Pedro Pierre pedro.pierre@telegrafo.com.ec
Un país se construye con la participación de todas y todos porque nadie tiene la verdad total, ya que está dispersa y a veces nuestros opositores y enemigos tienen algo o mucho que decirnos. Como ejemplo: la campaña de recolección de firmas contra la explotación del Yasuní nos ayudará a ver más claros los grandes desafíos que esto supone. Los argumentos del Gobierno se irán afirmando o reduciendo.
Otro ejemplo: el Buen Vivir nos dice que el consenso es superior a la democracia. El consenso es la gran propuesta de las comunidades indígenas cuando se toma una decisión importante. Van a pasar muchas horas para explicar los beneficios de la propuesta, se irá escuchando pacientemente a los opositores, se harán mejores proposiciones hasta que todas y todos estén de acuerdo, utilizando todo el tiempo necesario para lograrlo.
Con la teoría de la democracia nos hemos acostumbrado a seguir, muchas veces ciegamente, lo que decide la mayoría: esta tomaría la mejor decisión que todos vamos a tener que seguir. Apenas se habrá escuchado a las voces minoritarias sin mayor atención porque dice la democracia: “La verdad es de la mayoría”. No siempre es cierto. Las invasiones de Irak, Afganistán y Libia fueron apoyadas por la ONU (Organización de las Naciones Unidas) o sus representantes del Consejo. Con el tiempo vemos que fueron un desacierto y un desastre.
En Ecuador nos gustan las oposiciones, nos gustan los que más gritan, nos gustan los emprendedores y triunfadores, pero muchas veces no calculamos los costos ni miramos bien los resultados y luego nos pasamos lamentando por cometer los mismos errores.
Entre las palabras de Jesús, unas me costó tiempo entenderlas correctamente. Fue el caso de la parábola de los invitados a un banquete que se excusaron. Dijo Jesús: “Vayan por los caminos a buscar a los cojos, los mendigos… y oblíguenlos a entrar para que se llene la mesa”. “Oblíguenlos” me sonaba a falta de respeto, hasta que comprendí que solo el amor “obliga” sin ofender.
¿Cómo hacer en nuestro país para que todos quepan en un proyecto de revolución ciudadana cuya alma sea la cosmovisión indígena del Buen Vivir? Uno piensa: “Oblíguenlos a entrar”, pero respetándolos, escuchándolos, aprendiendo de todas y todos, logrando un consenso nacional desde la integración y no la imposición, desde el diálogo y no la condena, hasta no poder más, hasta lograrlo, cueste lo que cueste.
Todas y todos, algo o mucho tenemos que hacer en este sentido. Mucho hay que amarnos los unos a los otros.