Pedro Pierre
En este comienzo de año no faltan los profetas de desgracias para anunciarnos que “todo va a ir de mal en peor”. En lo personal, desesperan a las personas y nos hacen creer que estamos en una situación tan catastrófica que no es posible abrir la boca ni mover un dedo. En lo familiar, describen la descomposición más total de una juventud perdida y de adultos irresponsables. En lo social, pregonan que el individualismo triunfante y el consumismo desenfrenado no dejan espacio para enfrentar los desafíos inmensos que se nos presentan. En lo político, presentan las fuerzas oscuras que todo lo trastornan. En lo religioso, nos quieren hacer creer que Dios está dormido en un cielo inalcanzable.
Es cierto que los problemas individuales, familiares, sociales, políticos y religiosos existen y nos pueden parecer a veces fuera de nuestro alcance. La maldad es grande y la violencia tenaz. Pero si empezamos a mirar las cosas desde abajo veremos millones de personas y comunidades viviendo de otra manera.
Es hora de retomar confianza en nosotros y nosotras para, por una parte, descubrir que los problemas son nuestros como también su solución y, por otra, que somos capaces, individual y colectivamente, de aportar nuestro granito de arena a una sociedad más armoniosa y fraterna como sucede en muchas partes. Ahora los grandes científicos nos dicen que somos parte de un universo con una fuerza creativa que nada detiene. Esta creatividad cósmica ha sido capaz de superar las catástrofes más espantosas y crear el ser humano que somos hoy y que no ha terminado de evolucionar.
Al lado de las familias descompuestas existe un sinnúmero de hogares que han decidido vivir en la sencillez para no dejarse llevar por el consumismo mortal, que apagan el televisor para conversar y decidir juntos, que se reparten las tareas cotidianas y tienen el tiempo de participar en muchas actividades sociales, culturales y deportivas.
Están cada vez más claros los derechos colectivos y los de los pueblos para llevar adelante sus proyectos nacionales y continentales. Vemos que las guerras no son más que proyectos que destruyen lo mejor de los avances humanitarios y solo buscan mantener los privilegios de los que se creen los más fuertes sin más propósito que aumentar sus privilegios materiales.
La ‘fuerza histórica’ de los pobres y de los pueblos pobres son una inmensa reserva de iniciativas y sabidurías que nos abren a la esperanza y la solidaridad para la puesta en marcha de un modo más adecuado de vivir en sociedad al nivel del planeta. La experiencia del movimiento zapatista en México es el ejemplo claro, no solo de resistencia a un sistema que busca desaparecerlos, sino de vivencia con raíces milenarias con más igualdad, responsabilidad y participación. San Pablo nos advertía: “La Creación entera está en dolores de parto para alumbrar una humanidad nueva”. Reconocemos el significado de nuestros esfuerzos y el sentido de nuestros sufrimientos por constituirnos como hombres nuevos, mujeres dignas y pueblos fraternos.