MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

lunes, 3 de julio de 2017

J. Bastante: Müller, Pell, y la contundente respuesta del Papa


J. Bastante
Religión Digital

Müller y Pell. Dos pesos pesados de la Curia romana han caído a lo largo de esta semana, curiosamente (o tal vez no tanto) en el momento en que comienzan las vacaciones romanas. Dos cardenales, que ocupaban dos de los puestos de mayor responsabilidad en el gobierno de la Iglesia, y que el Papa Francisco ha hecho desaparecer de su lado. Por razones bien distintas, pero con varios factores en común.

¿Cuáles son las claves para la marcha de Pell y de Müller? La esencial, la respuesta firme del Papa Francisco ante los crecientes ataques de un sector de la Curia -con el inestimable apoyo de los lobby mediáticos ultraconservadores- contra el proceso de reformas emprendido en una Iglesia que quiere, por fin, parecerse más a movimiento que se originó en torno a Jesús de Nazaret. Una Iglesia ilusionante, acogedora, participativa, misericordiosa y alegre, frente a las tramas, oscuridades y pústulas del poder corrupto de la Vieja Roma.

Con todo, los casos son bien distintos. El de George Pell es especialmente delicado, pues Francisco confió en él, frente al criterio de algunos de sus colaboradores, para dirigir la reforma de la finanzas de la Santa Sede. Los escándalos de pederastia en la Iglesia australiana han acabado salpicando a un purpurado que siempre estuvo marcado por su polémica actuación frente a estos casos, y que ahora habrá de defenderse de cargos directos contra menores.

El Papa podría haber actuado como se hizo en el caso de Bernard Law, el polémico arzobispo de Boston, a quien Roma acogió, impidiendo que rindiera cuentas de sus delitos ante la justicia norteamericana. Sin embargo, optó por sugerir al cardenal australiano que viajara a Australia a defenderse.


El camino no tendrá vuelta. A sus 76 años, Pell puede considerar acabada su carrera en el Vaticano. Sea o no culpable, el sacrificio de una pieza en esta terrible partida de ajedrez resulta fundamental para que el Papa -en el que seguramente ha sido su gran error a lo largo de estos cuatro años- prosiga con la transparencia económica y la reforma de la Curia. Y es que, aceptando la marcha de Pell, Francisco logra desactivar a los curiales que quieren que nada se mueva, que nada se sepa, que no se abran las ventanas en las finanzas vaticanas.

En el caso de Gerhard Müller, la respuesta del Papa se antoja contundente. A Bergoglio no le tiembla el pulso para desprenderse del todopoderoso prefecto para la Doctrina de la Fe, y con esta decisión, deja bien claro a los cardenales "díscolos" y a los mercaderes del templo que el estilo de Iglesia por el que apuesta no puede funcionar sobre la base de la presión, el poder y la corrupción. A nadie debería sorprender el cese de Müller, quien se había convertido en un "caballo de Troya" contra el proceso de reformas auspiciado por Francisco.

A partir de ahora, nada será igual. El Papa ha dejado claro que quiere un Colegio cardenalicio plural, abierto y con los ojos y oídos atentos ante un mundo que sufre y espera, frente a la ceguera y las obsesiones de una minoría que hace tiempo dejó de leer el Evangelio de Jesús, y se centró en los códigos opresores de la libertad de ser cristiano. El último Consistorio así lo ha demostrado.

Esta ha sido una semana decisiva para el futuro de la Iglesia, para la reforma emprendida por el Papa y para aquellos que aún confían en que los cristianos tenemos un papel para crear cultura y sociedad, una palabra que decir para cambiar la faz de la Tierra, unas manos para construir el Reino. Por primera vez en muchos años, un nuevo espíritu ha llegado, para quedarse, en la Iglesia de Roma.

Ya nada será igual en el Vaticano. Y los opositores al Papa Francisco lo saben, aunque no cejarán con sus ataques, sus maquinaciones, sus conspiraciones. Lo que ha cambiado, al fin, es que han dejado de provocar terror. Sólo causan lástima, y generan nueva ilusión en la mayoría de los fieles que cree en que, al fin, es posible una Iglesia nueva. Lo que ha ocurrido esta semana es la constatación de que la batalla está cada vez más cerca de ser ganada... no por Bergoglio, sino por el Evangelio de Jesús.