MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Jaime Escobar: "Hemos avanzado veinte o treinta años en estos cuatro de pontificado"


Jesús Bastante
RELIGIÓN DIGITAL

Jaime Escobar, director de la revista y web de referencia mundial Reflexión y Liberación, estuvo en España el mes pasado para presentar el libro Francisco, palabra profética y misión. Entre actos en Madrid y Gijón, sacó un rato para charlar con RD sobre el estado de la Iglesia latinoamericana y el "momento de primavera, de revolución maravillosa" que está viviendo con el Papa Bergoglio.

Hoy nos acompaña Jaime Escobar, director de la revista Reflexión y Liberación. Bienvenido.

Gracias, una alegría estar en Madrid, y con ustedes en Religión Digital. Y, por cierto, también en Asturias, la tierra de mis ancestros. Llevo 20 o 25 años viniendo a ver a lo poco que me queda de familia.

Eres editor y director de la revista Reflexión y Liberación, que también funciona on-line, una de las revistas referentes en la Iglesia chilena. ¿Cuánto tiempo lleváis trabajando en ella?

Nació hace 28 años en pleno proceso difícil para la Teología de la Liberación y a meses de la visita de Juan Pablo II a Chile.

Un grupo de laicos fundamentalmente (acompañados de un gran religioso, nuestro capellán el padre José Aldunate, jesuita y moralista y del obispo también de feliz memoria, don Jorge Hourton, auxiliar en Santiago), decidimos crear esta revista e inaugurarla con una voz laical y con dos elementos centrales. Uno, nuestra fidelidad plena al concilio Vaticano II, que en esos años años estaba de capa caída y tenía sus documentos esenciales en el congelador. Y dos, la Teología de la Liberación.

Nosotros pensábamos, y seguimos pensando, que la Teología de la Liberación es un elemento central en el catolicismo y en el cristianismo del siglo XX y del siglo XXI. El tiempo nos ha dado la razón; valía la pena jugársela por la Teología de la Liberación.


Además surgisteis en un momento difícil en el mundo eclesiástico y en vuestro ámbito sociopolítico, también.

Claro, eran los tiempos de la represión eclesiástica y reaccionarios.

Y de la dictadura política.

De la dictadura política en Chile y en América Latina. De cierre de seminarios, control de las publicaciones, castigo a obispos. De caídas en gracia y en desgracia en Roma según fuera la posición.

Había sacerdotes y religiosas especialmente comprometidas con la causa del Evangelio desde una perspectiva liberadora. Y ese hecho era comprobado por el nuncio del país tal o cual y algún obispo, y esa era la lista en desgracia.

Si un clérigo, una comunidad laical o un obispo seguían esta línea de restauración de involución que puso Karol Wojtyla, esos, estaban en gracia.

Era la realidad que había, aparte de las dictaduras militares, que producto del informe "Santa Fe I" y "Santa Fe II" de los centros Rockefeller y otros, era muy difícil e ir contra la corriente y con algo muy grave. Que a veces se nos pasa por alto.

Era la época del martirologio en El Salvador, en Honduras, en Argentina, sin lo bueno del cono Sur: Angelelli y las monjas francesas en Argentina, Romero en El Salvador, los mártires del la UCA con Ignacio Ellacuría, a quien tuve el privilegio de conocer y saber qué calidad humana tenía. Qué hombre más sencillo, con una entrega total al Evangelio de Jesús, al rectorado de la UCA y a la causa popular de los trabajadores y las mujeres pobres y excluidas de El Salvador.


Romero, Ellacuría, Angelelli..., son nombres que nunca habían desaparecido del todo, pero da la sensación, no sé si es muy oportuno lo que voy a decir, han resucitado en virtud de un hombre que ha bebido sobre todo de Angelelli, pero también de los otros a quienes ha conocido y los está reivindicando. Como está reivindicando otras muchas cosas; todas las del Concilio, esa Teología del pueblo y esa Iglesia pobre..., y que no es otro que el Papa Francisco.

Si me permites, en Chile a nuestra revista Reflexión y Liberación y otras publicaciones y otras estructuras cristianas intra y extra Iglesia, nos costó el martirologio de nuestro pueblo chileno, de nuestros jóvenes brillantes y de corazón grande. Grandes dirigentes, políticos, sociales y sindicales. A la Iglesia chilena le costó cinco mártires, brutal y cruelmente torturados y asesinados.

Y alguno desaparecido...

Hasta el día de hoy: Joan Alsina. Un salesiano joven y maravilloso, Gerardo Poblete. Miguel Woodward, torturado en el buque insignia de la armada chilena, en "La Esmeralda". Toni Llidó, un misionero que partió de España a Chile a entregar puro corazón, puro amor, puro Evangelio. Y André Jarlan, un misionero francés que llegó a la población La Victoria, un sector de la periferia de Chile, también queridísimo por los jóvenes de esa población y asesinado casi al final de la dictadura.

Esto es muy serio. Por lo tanto, esta primavera nosotros la vemos más que con esperanza, como una gracia.

Y como una reivindicación, también, no solo de esos muertos, sino de todos los sufrimientos que padeció el pueblo y que sigue padeciendo.

Claro. Por eso, precisamente, a nosotros el padre José Aldunate, que es un destacadísimo jesuita de los tiempos del Concilio, un moralista de renombre en toda América Latina y destacado defensor de los derechos humanos, siempre nos invitó a mantener esa ventana abierta de la esperanza grande. La esperanza que iba a pasar esta noche oscura o, en palabras de Karl Rahner, ese invierno eclesial casi eterno que vivimos en toda Latinoamérica.

Ahora, en este nuevo periodo, que también tiene sus vaivenes pero evidentemente sin punto de comparación con lo vivido y el martirologio, yo quiero insistir desde aquí algo que para nosotros es inamovible y elemental desde una perspectiva moral: nunca olvidar a nuestros mártires. A aquellas mujeres, jóvenes sacerdotes, obispos y religiosas que entregaron su vida por la semilla del Reino y que hoy día vemos, con cierta claridad, que se puede abrazar.


Antes de volver al Papa, que tiene que ser el centro de nuestra conversación. ¿La Iglesia chilena también está en eso? Porque es cierto que en los tiempos de la dictadura la Iglesia se significó y por eso tuvo sus mártires. Hubo de todo, pero hubo una parte de la Iglesia que trabajó por su pueblo.

Por supuesto. La Iglesia chilena, durante todo el periodo de la dictadura militar, es una Iglesia ejemplar, fiel a Jesús. Fue una Iglesia samaritana.

Hablamos de la chilena, y no de los representantes vaticanos.

Hablamos de la Iglesia chilena encabezada por el venerado hombre, de felicísima memoria, el cardenal Raúl Silva Henríquez, fiel discípulo de Jesús y de don Bosco. Porque el cariño de Raúl era para todos, preferencialmente para los perseguidos, los torturados y los excluidos. Pero también tenía en su corazón a los jóvenes, él se daba cuenta de su sincero seguimiento a don Bosco.

Esa es nuestra Iglesia chilena que creó la vicaría y la solidaridad. Que se abrió sin preguntarles quiénes eran o de qué partido eran, y que logró salvar miles de vidas de hombres mujeres y jóvenes. Es la Iglesia fiel al espíritu y a lo que debe ser el seguimiento de Jesús en serio. Hoy es un ejemplo para todos y tuvo un reconocimiento a nivel mundial, de Naciones Unidas y de conferencias episcopales tan distintas como por ejemplo la Iglesia Católica norteamericana, la Iglesia italiana, la española.

Me vienen a la memoria otros obispos de grata memoria, como el cardenal Tarancón, el obispo Alberto Iniesta y nuestro queridísimo obispo don Gabino Díaz Merchán también, que todavía nos acompaña en Asturias. Eran hombres proféticos que lucharon contra viento y marea y mantuvieron en alto el Evangelio de Jesús. Más que samaritanos y que también estuvieron en las periferias.

Hoy, ¿tenemos en España y en Chile la Iglesia que nos merecemos, la Iglesia que merece ese seguimiento del Papa Francisco y de su proyecto de reforma?

Este es un área que requiere cierto análisis un poquito más fino. Evidentemente, es la Iglesia que nos merecemos.

No puede ser que tengamos un Papa que lo primero que dice en el balcón, cuando su asume su magisterio como obispo de Roma, es que roguemos por él y a reglón seguido, en el encuentro con los periodistas en la Santa Sede a los pocos días: "quiero una Iglesia pobre para los pobres" recordando a Juan XXIII. Eso solo lo ha hecho Jesús. Al laicado, a los obispos, al personal consagrado, religiosas y religiosos...

Con todo esto, tendríamos que estar en una situación diferente a la que tenemos hoy día. Y no es así. Nuestro hermano obispo Francisco va a cualquier país y la gente sale a las calles a recibirlo como un profeta, como un peregrino. Está muy bien y damos gracias por ello. Pero luego, volviendo más a lo "intra", a nuestras diócesis, a nuestros países y a nuestras comunidades, al Papa no se lo está considerando.

El Papa Francisco sigue clamando pidiendo por la paz, diciendo no a la injusticia, que hay que salir a las periferias, etc. Basta leer cualquiera de sus documentos o su catequesis semanal desde Santa Marta, y vemos que hay una diferencia. No una sintonía, como la quisiéramos. El Papa Francisco plantea algo desde Santa Marta y vemos que, desgraciadamente y con mucho dolor, en nuestros países el clero y los obispos (con honrosas excepciones, por cierto) van por otro lado. No asumen, no quieren hacer el camino que está señalando el Santo Padre desde Roma, que en materia social denuncia el neoliberalismo que aplasta y produce muerte lenta. Ni el de esta Iglesia en salida, abierta, dialogante y no castigadora distinta a la estábamos acostumbrados. Eso es un dolor grande que llevamos todos.


Pero ¿qué responsabilidad tenemos todos para que esto funcione?

Estamos presentando, que no lo hemos dicho todavía, un libro que se titula "Francisco, palabra profética y misión" que hemos coeditado juntos con el apoyo de algunas organizaciones.

Más allá de lo que contiene, que es mucho, de discursos seleccionados y de primeros espadas de la teología tanto de Latinoamérica como de España, es ese apoyo a un Papa que nos está devolviendo la esperanza a muchos de volver a creer en el Evangelio, que al final es de lo que se trata; de construir Iglesia desde el Evangelio de Jesús y no desde algo mucho más institucional y que tiene sus pros y sus contras.

¿Qué podemos hacer para canalizar ese impulso que sigue dando el papa Francisco, cuatro años después, llenando de esperanza a tantos millones de personas en el mundo?

Yo me pregunto si no seremos todos los creyentes, presuntamente comprometidos, responsables de si esto no cuaja. Porque, si no nos comprometemos todos, estamos dejando al Papa solo, y esto es un grave pecado de omisión.

Lo que pasa es clarísimo. Evidentemente que hay signos de obispos, clérigos y provinciales, Religión Digital mismo y nosotros, modestamente, desde Reflexión y Liberación, damos cuenta de ello de forma permanente.

Pero hay también un movimiento de personalidades, de académicos, de líderes parroquiales..., un mundo que sí ha acogido y ha tomado en serio este intento de reforma que pretende hacer el Papa Francisco desde Roma. Ahí están sus documentos pontificios, Laudato si' especialmente.

Eso es así. No es que esté en la soledad absoluta ni predicando en el desierto casi sin auditorio. Pero lo que sí hay que decir es que hay una estructura eclesiástica, un segmento de la jerarquía de la Iglesia, a nivel mundial, en la cual no hay sintonía.

Un ejemplo concreto: Laudato si'. Cuando sale esta primera encíclica del Papa, en América Latina hubo un jolgorio, titulares... Pero la mayoría de las ideas fuerza, de las líneas de reflexión y de discernimiento que plantea el Papa Francisco en su encíclica, no han sido acogidas. No son lo suficientemente difundidas ni hay un interés genuino y sincero de decir: ahí está el Evangelio, que es nuestro norte, pero también está este documento pontificio que podemos discernir, trabajarlo bajando a las comunidades, de hacer de esto una especie de modus operandi para nuestra vida concreta... Eso no nace como iniciativa de la jerarquía.

Para nosotros fue muy doloroso comprobar que en América Latina no se ha difundido suficientemente, ni ese documento, ni otros del Papa Francisco. Al contrario, vemos como una distancia y un temor.


No es que estén en una oposición (sería temerario e injusto), pero sí una distancia. Parece que piensan: "Yo estoy aquí en mi feudo, en mi diócesis. Tengo mis planes pastorales, mis problemas y los resuelvo. Voy a Roma, me inclino ante el Santo Padre, lo abrazo y me saco una foto".

Eso no sirve. Porque hay otro sector muy conservador, al filo del integrismo católico. Lo han dicho públicamente, que no lo quieren. Simplemente, no les gusta su estilo; no les gusta que viva en Santa Marta, que se mueva en un fíat. No les gusta esa sencillez, la de ser pastores con olor a oveja. Ellos quieren seguir viviendo en sus residencias estupendas, aquí en Europa en sus palacios, y en América con sus chóferes y con su auto último modelo.

Diría que el modelo de Iglesia que sale de la nunciatura apostólica se quedó atrás en la historia. Y que esas nunciaturas hacen un trabajo que no se corresponde con ese modelo de Iglesia de Jesús que queremos. Ese modelo del poder y del control, de no que querer que el laicado asuma roles importantes en la estructura de la Iglesia, en definitiva. Se ha optado por la Iglesia-poder sobre la Iglesia-misericordia, y esto es gravísimo.

¿Y qué podemos hacer? Lo que estamos haciendo, aquí mismo. Con este libro que, gracias a Dios, ha sido un impacto. Y con otros cientos de iniciativas que hay, y que no tienen visibilidad.

Pero todo se topa, en un momento dado, con esta Iglesia, y que voy a ilustrar con algo que nos dijo un obispo en Roma: "la Iglesia jerárquica y de poder es un elefante, y este laicado, no subversivo pero inquieto, son unas hormigas". Mira qué claridad para demostrar que el laicado es una cosa minúscula. Cuando un sacerdote se porta mal o tiene una situación compleja de relación con su obispo, pasa reducido al estado laical.

Hay mucho que hacer y podemos hacerlo a través de pequeñas iniciativas, de pequeños encuentros. Mismamente, multiplicar este libro, es un sencillo intento de poner en circulación documentos del Papa Francisco, un poco silenciados por la gran prensa y por algunos cardenales apegadísimos al poder y al boato.

En el libro hay textos seleccionados con los cuales se puede discutir y comentar. Pero es también una invitación a que otros hagan iniciativas parecidas; encuentros para hacer claridad de los intentos del Papa. Mantenerlos permanentemente, junto con nuestras oraciones, comentar lo que dice Francisco en Roma.


Él se está esforzando mucho, seguramente es el Papa que más habla, que más improvisa y que más sale. Todos los días tenemos dos o tres pronunciamientos suyos.

En sus viajes, a diferencia de otros pontífices, no está todo marcado. Siempre hay un espacio para la sorpresa. Esto lo comentaba él mismo en una homilía improvisada el Domingo de resurrección, que nunca hay. Y hablaba de esa capacidad de sorpresa, que tiene que llegar al corazón para que Jesús resucite. Porque si nos planteamos que todo está señalado, Jesús resucita porque toca. No porque sorprenda y cambie el corazón.

Él está continuamente dándonos pistas y material para trabajar. Y la realidad es que hay millones de personas que se sienten impelidas por lo que dice un señor. Gente, incluso, sin una fe muy definida o que se ha apartado de la Iglesia por lo que tú comentabas antes.

Una de las cosas que dijo en Brasil a los jóvenes, y que creo que es una de las claves del pontificado, es que el manual de instrucciones de un cristiano son las bienaventuranzas y Mateo 25. Ahí está también la Parábola de los talentos, que se refiere a nuestra responsabilidad de utilizar los propios y hacerlos florecer. De hacernos corresponsanbles de esa construcción.

De manera que tenemos un Papa muy potente en la cúspide, un muro eclesiástico institucional y detrás una masa que está deseando saltar ese muro y caminar con el pastor que huele a oveja.

Por eso lo que decías del elefante y las hormigas, que me parece una comparación adecuada. A veces, las hormigas o el ratón, asustan al elefante. Y yo estoy convencido de que ese momento, el de las hormigas abriendo un hueco, está llegando.

Sí. Significa que hay un espacio para la reflexión y para la acción. Tú recuerdas muy bien lo del Papa Francisco en Brasil, en el encuentro con los jóvenes argentinos. Eso, ha servido en América Latina para que los jóvenes vean que más que una Iglesia que castiga y que controla hay un espacio de libertad para la expresión. Este espacio de libertad que ha abierto Francisco es extraordinario.

Lo decía ayer, en la presentación, Jorge Costadoat: "vamos a pararnos a pensar qué había hace cuatro años. De qué se podía hablar y de qué no".

Fíjate que estamos a cincuenta años del Concilio Vaticano II y lo poco que se ha avanzado. El pontificado de Francisco tiene cuatro y se ha caminado un trecho casi mayor, porcentualmente. Es esta libertad, esto de no temer.

Ciertamente, olvidamos eso. Porque es verdad que hace cuatro o cinco años había determinados temas sobre los que sencillamente ni se podía hablar. Ahora todos esos temas están encima de la mesa, aunque no se hayan tomado decisiones sobre algunos, de momento. Hoy se puede hablar sobre cualquier tema, y los obispos están tan azorados porque tienen que aprender a dar respuestas a cosas que hasta entonces tenían un mandamiento y fuera.

Ahora se puede hablar. El Papa ha abierto en canal las tripas de los grandes temas para que cualquier cristiano, que quiera sentirse responsable de la Iglesia, pueda recoger la pelota de su tejado y dar su opinión.

Y no solo es que pueda hacerlo, sino que, a lo mejor, como seguidor de Jesús y constructor del Reino tengo la obligación de ponerme en ello. Y la diferencia con respecto a otros años es que tienes al tipo de arriba del todo, que es el que está marcando el asunto.

Esa es la gran maravilla de esto. Porque, veámoslo desde el punto de vista de lo que estamos viviendo, dejando a un lado a esta posición a veces ciega y torpe. Lo digo porque pegar carteles en Roma contra el Papa fue una torpeza absoluta.

O como la de acusarle de hereje, que es cargarse la propia estructura de la institución.

Dejemos ahí a ese puñado de cardenales poderosos que mueven los hilos de forma subterránea y la intriga. La Iglesia siempre ha sufrido esos embates de sectores en pugna, y fue mucho peor.

Fijémonos en este punto, bien importante: si nosotros analizamos este pontificado hasta ahora, y damos una mirada desde América Latina, ni en el mejor de los sueños nos imaginábamos una cosa así al final del periodo de Karol Wojtyla, la libertad de decir algunas cosas. Ustedes mismos en RD, obviamente no van a ser excomulgados o tratados como años atrás, de pro-marxistas o pro-ateos. La libertad es el elemento central del evangelio de Jesús.

Ese elemento intrínseco que llevamos en el alma, hoy día aflora todos los temas. No solo en el tema Vaticano o en el tema de poder sino todos los temas: social, económico...

Este Papa incentiva el diálogo. Es lo que nosotros siempre hemos pedido como comunidades eclesiales de base. Y, desde cardenales como Raúl Silva Henriquez hasta el último laico o laica y seglar, hoy día podemos plantearle a nuestros sacerdotes y a nuestros obispos en nuestras comunidades y en nuestros ambientes, universitarios y de trabajo el diálogo. Esto significa no imponer al otro.


Y escucharle y aprender de lo que te pueda decir.

¡Qué cosas maravillosas salen del diálogo!

Y un asunto de la máxima importancia y del que muchas veces no nos damos cuenta: como laicos que estamos insertos en la sociedad y dentro de este modelo neoliberal que aplasta, oprime, genera pobreza, y desigualdad para la mayoría, cuándo nos íbamos a imaginar, por lo menos en América Latina, que iba a haber un Sumo Pontífice desde Roma que dice simplemente: "esta economía mata".

En toda América Latina no hay un partido político de izquierda o centro-izquierda que, con esa claridad, sus líderes máximos digan públicamente al mundo estas palabras.

Y, a renglón seguido, dice que hiciesen lo que hiciesen los señores de la guerra, detengan la violencia.

Hay cosas tremendas que ha dicho este Papa que nosotros no imaginábamos nunca al final del pontificado de Karol Wojtyla. Este escenario, este nuevo ambiente que ha ido creando y recreando Francisco. Por tanto, si este pontificado termina mañana (no lo permita el Señor), tenemos una batería de elementos y de documentos escritos impresionante, para trabajarlos, discernirlos, y para hacer una praxis concreta. Desde el evangelio de Jesús y las enseñanzas y orientaciones del Papa Francisco.

Creo que hay que decir que hemos avanzado veinte o treinta años en estos cuatro años de pontificado. No solo en materia social, política y económica. También en materia ideológica. Él, no ha condenado a ningún teólogo, a todos escucha.

No basemos la teología en el estudio de lo que ya existe, sino escuchemos y avancemos.

Exacto. Y no hay ninguna condena a priori. No hay ningún anatema. Y en materia ecuménica, es impresionante el encuentro con el patriarca Kirill, en la catedral de Lund, en Suecia.

Realmente, uno tiene que ser objetivo y ver los hechos concretos para comprobar que estamos en un momento de primavera, de revolución maravillosa. Y muchos jóvenes se han acercado nuevamente por esta Iglesia en salida, junto a los excluidos y de levantar la voz, que está planteando Francisco, y que es creíble. No como esa otra Iglesia, conservadora encerrada en su lujo y en su poder.

La Iglesia del no, hace rato que los jóvenes la rechazan. Pero desde el evangelio de Jesús, sí se sienten en sintonía y responden a este maravilloso efecto de carisma que tiene el Papa Francisco.


Ese efecto que aparece en este libro, Francisco, palabra profética y misión. También en el trabaja que hacéis en Reflexión y liberación, que os agrademos mucho porque nos ha abierto muchas puertas y muchas ideas para seguir trabajando en conjunto por una Iglesia nueva.

Jaime, un placer tenerte aquí. Ven más a España.

Gracias a ustedes. A ti, Jesús, y a José Manuel Vidal. Quisiera terminar con un pequeño testimonio, que llevo a Chile y a América. Pronto vamos a estar en Buenos Aires y en Bogotá presentando también el libro.

Hemos quedado, en lo personal, conmovidos. Quisiera terminar esta entrevista,
agradeciendo la gentileza de ustedes compartiendo esta vivencia.

Yo estoy alojado muy cerca de la iglesia de San Antón, y a veces hay hechos que valen más que mil palabras...

Fui a la misa de siete de la tarde de San Antón pensando que celebraba el padre Ángel, pero celebró otro presbítero, maravillosamente bien.

Después volví, a las diez y media de la noche, porque quería caminar un poco. Quedé impresionado de ver en pleno centro de Madrid, en la iglesia de San Antón a estas horas en las que hacía mucho frío, la puerta llena de jóvenes compartiendo un algo caliente, pequeños pastelillos.

Entré y vi gente durmiendo en las bancas. Y lo que más me impresionó: que a los pies de un retrato grande que hay del Papa Francisco en el templo, dentro de la iglesia, había una persona, no muy mayor, durmiendo envuelto en su manta, a los pies del Papa. Quedé un buen rato mirando esa escena, y pensé "no tengo nada más que ver aquí. Esta es la Iglesia que queremos. La Iglesia del Papa Francisco y la Iglesia de san Francisco de Asís. Y también la que alguna vez soñaron Ignacio de Loyola o santo Domingo, todos los santos mártires de la Iglesia; una Iglesia que esté abierta a todos y a todas. Que entren con sus mascotas. Que si tienen frío vayan ahí. Que si tienen hambre, vayan y cojan un pincho". Eso lo he visto aquí, en Madrid, en este viaje.

Doy gracias a Dios de haber sido testigo de esa Iglesia. Y lo he visto en Madrid, no en América Latina; ni en Santiago de Chile, ni en Buenos Aires, Asunción, Montevideo o Ciudad de Mexico.

Esa es la Iglesia que nos pide Francisco, "abierta y en salida": que no miremos hacia otro lado cuando veamos a una persona con frío o con hambre, que está sufriendo los embates de este modelo.

Me voy conmovido y daré, donde vaya, testimonio de esa iglesia de San Antón que acoge a la gente excluida, a la gente sencilla, a los inmigrantes. A los que no tienen donde dormir, donde tomarse un vaso de agua o ir a hacer sus necesidades. Porque también hay baño y ellos pueden usarlo.

Creo, sinceramente, que éso es lo que tenemos que hacer. Éso, es un objetivo concreto no solo de estar con Francisco y con el evangelio de Jesús, sino de qué es lo que podemos hacer nosotros. Lo que yo he visto, es la Iglesia de Jesús.


Junto a las bienaventuranzas y esa parte de Mateo 25, de los talentos. En Mateo 25, que también lo refiere el Papa en el discurso, aparece el juicio final pero no el de la condenación, sino el de: "tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estaba desnudo..."

"Me acogisteis". Éso es lo que me llevo yo. Y también lo diré en Roma. Y ojalá, pronto, los medios de comunicación den cuenta de estas cosas. De estas respuestas concretas a las ansias y al objetivo del Papa Francisco cuando ha dicho: "cómo quisiera una Iglesia pobre para los pobres".

Y la Iglesia en salida, más que palabras. Más que rencillas con ese sector de la curia que está enloquecido y embriagado de poder.

Me voy feliz y dando gracias por haber sido testigo, no de que me cuenten. Yo fui a las diez y media de la noche y vi esa iglesia abierta y con jóvenes, la mayoría. Y a esas personas durmiendo. Y ese hermano, ese compañero que a los pies del altar y del retrato de Francisco dormía tranquila y plácidamente, en pleno centro de Madrid.

Un placer Jaime, muchas gracias.