Leonardo Boff
Por más que caminemos por nuestro planeta o por fuera de él como los astronautas, llevamos siempre con nosotros la fuerza de las raíces. De tiempo en tiempo se reavivan y suscitan en nosotros un deseo incontenible de volver a ellas. No están fuera de nosotros. Son nuestra base inconsciente de sustentación y alimentación vital. Por eso las llevamos siempre con nosotros. Y rejuvenecemos cada vez que volvemos a ellas.
El 9 y 10 de septiembre de este año, viví una inusual experiencia al visitar la casa de mi abuelo en el norte de Italia. Sentimientos profundos, venidos de la noche del inconsciente personal y colectivo, irrumpieron en mí. Me sentí religado a aquel origen: a la vieja casa, los cuartos ennegrecidos, las puertas que chirrían al abrirse, las camas duras y anchas (varios dormían juntos), el fogón de leña, los armarios llenos de cuencos y cacharros antiguos, la mesa grande con largos bancos a los lados para que quepan todos. Era el paisaje interior. Desde el balcón se divisa el paisaje exterior. Da al largo valle con casitas distribuidas en medio de los campos verdes y a lo lejos el famoso monte Grappa, de casi dos mil metros de altura, ante el cual se entablaron sangrientas batallas en la Primera Guerra mundial entre el ejército italiano y el austrohúngaro.
Era la casa de mi abuelo paterno en el Valle de Seren del Grappa, cerca de Feltre y de Belluno en la región del Triveneto italiano. En realidad es un pequeño conglomerado de casas, pegadas unas a otras, llamado Col dei Bof (Colina de los Bof). Queda en bastante arriba, a mitad de la gran montaña. Hasta hace poco estaba totalmente abandonado, como tantas otras casas de la montaña, hasta que la “Fundación de Seren” formada por gente de Bolzano, Feltre y Belluno, con algunos medios y fuerte sentido de rescate ecológico de la región, se hizo cargo de ella y la transformó en un centro de encuentro y de cultura. Por la noche se ilumina. Parece suspendida en el aire con la oscura montaña a su espalda.
La población del valle era pobre, la agricultura de subsistencia mal alimentaba la familia, pues los suelos montañeses no eran demasiado fértiles. Muchos pasaron hambre. Algunos conocieron la pelagra (hambre extrema, pues sólo comían polenta y agua, hasta consumirse).
En este contexto buena parte de la población de poco más de dos mil personas emigró, algunas para Río Grande del Sur hacia1880. Los antepasados, especialmente los dos antepasados Rech y Boff (se escribía Boeuf), habían venido de Alemania (de Alsacia y Lorena, hoy Francia) en el siglo XV. Eran especialistas en cortar los árboles centenarios de aquellos valles y montañas para hacer con ellos carbón, vendido en toda la región del Véneto (Bolzano y Venecia).
Al llegar al lugar, me esperaba un puñado de antiguos parientes. Habían adornado la casa con espigas de maíz, flores y frutas de la época. Un pequeño coro cantaba las canciones en dialecto véneto que conocíamos de casa. De repente, situado delante de la vieja casa –una casona amplia e imponente– sentí que aquellas paredes estaban impregnadas del espíritu del “poro nonno Boff”. Sí, él estaba allí. Los muertos son solo invisibles, pero nunca ausentes. Vi su figura siempre seria, de cuidada elegancia, con su pañuelo al cuello, montado en un caballo bien ensillado visitándonos en la ciudad vecina. Siempre me sentaba en sus rodillas y me hacía gracias con el estilo divertido de los italianos. Y al final, a escondidas de mi padre, me daba algún dinero, lo que yo más esperaba.
Fui a dirigir la palabra a los presentes. La voz se me ahogó en la garganta. Dejé que las lágrimas del recuerdo y de la saudade resbalasen de mis ojos y por la barba. Sentía, por una percepción transracional, que él estaba allí. Imaginaba su coraje: abandonó todo, la casa, la tierra de los antepasados, el paisaje querido para enfrentar lo desconocido y construir la “Mérica” como decía Merica, Merica, Merica, che cosa sarà questa Merica? Un massolin di fior: (América, América, América, ¿qué será esta América? Un ramillete de flor). Visité cada rincón y hojeé viejos libros que habían quedado allí.
Por la noche hablé a la población. La Iglesia estaba llena. Conté historias heroicas de los abuelos, cómo primeramente desbravaron Río Grande y después, los hijos (mis padres) la región que hoy es Concordia en el Oeste del Estado de Santa Catarina. Cómo rezaban el rosario los domingos, cantaban la letanía de Nuestra Señora en latín y cómo mi padre, que era maestro de escuela, enseñaba a los mayores el portugués, pues en casa solo hablaban el dialecto véneto.
Vengo de esos tiempos, he recorrido las fases de la evolución cultural y hoy, dije, estoy aquí con ustedes volviendo a mis raíces siempre antiguas y siempre nuevas. Al final canté lo que cantábamos de pequeños en la colonia italiana: “sia dottore o avvocato, tutto deve a suo papa. Ma bambini, lo sapete che il vostro nonno avanti sempre va” : “Seas doctor o bogado, debes todo a tu papá. Pero niños recordad que vuestro abuelo va siempre adelante”
En el atardecer de la vida, tuve una experiencia de rejuvenecimiento volviendo a mis raíces.