Pedro Pierre
Los medios de comunicación nos informan de están llagando a Europa, desde el comienzo de este año, unos quince mil migrantes cada mes. Provienen de África y del Medio Oriente y atraviesan el mar Mediterráneo, donde miles de ellos encuentran allí su cementerio. En Ecuador, son bien pocas las familias que no hayan tenido familiares que hayan viajado a Estados Unidos o Europa y muchas de ellas no saben el destino de los que, desde diez, veinte años o más, ya no les dieron ninguna noticia de su paradero. Ahora que las olas migratorias llegan a Europa en nombre cada vez más grande, recién se empieza a investigar las causas de tales migraciones.
En América Latina, hay cada vez menos gente que decide emigrar. Por una parte, Estados Unidos y Europa están pasando por la misma crisis que sufrimos al final del siglo pasado. La situación económica se vuelve allá más problemática. Además, felizmente, la mayoría de los países latinoamericanos están teniendo gobiernos que se preocupan por su población más vulnerable y facilitan ayudas para los que deciden regresar a su país.
Los gobiernos europeos, después de declaraciones a favor de la acogida de los migrantes africanos y árabes, están cerrando sus fronteras y reciben grupos cada vez más limitados entre los que se abultan en las fronteras. En países del Medio Oriente, como Turquía, Líbano y Jordania, son millones los árabes que están parqueados en campamentos huyendo de las guerras provocadas por la misma Europa y Estados Unidos. Lo mismo pasa en África del Norte, en países como Libia, Túnez, Argelia y Marruecos.
Los europeos recién se dan cuenta de la validez del refrán: “Quien siembra vientos cosecha tempestades”. Lastimosamente, en vez de escuchar tambores de paz, llueven más y más bombas de destrucción masiva. Entre las y los que mueren hay muchos más civiles que militares. En América Latina nos alegramos de que el proceso de paz entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas de Colombia (FARC) vaya por buen camino: hasta se piensa que en los meses venideros se pueda firmar un acuerdo definitivo. En su viaje a Cuba, el papa Francisco abogó por el feliz éxito de estas conversaciones de paz. En Ecuador también existen las migraciones entre las diferentes regiones de nuestro país: los campos se van vaciando de su población más joven: mestizos, negros e indígenas. Van llenando las grandes ciudades buscando con dificultad algún empleo digno y adecuadamente renumerado. El lema de las asociaciones y organizaciones de solidaridad es para todos nosotros y nosotras: ‘¡Nadie es extranjero en nuestra tierra!’ y cuanto más si son de nuestro mismo país. También es para nosotros y nosotras la proclama de Jesús: “He tenido hambre y sed, estaba enfermo y desnudo, fui extranjero y encarcelado y me has ayudado -o no me has ayudado-, porque cada vez que lo hiciste -o no lo hiciste- con algunos de estos, conmigo lo hiciste -o no lo hiciste”. Recapacitemos si todavía nos asedian tentaciones de racismo, indiferencia y rechazo: “Cada persona es nuestra misma carne y nuestra misma sangre”.