Fray Marcos Rodríguez
Mc 10, 2-16
Sigue el evangelio en el contesto de la subida a Jerusalén y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, tal como la formula Mc no es verosímil, ya que el divorcio estaba admitido por todos. Lo que se discutía eran los motivos que podían justificar un divorcio. En el texto paralelo de Mt dice: ¿Es lícito repudiar... por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos era meter a Jesús en la discusión de escuela.
El tema de hoy desborda el ámbito de una homilía. Se trata de dilucidar el ámbito en que se tiene que desarrollar nuestra vida. Hoy la exégesis sirve de muy poco, porque la concepción del ser humano que hoy manejamos es tan distinta de la que tenían en tiempo de Jesús que lo que pudieron decir en aquella época no nos sirve de nada. Ni el NT ni los santos padres, ni la Edad Media ni siquiera el Renacimiento puede ayudarnos a comprender hoy cual debía ser el marco ideal para el mejor desarrollo del ser humano en nuestros días.
No podemos hablar de matrimonio sin hablar de sexualidad; y no podemos hablar de sexualidad sin hablar del amor y de la familia. Son los cuatro pilares del templo donde puede desarrollarse una verdadera humanidad. En las materias que más pueden afectar al progreso de lo específicamente humano, debemos aprovechar al máximo los últimos conocimientos de la ciencia y no quedarnos anclados en visiones arcaicas, por muy religiosas o espirituales que parezcan. En esta materia no hay verdades absolutas.
El matrimonio es el estado natural de un ser humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente del hombre. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos. Cuanto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar todavía hoy si se tiene esto en cuenta. La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva al individuo a sentirse varón o mujer y le permite desplegar la naturaleza característica de cada sexo.
La base fundamental de un matrimonio está en una adecuada sexualidad. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible de la sexualidad, humanizándola al máximo. La capacidad humana consiste en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese darse, encuentra su propia plenitud. En esta posibilidad de humanización no hay límites. Tampoco los hay a la hora de utilizar la sexualidad para deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la mayoría de los seres humanos no llegan a percibirla.
La diferencia está, no en el acto en sí, sino en la actitud de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro y es expresión de verdadero amor, la sexualidad humaniza a ambos. Siempre que se busca en primer lugar el placer personal, utilizando al otro como instrumento, es deshumanizadora. El matrimonio no es una patente de corso, después del cual todo está permitido. Yo he tenido que dejar de decir que había más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de él, aunque estoy convencido de que es verdad.
Hoy no tiene sentido hablar de matrimonio y sexualidad sin dejar claro lo que es el amor. Si una relación de pareja no está fundamentada en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Pero lo realmente complicado es aquilatar lo que queremos decir cuando hablamos de amor. Se trata de una palabra tan manoseada que es imposible adivinar lo que queremos decir con ella. Al más refinado de los egoísmos, que es aprovecharse de lo más íntimo de otra persona, también le llamamos amor. En su lugar podíamos decir unidad o identificación
El único enemigo del matrimonio es el egoísmo. El afán de buscar en todo el beneficio propio y personal, arruina toda posibilidad de unas relaciones verdaderamente humanas. Esta búsqueda de otro para satisfacer las necesidades de mi ego, anula toda posibilidad de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas solo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de intereses mutuos.
Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que ni siquiera se plantean la unión estable sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Por mucho que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir a otra que me dará más. O al revés, puedo encontrar otra persona que dándome lo mismo, me exige menos.
Desde nuestro punto de vista cristiano, tenemos un despiste monumental sobre lo que es el sacramento. Para que haya sacramento, no basta con ser creyente e ir a la iglesia. Es imprescindible el mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor no es puro instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son suficientes para el logro de más humanidad.
Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor auténtico, que puede darse entre creyentes o entre no creyentes. Puede haber verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se pertenezca a una religión. Es impensable un auténtico amor si está condicionado a un limitado espacio de tiempo. Un verdadero amor es indestructible. Si he elegido una persona para volcarme con todo lo que soy y así desplegar mi humanidad, nada me podrá detener.
El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. Solo si hay verdadero amor hay sacramento. La mejor prueba de que no existió auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Es frecuente oír hablar de un amor que termina. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso amor.
Los seres humanos nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que interés recíproco? Hay que reconocer sin ambages que no hubo sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo verdadero sacramento. Y no hacer falta un proceso judicial para demostrarlo. Si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero amor y no hubo sacramento.
Es muy corriente confundir el sacramento con el rito externo. Un sacramento es el resultado de la unión de un signo con una realidad significada. En este sacramento, el signo son las palabras que se dicen mutuamente los contrayentes. Lo significado es el verdadero amor. Si no hay amor, el signo que no significa nada, no es más que un garabato sin sentido. Puede haber verdadero amor sin sacramento. No puede haber sacramento sin auténtico amor. ¿Qué es lo que nos interesa, que se quieran de verdad o la apariencia del rito externo?
El domingo pasado decíamos que en Dios todos estamos identificados. Lo que intenta el sacramento es que descubramos esta realidad y la vivamos de manera especial con la persona que elegimos para compartir nuestra existencia. Esta es la razón por la que el matrimonio se le ha considerado como sacramento, es decir, signo del Amor que es Dios y desplegado entre seres humanos. Podíamos identificarnos con cualquiera, pero elegimos una.
Meditación-contemplación
El matrimonio es la verdadera escuela del amor.
Pero es también la prueba de fuego para aquilatarlo.
Ninguna otra relación humana llega a tal grado de profundidad.
En ningún otro ámbito se puede expresar mejor el don total.
………………
Las ensoñaciones místicas pueden ser engañosas,
pero no hay nada más auténtico
que una relación verdaderamente humana de pareja,
donde se despliegue la capacidad de darse.
………………
La clave de un verdadero amor no es el equilibrio de intereses,
Sino el descubrimiento del verdadero ser del hombre,
Que consiste en darse sin límites al otro
Y encontrar en ese don plenitud y felicidad total.
……………
Pero es también la prueba de fuego para aquilatarlo.
Ninguna otra relación humana llega a tal grado de profundidad.
En ningún otro ámbito se puede expresar mejor el don total.
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Las ensoñaciones místicas pueden ser engañosas,
pero no hay nada más auténtico
que una relación verdaderamente humana de pareja,
donde se despliegue la capacidad de darse.
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La clave de un verdadero amor no es el equilibrio de intereses,
Sino el descubrimiento del verdadero ser del hombre,
Que consiste en darse sin límites al otro
Y encontrar en ese don plenitud y felicidad total.
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