MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 2 de noviembre de 2014

La vida del que ya no está, sigue siendo lo importante



(Is 25,6-9) Aquí está nuestro Dios, celebremos y gocemos con su salvación.
(Rom 14,7-12) En la vida y en la muerte somos de Señor.
(Jn 11,17-27) Yo soy resurrección y vida; el que cree no morirá par siempre.

La vida del que ya no está, sigue siendo lo importante. La vida termina, pero el haber vivido permanecerá para siempre.

En torno a la muerte, mantenemos intacta la visión mitológica del Neolítico. Tendríamos que hacer un esfuerzo titánico para superar las formulaciones que ya no pueden estar de acuerdo con nuestra visión del mundo y de Dios. Los conocimientos que hoy tenemos sobre la conciencia y la persona humana nos obligan a superar la visión mágica de un acontecimiento que seguimos sin comprender del todo. No debemos engañarnos manteniendo creencias trasnochadas, aunque alivien nuestro dolor.

La idea que manejamos los cristianos sobre la muerte y el más allá es consecuencia de una mezcla explosiva de culturas. La cultura judía ni siquiera tenía un concepto de cuerpo y de alma. Para ellos el ser humano era un todo único sin partes. Pero la filosofía griega si tenía conceptos muy definidos sobre la composición del hombre. Para Platón Lo importante es el alma, que era anterior al cuerpo y permanecía después de él. El cuerpo es una cárcel. De ahí que la muerte se considerara como una liberación.

Los primeros Padres de la Iglesia y S. Agustín fueron platónicos e intentaron explicar el evangelio desde esa perspectiva. De ahí surgió la teología sobre los novísimos. En cambio, para Aristóteles, el alma y el cuerpo son realidades que componen el hombre pero la sustancia no puede andar por ahí danzando, separada de los accidente. Estas ideas están mucho más cerca de la manera judía de entender al hombre. También hoy nosotros estamos más próximos a esta idea del ser humano.

El respeto que nos inspiran los muertos parece que es un sentimiento ancestral; incluso en algunos animales se puede descubrir esa zozobra. No es malo que sigamos tratándolos con todo respeto. El miedo que la mayoría de los mortales tenemos a la muerte es consecuencia de nuestras maquinaciones mentales. Pensamos que la muerte es lo contrario de la vida y esa lógica es falsa. La vida es como una moneda que tiene dos caras: una es el nacimiento, la otra es la muerte. Entre las dos caras está la moneda, que es lo importante. La vida que es lo que debemos valorar, no sus límites.

En el credo afirmamos creer en la resurrección de los muertos. ¿Qué queremos decir con esa afirmación? La comprensión de la resurrección de Jesús y la nuestra como volver a la vida biológica, nadie puede tomarla hoy en serio. Pero una cosa es que la entendamos mal y otra muy distinta que sea falsa.

Retrasar nuestra resurrección hasta el final de los tiempos es pura mitología. El mito es siempre un intento de explicar lo inexplicable. ¿Que pasará una vez que me muera? Nada, porque fuera del tiempo nada puede pasar. Sin materia no hay tiempo ni espacio. Pero fuera del tiempo y del espacio, nuestra capacidad de comprender queda anulada. Todo intento por comprender racionalmente lo que está más allá, es inútil.

Podemos entenderlo como paso a otro modo de ser, para el que no tenemos ningún punto de comparación y por lo tanto queda fuera de nuestra comprensión. Pero también podíamos imaginarlo como paso a otro modo que ser. En este caso estaríamos ante una realidad que está más allá del ser y del no ser. Esta podía ser una buena pista. Conocemos lo que es el ser, y por oposición podemos comprender lo que es el no ser. ¿Podemos también aceptar que existe algo fuera de esos contrarios?

Al tomar conciencia de nuestra individualidad, de nuestra separación radical de todo lo que existe a nuestro alrededor, incluido los demás seres humanos, desplegamos el afán de persistencia más allá de esta vida biológica. Como la experiencia nos dice que eso es imposible, inventamos existencias sobrenaturales para acallar nuestros anhelos. No nos damos cuenta que estamos pretendiendo un imposible: una plenitud humana para cuando dejemos de ser humanos. El deseo de inmortalidad nos ciega.

Nuestra inteligencia nunca podrá dar sentido a la muerte, pero ese afán de explicarla nos hace olvidar que ninguna solución puede ayudarnos si es irracional. Hoy sabemos que la conciencia de sí, surge de la actividad cerebral y que basta que ser rompa una vena más fina que un cabello para que desaparezca la conciencia. Si la base neuronal, la conciencia es imposible y la permanencia personal también. El encuentro con un ser querido, imaginándolo como lo hemos visto aquí, es empeño imposible.

Pensar en una actividad mental como la que tenemos aquí, para más allá no tiene ni pies ni cabeza. Las incoherencias que se dicen en los funerales, con la mejor intención pero son ningún rigor racional, deben de ser superadas. No podemos seguir engañando a la gente con promesas descabelladas, que además, no pueden convencer hoy a nadie. Tenemos que encontrar maneras de ayudar a la gente a superar el trauma de la muerte de un ser querido sin caer en la trampa de convertir los deseos en realidades.

Con frecuencia nos preguntamos que va a ser de nosotros después de morir, pero muy pocas veces nos preguntamos que éramos antes de nacer. Damos por supuesto que no éramos nada, pero esa conclusión no es tan evidente. La realidad ni se crea ni se destruye, solamente se transforma. Bien pudiera ser que nuestro verdadero ser, lo que somos más allá de las apariencias, existía antes de nacer y seguirá existiendo cuando mi apariencia biológica se desvanezca. Es una pena que estemos más preocupado de nuestra apariencia caduca, que de nuestro verdadero ser, que el lo permanente.

La necesidad innata de recordar a nuestros antepasados debemos aprovecharla para encontrar seguridad en nuestro propio mundo. La conciencia de que somos lo que somos, gracias a los seres humanos que nos han precedido es una realidad que no tiene vuelta de hoja. Recordar a nuestros familiares difuntos y agradecerles lo que han hecho por nosotros nos ayudará a hacer lo mismo por los que todavía estamos aquí.

El sentido de la vida tenemos que encontrarlo aquí y ahora. Debemos desplegar todas nuestras posibilidades de ser humanos mientras lo somos. Esa plenitud tiene que llegar por lo que tenemos de humanos. La gran trampa puede aparecer cuando nos limitamos a satisfacer nuestras necesidades biológicas, dándonos por satisfechos con estar sanos y disfrutando de los sentidos apetitos y pasiones. Satisfacer nuestras necesidades biológicas es un medio para poder alcanzar cuotas más altas de humanidad.

El único camino para llegar a un plenitud humana es desarrollar nuestra capacidad de amar, es decir, conocer de verdad al ser humano y desplegar la posibilidad de ir al otro para hacerle crecer, sabiendo que ese empeño de darme al otro, soy yo el que crezco. Para se más humano no hay que renunciar a nada. Si el darme al otro supone un sacrificio, estoy tergiversando la relación. Amar es elegir lo mejor para mí y para el otro. Si al darme al otro, me deterioro yo como ser humano ese amor es enfermizo.

Pensar en los seres queridos que han muerto, tiene que empujarnos a vivir con mayor intensidad la vida que aún tenemos entre las manos. Todo lo humano que ellos nos han trasmitido debemos potenciarlo en nosotros para que el mundo se vaya humanizando. Por los muertos ya no podemos hacer nada, pero su recuerdo nos tiene que empujar hacia los que aún viven junto a nosotros. Lo más grande que se puede decir de un ser humano es que cuando se ha ido, ha dejado al mundo un poquito mejor que cuando llegó a él. Eso se consigue no intentando cambiarlo sino cambiando nosotros.