Pedro Pierre
Esa es la conclusión positiva que se puede sacar del Sínodo sobre la Familia en el Vaticano, o sea, de la reunión de unos 265 participantes de los distintos países del planeta junto al papa Francisco. Este sínodo comenzó a prepararse, a la demanda del Papa, hace año y medio con los aportes de todos los católicos que lo deseaban. Después de una primera sesión hace un año se volvió a trabajar el documento de conclusión. Al final de esta 2ª sesión de 3 semanas los obispos se pusieron de acuerdo, en una votación aprobatoria de las 2/3 partes, en entregar al Papa sus puntos de vista sobre la familia para que él “profundice aún más en el tema de la familia, según la perspectiva que él quiera dar”.
Lo que llama la atención es que no hay prohibiciones. Un milagro, ya que un grupo significativo hizo presiones, cartas, publicaciones. Pero la doctrina tradicional sobre la familia no ha cambiado mucho, como si los tiempos siguieran iguales. Las noticias dicen que “un tercio de los obispos del mundo reman en contra del papa Francisco”.
Al final se dio apertura a las nuevas situaciones familiares, en particular a las parejas divorciadas que vuelven a contraer un nuevo compromiso. Un asunto que no se tocó en profundidad fue el de las relaciones homosexuales, por realidades muy distintas, según los continentes.
Sin embargo, el futuro queda abierto para dejar despejados horizontes de esperanza para todas y todos las y los que puedan sentirse condenados y descartados: no hay que construir muros, sino puentes; no hay que poner semáforos rojos, sino flechas verdes. El matrimonio es el espacio de amor y comunión en el cual se manifiestan el amor de Dios, la capacidad divina de crear nuevos seres humanos y la sacralidad de la vida, de toda vida.
En su discurso de despedida, el papa Francisco confirmó la importancia de la familia y del matrimonio como base fundamental de la sociedad y de la vida humana. Afirmó el respeto a las culturas para que la inculturación sea el resultado de un aporte mutuo entre los valores culturales y los valores evangélicos.
Invitó a los defensores de la doctrina a insistir más en el espíritu de las leyes que en su letra, más en las personas que en las ideas, más en la gratuidad del amor y perdón que en las fórmulas, pues Jesús mismo proclamó que las leyes y los mandamientos han sido hechos para el hombre y no lo contrario. Proclamó que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no solo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores. Declaró que la Iglesia debe ser una Iglesia ‘sinodal’, es decir, más democrática, donde nos escuchemos entre todos: pueblo cristiano, colegio episcopal y pastor universal. Concluyó diciendo que hay que emprender un caminar juntos para llevar a todas las partes del mundo, a cada diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.