes de plástico y pequeñas veladoras. Me
detengo. Hay dos señores vendiendo. Pregunto a unos de ellos: ¿“Ustedes
son los dueños de la venta?. “No”. ¿Quién
es? “El párroco”. ¿Cuánto vale el litro de agua? “Dos mil pesos” (algo más de un dólar). ¿Cuántos litros han vendido? “No hemos hecho los cálculos, pero muchos”.
La marea de visitantes entra lentamente por una puerta. Algunos compran.
Siguen, miran, admiran y rezan ante el Monumento unos instantes. Le dan la
vuelta al templo y salen por la otra puerta. Las bancas están cuasi llenas, con
continuos cambios de usuarios.
Quinta escena. El
Monumento está en el altar central del templo. El fondo brilla y resplandece de
manera particular. Me acerco. Una sorpresa: en el piso del sector del altar
mayor, conté mil velones encendidos. Velones de unos 40 centímetros de alto y
unos 5-6 centímetros de diámetro. Todos perfectamente ordenados en filas,
hileras y conjuntos. Muy fácil de contar. Espectáculo bellísimo de luz. Nada
discreto y sencillo como lo aconsejan las normas litúrgicas del triduo pascual.
Cada velón tiene el nombre de la familia que lo ofreció. El Párraco sigue
recitando oraciones, cantos y nuevamente
invita a levantar los objetos religiosos y las botellas con agua para la
bendición. No hay laicos y laicas
colaborando en la animación de la Hora Santa. El sacerdote explica, reza,
canta, bendice, suda... Se siente el calor de los velones y velas-cirios del
altar.
Una señora, por
dentro del espacio del altar mayor, recorre de una esquina a la otra la baranda
de separación, con una bolsa en tela adosada a un listón de madera, que estira
hacia los fieles para que depositen la limosna. Cuando llega a la esquina en
que me encuentro, me acerco a la baranda y le pregunto: “¿Dónde puedo comprar
un velón”? “A la entrada”, me
responde. ¿Cuánto vale? “Veinte y seis mil pesos”. (26.000
pesos son equivalentes a unos US
$ 15 dólares). ¿Quién es el dueño de la
venta? “El párroco”. Al salir, paso
por la mesa de venta, pero ya están agotados los velones. Los litros de agua y los velones, comprados al por mayor, pueden
valer el equivalente al 50% del precio
de venta. ¡Ganancia redonda! Los almacenes internos de venta de objetos
religiosos, en La Catedral y en Las Nieves están llenos de clientes. Lástima que Jesús no hubiese llegado con su
látigo, para acabar el concubinato entre “El
sable y el hisopo”; “Entre el gallil de asalto 555 y la cruz”; “La cruz y la
espada”; “Entre el Trono y el Altar”, es decir, entre el Poder político-económico
y el Poder religioso.
Sexta escena. Ya es una
costumbre, que en el estado laico colombiano, en Bogotá, -no sé en otras
ciudades-, la Policía, uniformada,
colabora dentro de los templos, durante diferentes festividades y en distintas
actividades. El Jueves Santo conté 20 dentro de La Catedral. Unos, ayudando
a organizar la multitud en visita al Monumento.
Otros estaban dialogando entre sí. No le corresponde a la Policía uniformada
de un estado laico, estar dentro de los templos para organizar y poner orden. En
un año anterior, en la iglesia del sector Chapinero, en Bogotá, la Policía uniformada cargó en procesión la
imagen de Jesús resucitado, al canto del “gloria”, en la misa de la vigilia
pascual. Eso es tarea de clérigos, seminaristas, laicos y laicas. Pero al clero
poco le interesa formar y organizar laicado. Eso exige trabajo y es peligroso
porque laicos y laicas pueden restar PODER a los clérigos, por su conocimiento,
observación, exigencias, propuestas, denuncias...
Esta tarde de
Viernes santo veremos, como ya es costumbre, al Batallón Guardia Presidencial
acompañar la procesión del Santo Sepulcro, seis cuadras, por la Carrera
Séptima.
Bogotá,
Viernes santo, 29 de marzo de 2013