Donostia. Jon Sobrino
(Barcelona, 1938) es el quijote de los desheredados, un teólogo que le
quita a la vida el papel de regalo para presentarla descarnada. Pero
hablar como Sobrino lo hace, con la espiritualidad de su
antiimperialismo, irrita a muchos, sobre todo a los inquisidores romanos.
En un discurso tremendamente lúcido pero políticamente incorrecto,
arremete contra el espectáculo de la elección del nuevo Papa. "Era
chocante el despliegue de suntuosidad, alejada de la sencillez de
Jesús", dice. Y, sin pelos en la lengua, asegura que "Bergoglio,
superior de los jesuitas de Argentina en los años de mayor represión del
genocidio cívico militar, tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular,
comprometida con los pobres. "No fue un Romero", subraya Sobrino.
Usted ha tachado la elección del Papa de "folklore mediático".
La plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente de todas las
razas y colores, con banderas variopintas, con rostros expectantes y
sonrientes. La fachada del Templo estaba adornada con esmero calculado.
Se dejaban ver también personas vestidas con capisayos y acicaladas como
no se ven en las calles de la vida real, en campesinos y señoras del
mercado. Imperaba el folklore -en inglés, costumbres populares-,
aunque en la plaza de San Pedro, las costumbres eran más sofisticadas y
acicaladas que las de los pueblos del terruño español y de los cantones
de El Salvador, donde yo me encuentro.
¿Eso es malo?
No, nada de esto era malo, pero no decía nada importante de
quién iba a ser el nuevo Papa, qué alegrías y problemas iba a tener y
con qué cruz iba a cargar… Sí era chocante el despliegue de suntuosidad
alejada de la sencillez de Jesús. Y se adivinaba una cierta jactancia en
los organizadores como diciendo todo está saliendo bien. Cuando esta perfección expresa, además, poderío, la suelo llamar la pastoral de la apoteosis.
Pero no todo fue folclórico.
No, algo no fue folclórico ya desde el primer día. Hablo de la
vestimenta sencilla del Papa, de la pequeña cruz sobre su pecho donde
no había oro ni plata ni brillantes, su oración que, inclinándose, pidió
al pueblo antes de bendecirles él a ellos. Son signos pequeños pero
claros. Ojalá crezcan como signos grandes y que acompañan a su misión.
Clara quedó la sencillez y la humildad.
La elección de Bergoglio resultó una sorpresa total.
Sí, para los no iniciados fue una sorpresa y una gran novedad.
El Papa es argentino, el primer Papa de ese país. Y es jesuita, el
primer Papa de esa orden. Ambas cosas pueden ser trivializadas, como ha
ocurrido en algunos medios. Por eso hay que entenderlo bien. Messi es
argentino, pero no todos los argentinos son estrellas. Jesuita fue Pedro
Arrupe, pero -y aquí hablo de cosas más serias- no todos los jesuitas
somos como él. Al folclore pertenecen también titulares sin mucho
ingenio y con pereza mental como; argentino y jesuita. ¿No
tendrán otra cosa que decir? Además los momentos folclóricos y
mediáticos duran poco. Triste es mantenerlos, o seguir añadiendo
detalles intranscendentes, sin acabar de entrar en el fondo del asunto
como el Papa, la Iglesia, Dios y nosotros. De los amos de los medios -y
de los espectadores- dependerá que lo folclórico siga siendo lo más
socorrido.
Estos días, ha hablado con gente que conoce a Bergoglio de cerca.
Sí, yo no soy experto en la vida, trabajo, gozos y
sufrimientos de Bergoglio. Y para no caer en ninguna irresponsabilidad
he procurado conectarme con personas, a las que no citaré, de Argentina,
sobre todo, que han tenido contacto directo con él. Espero comprensión
por lo limitado de lo que voy a decir, y pido disculpas si cometo algún
error. Bergoglio es un jesuita que ha ocupado cargos importantes en la
Provincia de Argentina. Ha sido profesor de Teología, superior y
provincial. No es difícil hablar de sus tareas externas. Pero de lo más
interno solo se puede hablar con delicadeza y, ahora, con respeto y
responsabilidad. Muchos compañeros lo han recordado como persona de
hondos convencimientos y temperamento, decidido luchador y sin tregua. Si le hacen Papa, limpiará la Curia, se ha dicho con humor.
¿Le han resaltado su austeridad?
También le recuerdan por su interés desmedido de comunicar a
otros sus convicciones sobre la Compañía de Jesús, interés que se podía
convertir en posesividad, hasta exigir lealtad hacia su persona. Muchos
recuerdan su austeridad de vida, como jesuita, arzobispo y cardenal.
Muestra de ello es su vivienda y su proverbial viajar en autobús. Ya
obispo, muchos de sus sacerdotes recuerdan su cercanía y cómo se les
ofrecía a suplirles en su trabajo parroquial, cuando necesitaban dejar
la parroquia para salir a descansar. La austeridad de vida iba
acompañada de un real interés por los pobres, indigentes, sindicalistas
atropellados, lo que le llevó a defenderlos con firmeza ante los
sucesivos gobiernos. Los temas morales le han sido cercanos, y
ciertamente el del aborto, lo que le llevó a enfrentarse directamente
con el presidente del país.
¿Le han recordado por su opción por los pobres?
En todo ello se aprecia una forma suya específica de hacer la
opción por los pobres. No así en salir activa y arriesgadamente en su
defensa en las épocas de represión de las criminales dictaduras
militares. La complicidad de la jerarquía eclesiástica con las
dictaduras es conocida. Bergoglio fue superior de los jesuitas de
Argentina desde 1973 hasta 1979, en los años de mayor represión del
genocidio cívico militar.
¿Habla de complicidad?
No parece justo hablar de complicidad, pero sí parece correcto
decir que en aquellas circunstancias Bergoglio tuvo un alejamiento de
la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. No fue un Romero
-célebre por su defensa de los derechos humanos y asesinado en el
ejercicio de su ministerio pastoral-. No tengo conocimientos
suficientes, y lo digo con temor a equivocarme. Bergoglio no ofrecía la
imagen de Monseñor Angelleli, obispo argentino asesinado por los
militares en 1976. Muy posiblemente sí ocurría en su corazón, pero no
solía aflorar en público el recuerdo vivo de Leónidas Proaño, Monseñor
Juan Gerardi, Sergio Méndez…
Sin embargo, tiene también otra marcada faceta solidaria.
Sí, por otra parte, desde 1998, como arzobispo de Buenos Aires
acompañó de diferentes maneras a sectores maltratados de la gran
ciudad, y con hechos concretos. Un testigo ocular cuenta que en la misa
del primer aniversario de la tragedia de Cromagnon -incendio ocurrido
durante un concierto de rock que costó la vida a 200 jóvenes-, Bergoglio
se hizo presente y con fuerza exigió justicia para las víctimas. A
veces usó lenguaje profético. Denunció los males que trituran la carne del pueblo,
y les puso nombre concreto: la trata de personas, el trabajo esclavo,
la prostitución, el narcotráfico, y muchos otros. Para algunos, quizás
la mayor virtud y la mayor fuerza para llevar adelante su actual
ministerio papal es que Bergoglio es un hombre abierto al diálogo con
los marginados y desde el dolor. Acompañó con decisión procesos
eclesiales en los márgenes de la Iglesia católica, y los procesos que
ocurren al borde de la legalidad. Dos ejemplos emblemáticos son la
vicaría de curas villeros de los barrios marginales y su apoyo a los
curas que deambulaban sin un ministerio digno.
¿Qué le espera al papa Francisco?
Solo Dios lo sabe. El nuevo Papa habrá pensado bien lo que le
puede esperar y lo que él deberá, podrá y querrá hacer. Ahora enumeramos
algunas tareas que a nosotros, desde El Salvador, nos parecen
importantes, y que pueden ser importantes para todos en la Iglesia.
También nosotros debemos llevarlas a cabo, pero el Papa tiene una mayor
responsabilidad y, ojalá tenga más medios. Las tareas coinciden mucho
con las que José Ignacio González Faus ha propuesto recientemente.
¿Cuál sería la más urgente?
La primera -yo creo que la mayor de las utopías- es hacer realidad la utopía de Juan XXIII: La iglesia es especialmente la Iglesia de los Pobres.
No tuvo éxito en el aula del Vaticano II, de modo que unos 40 obispos
se reunieron fuera del aula, y en las Catacumbas de Santa Domitila
firmaron el manifiesto que se ha llamado El Pacto de las Catacumbas.
Usted siempre apunta a la falta de sensibilidad de la Iglesia.
Por lo que muchos dicen, Bergoglio tiene sensibilidad hacia
los pobres. Ojalá tenga lucidez para hacer real la Iglesia de los
pobres, y que esta deje de ser Iglesia de abundancia, de burgueses y
ricos. No le faltarán enemigos, como no faltaron después de Medellín a
muchos jerarcas que sí pusieron a los pobres en el centro de la Iglesia.
Los enemigos estaban dentro de curias eclesiásticas, y muy
poderosamente en el mundo del dinero y el poder. Estos asesinaron a
miles de cristianos y cristianas.
Imposible olvidar a Monseñor Romero, mártir latinoamericano.
Ojalá el papa Francisco no se asuste de una Iglesia perseguida
y mártir, como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los
canonice o no, ojalá proclame que los mártires, concretándolos también
como los mártires por la justicia, es lo mejor que tenemos en la
Iglesia. Es lo que la hacen parecida a Jesús de Nazaret. Para ello no es
esencial que canonice a Monseñor Romero, aunque sería un buen signo. Y
si el Papa cae en alguna debilidad humana, sea esta estar orgulloso de
su patria latinoamericana, sufriente y esperanzada, mártir y siempre en
trance de resurrección. Y estar orgulloso de toda una generación de
obispos: Leónidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel
Ruiz… No llegaron a papas, la mayoría de ellos tampoco a cardenales.
Pero de ellos vivimos.
¿Y qué me dice de los problemas que sacuden a la Iglesia y que aparecen en los medios de comunicación?
La segunda de las utopías es afrontar la conocida constelación
de problemas al interior de la organización de la Iglesia que esperan
solución. Por ejemplo, la muy urgente reforma de la Curia romana.
También es necesario que los miembros de la Curia sean preferentemente
laicos. Asimismo, es importante que Roma deje a las iglesias locales la
elección de sus pastores. Que desaparezcan del entorno papal todos los
símbolos de poder y de dignidad mundana, y ciertamente que el sucesor de
Pedro deje de ser jefe de Estado, porque eso avergonzaría a Jesús. Hace
falta que toda la Iglesia sienta como ofensa a Dios la actual
separación de las iglesias cristianas. Hay que pedir al Papa que Roma
solucione la situación de los católicos que fallaron en su primer
matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión. Y, por
supuesto, que repiense el celibato ministerial.
Usted tampoco abandona otras reivindicaciones ya clásicas.
Sí tengo otras tres cuestiones. Por un lado, que de una vez
por todas arreglemos la situación insostenible de la mujer en la
Iglesia. También que dejemos de minusvalorar, a veces menospreciar, al
mundo indígena, a los mapuches de América del Sur y a todos los que el
Papa irá conociendo en sus viajes por África, Asia y América Latina. Y
por supuesto que aprendamos a amar a la madre tierra.
Todo ello con un compromiso en firme que tiene que ver mucho con lo sucedido estos días.
Sí, el compromiso debería ser que el nuevo Papa en el balcón
de San Pedro y los millones de personas en la plaza no debieran
convertirse en un gran actor, el Papa, y en meros espectadores
taquilleros, los fieles.