José M. Vidal
Sin rupturas doctrinales ni herejías que huelan a cisma. La Iglesia procede, como siempre hizo a lo largo de su bimilenaria historia, con la técnica de los pequeños pasos. El Papa marca el camino de la misericordia hacia la gente (por muy pecadora que sea) y el Sínodo le sigue a regañadientes. Para abrir horizontes de esperanza. Para poner al día la doctrina y marcar tendencia. Las medidas concretas, sobre todo las más polémicas de la comunión a los divorciados o la situación de los gays, queda en manos del Papa, signo y garantía de comunión eclesial.
Éstas son las claves que pueden explicar el balance de este Sínodo:
1/ No hay vencedores ni vencidos. Ni la tesis de los principios innegociables ni la antítesis de 'hay que cambiarlo todo', sino la síntesis entre ambas sensibilidades. La doctrina se puede y se debe aggiornar, para que la Iglesia pueda seguir siendo lo que quiso su fundador: casa de la misericordia y hospital de campaña. O, como dice uno de los sinodales, el jesuita Padre Spadaro, "ha vencido el corazón pastoral de la Iglesia, el corazón de los que no quieren convertir el Evangelio en una ideología ni en una piedra para lanzar contra los otros". "Porque no necesitan médico los sanos, sino los enfermos" (Lc. 5,31).
2/ Criterios para discernir cada situación, no soluciones ni recetas generales. Es la propuesta del cardenal Schonborn la que sale victoriosa del Sínodo. Una propuesta que, como buen dominico, el purpurado de Viena, buscó en Santo Tomás de Aquino. La doctrina del "fuero interno", es decir que cada persona decida en función de su conciencia bien formada y que el obispo, tras escuchar a cada persona, tome las oportunas decisiones. Sin juicios, sin tener que recurrir a Roma y sin miedo a la misericordia. Eso sí, ya no se puede decir, como aseguran los rigoristas, que todos los divorciados vueltos a casar sean adúlteros. "Aquel de ustedes que esté libre de pecado que tire la primera piedra" (Jn. 8,7).
3/ Del Sínodo sale una Iglesia más democratizada. La vieja aspiración de los partidarios de descongelar el Concilio. Un Sínodo que demostró la sinodalidad en acto. Es decir, que el Papa está dispuesto a descentralizar el ejercicio del poder en la Iglesia e, incluso, a ceder competencias a los obispos. De hecho, al cederles ya competencias directas en la concesión de nulidades, el Papa realizó un profundo acto de reforma del papado. Hacía casi mil años que un Papa no cedía parte de sus poderes voluntariamente. Es el paso de una Iglesia piramidal a una Iglesia circular o, como dice el propio Francisco, de "pirámide invertida". Mandas las bases y la jerarquía sirve. "El que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro servidor" (Mt. 20,26).
4/ La renovación conciliar llega a la moral familiar y sexual. Era la asignatura pendiente de la recepción y aplicación del Concilio Vaticano II. En este ámbito, reina un claro cisma silencioso: la gente vive de espaldas al rigorismo doctrinal eclesial. Una doctrina que ha colocado a la Iglesia durante todos estos años como aduana, como semáforo rojo y como enemiga del mundo. "Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas" (Mt. 23,4).
5/ Francisco y su primavera salen fortalecidos. A un Papa como éste, admirado y querido por la gente (católica o no), y máxima autoridad moral del planeta, le faltaba el reconocimiento de un sector de su propia jerarquía. Hasta ahora, tenía los 'enemigos' dentro, que, durante este Sínodo, quedaron tan en evidencia y con las vergüenzas al aire, que han tenido que plegarse al sentir de la mayoría. Y eso que intentaron maniobrar con todos los medios y envenenar la situación. Los cuervos y los buitres volvieron a extender sus negras alas sobre el Vaticano. "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados!" (Mt. 23,27)
6/ El Papa conoce a sus 'opositores' con nombres y apellidos. Y sabe que continuarán poniendo palos en la rueda de su revolución tranquila. Le sería muy fácil descabezarlos. Pero no lo hará. Quiere que también ellos le acompañen en el cambio. Aunque eso le cueste tiempo y dolores de cabeza. Sabe que sólo podrá cambiar la iglesia con prudencia y lentitud, porque un tercio de los obispos del mundo rema en su contra. Francisco seguirá siendo un Papa sinodal (caminando con todos), pero consciente de que tiene que tirar del carro. Porque el ala derecha sigue presa de sus inercias. De hecho, a pesar de no haber salido completamente derrotados, los conservadores fruncen el ceño y hablan de Sínodo con sabor agridulce y hasta de Sínodo convertido en sapo que se han tenido que tragar. "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16,18).