Padre Pedro Pierre
Durante esta Semana Santa, mucha importancia se ha dado a la pasión y muerte de Jesús en el Viernes Santo: procesiones del Vía Crucis (¡la de Guayaquil hacia un Cristo crucificado de nada menos que 2 millones de dólares!), descendimiento de la cruz, santo entierro, rutas de la fe, rutas de las 7 iglesias y de las 7 cruces, películas sobre la muerte de Jesús… Se ve en qué nos hemos quedado: en la muerte, a pesar de la advertencia de san Pablo: “¡Si Jesús no ha resucitado, vana es nuestra fe!”.
¿Cuándo serán las celebraciones de la resurrección más importantes que las del Viernes Santo? Algunos nos hemos dado el abrazo de ¡Felices Pascuas! queriendo creer y proclamar que la resurrección tendrá la última palabra. ¿Por qué nos cuesta tanto creer en la resurrección? ¿Sabemos ver esta resurrección actuando en nosotros?
Tal vez sea la naturaleza que nos regala más señales de resurrección, a pesar de las inundaciones y los derrumbes. El invierno en la Costa nos hace ver el verdor que todo lo invade. El proceso de la naturaleza es una permanente resurrección, un constante resurgir de vida y de belleza, gratuitamente.
También nuestro cuerpo está en permanente transformación: muchas células mueren sustituidas por otras muchas que nacen. En nosotros la vida triunfa incesantemente de la muerte. Nuestro cuerpo material nos hace una invitación a crecer ininterrumpidamente: en lo intelectual, para pasar de la ignorancia a nuevos conocimientos; en lo cultural, para vivir nuevas sabidurías lejos de la rutina de la repetición insípida de lo tradicional; en lo espiritual, para seguir al Espíritu, que es la fuerza renovadora de todo y de todos.
¿Estamos atentos a los cambios positivos que nos rodean? “Resurrección en Ecuador” decían ciertos comentarios sobre las elecciones: “La mayoría de los ecuatorianos no se dejó robar la vida y el progreso y dio motivos de esperanza para América Latina toda de que no somos presas fatales del neoliberalismo”. ¿Podremos decir pronto?:
Resurrección del movimiento indígena que renueva sus dirigentes y pasa a ser la expresión frontal de sus bases. Resurrección de las organizaciones populares por tomar conciencia de su papel indispensable para orientar las decisiones de la nueva asamblea y del nuevo gobierno. Resurrección de los sindicatos que logran no solo participar de los beneficios de sus empresas sino en la gestión, las decisiones y las orientaciones. Resurrección de las asociaciones de mujeres, jóvenes, negros, montuvios…
¿Y las resurrecciones en nuestras iglesias? ¡Pastores con olor a ovejas! ¡Sacerdotes preferencialmente al servicio de los pobres! Comunidades cristianas ‘en salida’ para acompañar en su resurrección a adultos desempleados, a jóvenes hundidos en las drogas y la desesperanza, a mujeres golpeadas y abandonadas, a ancianos muriéndose de soledad… llegando a ser la Iglesia que quería Jesús: “Una Iglesia pobre y para los pobres”. Iglesia al servicio del Reino, es decir, de la fraternidad universal. La resurrección es nuestro destino, ahora o nunca, en sus diversas dimensiones.