Juan Carlos Morales
Escritor y periodista ecuatoriano
Así como -qué duda cabe- hay una iglesia para los ricos, las hay para los pobres. Esto a propósito de la reciente visita de Frei Betto (fraile en portugués) a la tumba de monseñor Leonidas Proaño, en Pucahuiaco (Quebrada Roja), en San Antonio de Ibarra. Asistí a ese acto litúrgico, primero porque era en homenaje al obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado por defender los derechos de su pueblo en contra de los sanguinarios de su país de aquella época.
No soy de los que acuden a misa, pero era una suerte de memoria también al recientemente fallecido cura de a pie, Patricio Cabezas, que era un duro crítico de esa otra Iglesia que más recuerda los entretelones de El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Además, Frei Betto había escrito hace décadas el libro Fidel y la religión, que leíamos unos universitarios más seguidores del barbudo Marx.
Al momento del abrazo entre estos cristianos, Betto -a cada uno- decía una frase: “Paz en la lucha”. Quizá eso sea la clave para entender el compromiso que estos leales con ese Jesús que expulsaba mercaderes, pero que también salvaba Magdalenas, tienen en su trajinar por este ancho mundo. Porque hay que decirlo, los seguidores de oscuras legiones con poderes en el Vaticano nunca se han preocupado por la justicia social. La historia, en esto, es amplia y los santos milagreros funcionaban desde la colonia.
Sus palabras acaso nos sirvan para entender mejor la geopolítica regional, precisamente porque llaman a la autocrítica. Habla de Brasil, pero podría ser Ecuador. “Los últimos 13 años fueron mejores para 45 millones de brasileños que, beneficiados por los programas sociales, salieron de la miseria; para quien recibe el salario mínimo, revisado anualmente por encima del nivel de la inflación; para quienes tuvieron acceso a la universidad… A pesar de todo nos equivocamos. El golpe fue posible también debido a nuestros errores. En 13 años no promovimos la alfabetización política de la población. No tratamos de organizar las bases populares. No valoramos los medios de comunicación que apoyaban al Gobierno ni tuvimos iniciativas eficaces para democratizar los medios. No adoptamos una política económica orientada hacia el mercado interno.
En los momentos de dificultad llamamos a los incendiarios para apagar el fuego, o sea a los economistas neoliberales, que piensan con la cabeza de los pudientes. No realizamos ninguna reforma estructural, como la agraria, la fiscal y la previsional. Ahora somos víctimas de la omisión en cuanto a la reforma política… Fuimos contaminados por la derecha. Aceptamos la adulación de sus empresarios; usufructuamos sus regalías; hicimos del poder un trampolín para el ascenso social”.
Quedan, también en esta línea, los poemas de Ernesto Cardenal: “Escucha mis palabras, oh Señor / Oye mis gemidos… / Sus radios mentirosos rugen toda la noche… Al que no cree en la mentira de sus anuncios comerciales / ni en sus campañas publicitarias, ni en sus campañas políticas / tú lo bendices / lo rodeas con tu amor / como con tanques blindados”.